Detrás de los años de incesante búsqueda de alias Otoniel se tejieron muchas historias, pero quizás ninguna tan particular como la de la mascota favorita del capo que terminó luego ayudando en su búsqueda. Aunque por años, el temible líder del clan del golfo se le escapó a las autoridades, fue finalmente capturado en un operativo este sábado. “Este es el golpe más duro que se la ha propiciado al narcotráfico en este siglo en nuestro país y este golpe es solo comparable con la caída de Pablo Escobar”, dijo el presidente Duque al informarle al país la noticia.

Antes de que la operación Agamenón existiera, las Fuerzas Militares ya buscaban por cielo y tierra a alias Otoniel, el máximo cabecilla del Clan del Golfo en las selvas de Urabá. Un día, a comienzos de 2015, se hizo una operación de asalto a un vivienda, cerca de una vereda de Turbo. Todo empezó con intercambio de disparos. Cuatro hombres de Otoniel cayeron por las balas. Los helicópteros recibían el fuego de la parte alta de la montaña, y en tierra una muralla de armados intentaba ingresar a la casa donde supuestamente estaba Otoniel.

El capo ya se había escapado en una mula, y personas no encontraron en aquella casa, pero los ladridos de un perro fino colombiano desconcertaron a los uniformados que entraron a las cuatro paredes donde se alojaba uno de los criminales más buscados en el país. El animal, desorientado, no sabía hacia donde moverse por el impacto que sufrió por el sonido de disparos.

Pero poco a poco recobró la orientación, y los policías, estratégicos, dejaron que el perro recobrara su atención en el olfato porque así los llevaría a donde Otoniel. Pero luego de tres horas de búsqueda por el espeso bosque el canino se rindió en la orilla de un río.

A las manos de Otoniel llegó gracias a un lugarteniente del capo que viajó a Medellín y compró al animal. Era un pedido específico, tenía que ser un perro fino colombiano –fino por su olfato-, la única raza canina que oficialmente tiene Colombia, gracias a un estudio hecho por la Universidad Nacional en donde se determinó que este perro podría ingresar a la Federación Cinológica Internacional.

Cualquiera pensaría que por ser el perro de uno de los criminales más buscados Chapolo viviría mostrando los dientes y gruñendo. Pero no. Era un animal amigable, y casi siempre pegaba la nariz al suelo para olfatear.

En Apartadó, Otoniel ordenó entrenarlo durante varias semanas, la siguiente parada fue Turbo. Allí terminó su entrenamiento en la finca de Blanca Madrid, alias la Flaca, la esposa de Otoniel. Ante la búsqueda implacable de la Policía, el narco se llevó a su mascota preferida cuesta arriba de la montaña, lugar del operativo del cual logró escapar gracias al aviso de su perro. Esa fue la última tarea que el sabueso obedeció con fidelidad al peligroso narcotraficante.

Sin Otoniel esposado y luego de una fuerte balacera, los policías adoptaron al perro que no opuso resistencia cuando se subió al helicóptero que lo sacó del Urabá antioqueño, de inmediato lo bautizaron como Oto, pero ha tenido varios nombres. Pecas, en su primer rebautizo, por su piel manchada típica de su raza. Y Chapolo, alternativo a Pecas, pues así se le conoce popularmente a este tipo de perros en la costa.

Después de que se sacó del hostil terreno llegó regular de salud, tenía pulgas y garrapatas. Se desparasitó, se le dieron vitaminas y mucho cariño en la Escuela de Guías. Y de inmediato se postuló para que fuera entrenado en búsqueda de personas pasivas, su primer adiestramiento.

En el Hangar 2 de Guaymaral Chapolo comparte con los perros pensionados de la Policía. Foto Santiago Ramírez / SEMANA

Reacio al principio, poco a poco Chapolo sacó a relucir su excelente olfato en entrenamientos divertidos. A todos se les entrena con comida, pero el perro fino colombiano es de buen apetito, por lo que las recompensas son más grandes. Se le obligaba a olfatear prendas para encontrar a una persona y cuando lo lograba se le daba una porción de comida. Cada vez que volvía a dar con la persona “desaparecida” la ración era más grande. Así fue entendiendo que memorizar el olor daría una recompensa.

Lo trajeron a Bogotá a hacer el curso de guía en rastreo, en ese entonces no era un perro tan famoso como ahora, pero con el tiempo su pasado le cobró fama. Ahora, mientras espera el regreso de su guía, Chapolo pasa sus días en el Hangar 2 de Guaymaral, con los perros pensionados de la Policía, que le dedicaron la mayoría de sus años a detectar droga en aeropuertos, a desactivar explosivos en zonas peligrosas o a ayudar a encontrar personas. Varios han recibido condecoraciones de ministros de justicia por sus servicios.

Chapolo perteneció al grupo de servicio aéreo, y solía ir con su guía a entrenamientos en Necoclí, donde se lleva a cabo la operación Agamenón. Lo adiestraron en diferentes terrenos. Además de rastreo hacía ejercicios de rapel. Su misión por años fue clara: buscar a su anterior dueño para capturarlo.