Al Hospital Militar de la ciudad de Bogotá fueron trasladados los cuatro niños indígenas tras haberlos encontrado con vida luego de deambular durante 40 días en la selva del Guaviare. Los menores, junto con su padre, llegaron a la medianoche de este sábado 10 de junio, para ser atendidos.
Manuel Ranoque nunca perdió la fe, batalló contra condiciones adversas al meterse a la selva para apoyar a las Fuerzas Militares en todo el proceso de búsqueda de sus hijos. SEMANA se comunicó con este hombre, quien entregó detalles del estado de salud de los niños.
“Gracias a Dios ya atendieron a los niños y están en buenas manos (...) mis hijos están en valoración, ya están canalizados, esperemos que todo salga bien”, señaló Ranoque en este medio.
Además, contó que él también está siendo atendido debido a que presenta algunos quebrantos de salud: “llegué con mucha fiebre porque estaba durmiendo en la selva sin toldillo y me picaron muchos mosquitos”, recalcó el padre de los niños en SEMANA.
Manuel Ranoque lloró la muerte de su esposa mientras les seguía el rastro a las huellas que sus hijos dejaron en la selva. Entre oraciones, le pidió perdón a Dios por sus pecados y, como retribución a la lealtad, le clamó por un milagro para encontrarlos con vida entre las extensas montañas de Caquetá y Guaviare.
Los chamanes más cercanos a la familia le sugirieron rituales para destapar la oscuridad que, supuestamente, los tenía cubiertos. Las plegarias se escucharon en la selva e hicieron eco en gran parte de Colombia. Cuando mermaba la esperanza, recibía mensajes que lo alentaban a seguir en la búsqueda.
Recorrió el laberinto en compañía de las Fuerzas Militares y las comunidades indígenas de tres departamentos. Ellos compartieron su pesadilla durante 40 días. Aunque sus pequeños eran los desaparecidos, todos los sentían como propios: “¿Ustedes qué harían por sus niños?”, retaban los comandantes. A varios kilómetros de allí, María Fátima Valencia seguía el destino de sus nietos por la información que salía en la televisión. Desde una habitación de Villavicencio se montó en una montaña rusa de emociones. Un día escuchaba que los socorristas estaban cerca de ubicarlos y al otro una versión completamente diferente.
Manejó la desesperación con los rezos de su tierra. Un líder espiritual le advirtió que, en cualquier momento, un rayo de luz iluminaría el camino para que pudieran escapar de la noche y allí estarían los brazos de sus allegados para recibirlos, tal como ocurrió este 9 de junio en el corazón de la selva.
La llamada que no llegó
La última vez que Manuel Ranoque vio a su familia a los ojos fue el pasado 11 de abril, cuando salió corriendo de su pueblo por las fuertes intimidaciones que recibió de las disidencias de las Farc. Para la guerrilla, él resultó una piedra en el zapato por el liderazgo que tenía en la comunidad Puerto Sábalo-Los Monos.
Así lo reveló en SEMANA: “A mí me dieron una hora para desaparecer, y fue tanto, que no pude despedirme de mis hijos. En el territorio de donde yo provengo están matando a mucho inocente, líderes y mujeres. La guerrilla ha cogido control”. Su familia no quiso que fuera la siguiente víctima, por lo que abandonó el territorio.
Veinte días después de su desplazamiento, su familia se montó en la aeronave con destino a San José del Guaviare. Su esposa, Magdalena Mucutuy, le prometió que en dos horas se comunicaría nuevamente para darle los pormenores del trayecto: “Yo esperaba la llamada y nunca pudimos tener el contacto”, dijo.
Los medios de comunicación le dieron la trágica noticia. A muy tempranas horas de ese lunes festivo, los principales portales informaron de la desaparición de la avioneta que, antes de caer, el piloto alcanzó a decir que tenía una aparente falla técnica y se declaró en emergencia: “Mayday, mayday, tengo el motor en mínimas”.
En ese momento, las explicaciones fueron pocas. Nadie se atrevía a emitir, con certeza, información sobre la emergencia. Sin embargo, por la información que pudo recolectar, sospechó que “las fallas de esta avioneta ya venían desde hace rato. Pedimos que, por favor, las entidades competentes investiguen este hecho”.
