El 21 de junio varios comandos de la Policía Antinarcóticos allanaron simultáneamente cuatro viviendas en Bogotá, Barranquilla, Cúcuta y Roldanillo (Valle). Se trataba de la etapa final de una operación contra una banda internacional de tráfico de drogas.Los investigadores conocían perfectamente a sus integrantes y sus modus operandi, debido a los meses que llevaban tras ellos. En el allanamiento que efectuaron en la capital de la república encontraron en una caleta 860 millones de pesos en efectivo. Eso, por supuesto, no los sorprendió, como sí lo hizo su otro hallazgo, que resulta inédito en la larga historia de la lucha contra las drogas en el país.Pero a diferencia de otros narcos, esta banda no invirtió los miles de millones de pesos en comprar lujosas fincas o automóviles, sino arte.En la sala estaban, contra las paredes y tirados en el piso, varios cuadros. Sumaban 34 en diferentes formatos y tenían la firma de reconocidos artistas de varios países como el español Eugenio Fernández, el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín y los colombianos Diego Montoya y Víctor Laignelet, entre muchos otros. Las autoridades incautaron las obras de arte y varios expertos están verificando su autenticidad para establecer su origen y su eventual precio. De resultar auténticos el valor de la totalidad de las obras superaría los 2.000 millones de pesos.Que narcos tengan en su poder arte no es algo nuevo. En la lucha contra los grandes carteles de la droga era común encontrar en las casas de los capos algunas obras valiosas colgadas. Pero en muchos casos se trataba de falsificaciones que estafadores les vendían a los narcos aprovechando su ignorancia. Sin embargo, este caso resulta diferente por la cantidad de obras halladas y en particular porque, según las investigaciones, la organización mafiosa habría adquirido estos cuadros a lo largo de varios meses como una forma de lavar el dinero producto del envío de embarques de droga. Sería la primera vez en la que se documenta este tipo de transacciones.Le puede interesar: El Pablo Escobar cubanoA uno de los hombres capturados lo identifican como Chespirito. Hasta hace algún tiempo era un conocido instructor de vuelo en una academia en Bogotá. Pero hace una década lo capturaron en Venezuela cuando intentaba despegar de una pista clandestina en una avioneta con media tonelada de cocaína. Pasó cinco años de prisión y al quedar en libertad regresó a Colombia y reactivó sus contactos en la mafia. Esta vez su rol dentro de la organización consistía en reclutar dentro y fuera del país a jóvenes pilotos que estuvieran dispuestos a realizar vuelos ilegales desde territorio venezolano hasta Honduras y Guatemala.“Movían pequeñas cantidades, entre los 500 y 1.000 kilos mensuales. Parte de la dificultad, y a la vez de la habilidad de esta banda, consistió en que al tener tan pocas personas era muy complejo infiltrarlos o que se filtrara información sobre sus operaciones”, explicó a SEMANA un oficial antinarcóticos.Los socios de Chespirito compraban la droga a varios grupos en Colombia, principalmente a los que actúan en la región del Catatumbo. Transportaban los cargamentos a lomo de mula por las trochas fronterizas hasta llegar a pistas clandestinas en el país vecino. De allí salían vía aérea a Centroamérica en donde la compraban diferentes carteles mexicanos.La investigación contra esta banda comenzó hace dos años cuando las autoridades venezolanas encontraron en el municipio de Puerto Camejo, estado Apure, un jet listo para despegar con cerca de 600 kilos de coca. El piloto capturado en esa oportunidad contó detalles sobre sus socios colombianos. Con esa información la Policía Antinarcóticos empezó a armar el rompecabezas para dar con estos narcos.A los investigadores les llamó la atención, tras meses de seguir por varias ciudades del país a los integrantes de la banda, que no se trataba de una gran estructura narcotraficante o una compleja organización tipo cartel. Básicamente era un grupo muy pequeño, conformado por cuatro personas que realizaban toda la operación, desde comprar la coca, transportarla y entregarla a los mexicanos. “Movían pequeñas cantidades, entre los 500 y 1.000 kilos mensuales. Parte de la dificultad, y a la vez de la habilidad de esta banda, consistió en que al tener tan pocas personas era muy complejo infiltrarlos o que se filtrara información sobre sus operaciones”, explicó a SEMANA un oficial antinarcóticos.Chespirito y sus secuaces cambiaban constantemente de teléfonos y evitaban al máximo comunicarse por ese medio o por chats y correos electrónicos. Casi todo lo hacían cara a cara. Con paciencia los policías antinarcóticos optaron por utilizar agentes encubiertos para tratar de acercarse a la red y descubrir sus secretos. Uno de estos se inscribió en la academia donde el piloto daba clases de aviación. Con el paso del tiempo logró ganar su confianza y, si bien no le hizo una oferta para convertirse en piloto de la mafia, logró recolectar información valiosa sobre uno de los contactos de la banda en Centroamérica.Puede leer: 16 capos mexicanos se hacían pasar por turistas en NariñoDescubrieron que tenía comunicación con un hondureño llamado Bayron Ruiz. Las autoridades colombianas entraron en contactos con sus colegas en ese país, quienes les informaron que a ese personaje lo conocían con el alias de Black y que las agencias antidrogas lo buscaban desde una década atrás. Contaron también que estaba refugiado en Guatemala a donde había escapado y desde donde operaba. Una vez más los policías colombianos se comunicaron con los guatemaltecos y comenzaron a intercambiar datos.La organización de Black, conformada por 60 hombres, controlaba las pistas ilegales en Honduras y Guatemala. Las pesquisas de los agentes encubiertos permitieron tener el dato clave de la fecha y la hora de salida de una avioneta desde la frontera colombo-venezolana con un cargamento para Black. La aeronave iba a aterrizar en una carretera costera del municipio guatemalteco de Agualan Zapaca. Con esta información, las autoridades de ese país lograron arrestar a Black pocos días antes de la captura de Chespirito y sus secuaces.Le recomendamos: Vuelve el glifosato, pero ahora en drones. ¿Qué significa este cambio de política?“Estamos atacando el sistema de drogas ilícitas, desarticulando redes de narcotraficantes, afectando sus fuentes de financiamiento a través de la incautación de cocaína y bloqueando el lavado de activos”, dijo a SEMANA el director de la Policía Antinarcóticos, general Fabián Cárdenas.Pero a diferencia de otros narcos, esta banda no invirtió los miles de millones de pesos en comprar lujosas fincas o automóviles, sino arte. “Es una forma efectiva de lavar y difícil de detectar, entre otras cosas, porque es muy fácil mover un cuadro de un lugar a otro, a diferencia de otro tipo de bienes que compran los narcos. El arte, además, se valoriza día a día”, afirmó un oficial antinarcóticos. Seguramente los integrantes de la banda no esperaban que las autoridades allanaran la vivienda justo el día en que habían decidido llevar todas estas obras de arte a un mismo lugar. Un verdadero museo.