Cuando Anastasia Rubio Betancourt le contó a Íngrid Betancourt, su tía, que quería lanzarse a la política, la exsecuestrada guardó un profundo silencio y posteriormente se echó a llorar de felicidad al otro lado de la línea de teléfono.

Íngrid no pensó que en su familia las nuevas generaciones se interesaran en la política. Mucho más después de su fallida llegada a la Presidencia y su lucha incansable contra una corrupción en el país que, pese a los esfuerzos, sigue igual o peor que en sus épocas de congresista liberal.

La idea de que Rubio saltara a la política fue de Astrid, su madre y hermana de Íngrid Betancourt, quien le dijo que sus ideas y los proyectos sociales que venía adelantado los podría realizar con más contundencia desde el escenario público. “Yo dije: pero qué le pasó a mi mamá”, recordó Anastasia.

Ella le confesó su intención a Íngrid —como la llama— mucho antes de que Verde Oxígeno, el partido de la colombofrancesa, tuviera personería jurídica tras un fallo de la Corte Constitucional. Es más, la joven de 26 años exploró inicialmente el ingreso al Nuevo Liberalismo, el partido que hoy lideran los hermanos Carlos Fernando y Juan Manuel Galán, con quienes los Betancourt han tenido una relación cordial.

Rubio Betancourt tenía su pase asegurado en el Nuevo Liberalismo y se lo dijo a su tía, quien no dudó en respaldarla porque la joven mujer, más allá de cargar entre pecho y espalda la responsabilidad de ser la sobrina de una de las colombianas que el mundo más reconoce, ha hecho su camino propio.

“Yo estaba cómoda en el Nuevo Liberalismo”, reconoció. Sin embargo, renació Verde Oxígeno, el partido de Íngrid Betancourt, y se dejó cautivar por la lucha contra la corrupción que lidera esa colectividad. “Pensé que tenía una responsabilidad muy grande, Íngrid se está ocupando de la Coalición Centro Esperanza y la unión del centro. Yo me proyecté con esa renovación que prometía”, dijo.

Íngrid, según narró Anastasia, jamás le pidió que llegara a Verde Oxígeno, pero cuando le habló del ingreso al partido le presentó su propio proyecto político, encaminado a las juventudes y lo que quería hacer en la Cámara de Representantes. “Ella me validó el proyecto”, expresó.

Rubio jamás pensó en ser cabeza de lista a la Cámara de Representantes por Bogotá, pero como Verde Oxígeno se fue en coalición con la Centro Esperanza, varios querían que el partido de Íngrid Betancourt, una colectividad con escasas semanas de haber renacido, encabezara. Igual, la lista es abierta, es decir, contrario a la cerrada, la cabeza no tiene la misma importancia.

“Yo no quería estar de primera, no se había hablado de que yo fuera la cabeza de lista, pero internamente en el partido se hizo una votación y me respaldaron. Íngrid se apartó del tema”, contó.

Anastasia no quiere ser inferior a Íngrid, a quien respeta y admira. Menos a Gabriel Betancourt, su abuelo, quien fundó el Icetex, y a Yolanda Pulecio, su abuela, quien se ocupó de atender a centenares de niños en las calles desde hace más de 63 años.

Estudió Política, Filosofía y Economía en la Universidad de Warwick, posteriormente Cine en la Universidad de París y hasta teatro. Aunque ha pasado mucho tiempo en Europa, también ha vivido años en Colombia. Recordó en SEMANA que se crió con los niños del albergue de su abuela. “Son como mis hermanos, mis primos, mi familia. Yo tengo la familia más grande del mundo”, narró.

En Colombia, por ejemplo, realizó varias labores sociales, incluso en Guaviare, la zona donde las Farc mantuvo secuestrada a Íngrid Betancourt. Jalonó recursos para proyectos de organismos internacionales, pero la tramitomanía frustró las iniciativas.

Rubio, más allá del apellido de su familia, siempre ha buscado luchar por las clases menos favorecidas. No le importan el dinero, el reconocimiento. Siempre estuvieron entre sus planes las obras sociales.

Precisamente, ese respaldo a las comunidades le han permitido capitalizar de forma silenciosa un respaldo de ciudadanos que ven en ella a una verdadera líder que no anda pregonando que es la sobrina de Íngrid Betancourt y que anda buscando cómo solucionar parte de los problemas a los más necesitados.

“Nunca le he pedido favores a Íngrid”, le aclaró a SEMANA. La única vez que le solicitó ayuda fue cuando intentó servir de puente entre jóvenes vulnerables que formaban parte de las marchas del 28 de abril en el país. Ella necesitaba el contacto de la alcaldesa Claudia López y el Gobierno y su tía le sirvió de ayuda.

Anastasia tiene buena relación con su tía, aunque no fue fácil restablecer el vínculo familiar después de su secuestro. Cuando a la colombofrancesa la secuestró las Farc, la familia entera padeció el plagio. Astrid, su madre, no tuvo paz y vivió, según ella, muchos años fuera de su casa, buscando todas las formas que le permitieran a Íngrid regresar a la libertad.

Hoy, cuando todo volvió a la normalidad en su familia, a la joven la critican, en algunas ocasiones, por ser sobrina de Íngrid, pero a ella no le importa. Su tía es uno de los grandes orgullos de la familia. “Espero que evalúen mi trabajo y mis ideas por lo que he hecho, lo que soy y lo que haré y no por ser de la familia Betancourt”, concluyó.