“La fe puesta en Dios”
Cinco días después del incidente, se enteró de que un grupo de militares saldría en busca de los suyos y se montó en el viaje: “Con el ánimo en alto y la fe puesta en Dios, estoy dispuesto a arriesgar hasta lo último para buscarlos”, relató en SEMANA. Él se jugó la vida, junto a más de 100 personas, para hallarlos. No fueron momentos fáciles. Allí lidió con el fallecimiento de su esposa, quien apareció sin vida en las inmediaciones de la avioneta. Por las pruebas que recopilaron en la selva, todo apuntaba a que los menores habían sobrevivido al fuerte impacto y deambulaban entre las montañas para encontrar una salida.
Entre tantas cosas, los socorristas vieron un tetero, un pañal y unas tijeras que sirvieron para plasmar sobre el mapa la posible ruta que emprendieron. Además, con base en los hallazgos, se interpretó que se estaban alimentando con frutos. Estas apariciones le sirvieron de ‘gasolina’ a Ranoque para seguir caminando.
Desde lo más profundo de la selva y en compañía de militares especializados en búsqueda y rescate, detalló el sufrimiento que padecía: “Anímicamente, puedo decirle que no estoy bien porque esto es un golpe duro. Pero sí tengo mucha fe en que, posiblemente, estaré con mis hijos, con mi familia, que es lo más importante”.
La lluvia jugó en contra de sus objetivos. Las fuertes precipitaciones, en algunos momentos, obligaron a frenar las tareas. En el puesto de mando unificado, desde donde se coordinaron todas las labores, les costaba creer que si las tropas la estaban pasando mal, no se imaginaban cuál era el estado de los menores. Desde el aire se escuchaba el aliento de María Fátima Valencia, la voz de la abuela mientras ellos caminaban. Las Fuerzas Militares tomaron la decisión de instalar parlantes en varias aeronaves para que se oyera un mensaje dirigido a sus nietos: “Estén quietos, los están buscando”.
Las palabras hicieron eco en español y en su lengua materna. Una de las grabaciones tenía una única destinataria, la niña de 13 años que comandó la ruta por más de 950 horas en Caquetá: “Hija, le agradezco que esté quieta, parada. Si usted escucha a micrófono, hija, esté parada ahí para que ellos la traigan a usted. Si se siente agotada, solo mi Dios lo sabe”, relató la mujer.
A ese Dios le rezó por varias semanas: “Padre Creador, tiene que amanecer donde están mis nietos, tiene que amanecer”, se le escuchó decir reiteradamente. Su líder espiritual le recetó un ritual que terminaría con las tinieblas: despedirse del cuerpo de su hija para que ella soltara a sus pequeños y los dejara ver de los rescatistas.
En el sitio sagrado de Araracuara, la región donde creció la víctima, se le dio el último adiós con un propósito superior: “Rezar por la mamá a ver si aparecen, hay que esperar”. Las Fuerzas Militares le hicieron saber que estaban vivas las probabilidades, también se lo comunicaron sus dioses.
En conversación con un chamán de su región, María Fátima Valencia recibió un panorama de lo que pudieron estar viviendo sus seres queridos, confiando en el saber espiritual del emisor de las palabras: “Él los miró y me dijo que dos niños tienen heridas, pero la más grandecita los cuida, los limpia con cualquier cosita”.
“Milagro, milagro”
La larga espera terminó este 9 de junio. Después de 40 días de estar perdidos en la selva, fueron rescatados con vida los cuatro hermanos que viajaban en la avioneta. “Milagro, milagro, milagro”, fueron las tres palabras utilizadas por los integrantes de las Fuerzas Militares y los indígenas que encontraron con vida a los menores.
El general Pedro Sánchez, el oficial del Ejército que lideró la búsqueda, contó que sus tropas hicieron todo lo posible para rastrearlos con el respaldo de las oraciones: “Abrazamos la adversidad. Los conocimientos muy sabios de nuestros indígenas ayudaron enormemente a encontrarlos, eso nos mantuvo la fe”.
“Nosotros cuando analizamos pudimos encontrar que había una telaraña, que los comandos de nuestras Fuerzas recorrieron durante 35 días y cuyos pasos marcaron 2.656 kilómetros, abrazando la adversidad”, dijo el alto oficial. Para encontrar a los menores se dispuso de más de 120 militares y unos 70 indígenas –estos últimos liderados por el padre de los menores, Manuel Ranoque– que recorrieron durante horas y horas la selva siguiendo los rastros que dejaban los niños, los cuales se convirtieron en pieza clave para finalmente ubicarlos sanos y salvos. La noticia de la aparición de los menores ha sido celebrada por todo Colombia, sin duda alguna una fecha que quedará marcada para la historia.