Dolor y muchas dudas dejó en los hijos de Marina Isabel Ferrer la noticia sobre el hallazgo de una de las desaparecidas del holocausto del Palacio de Justicia en el lugar donde creyeron haber enterrado a su madre hace 30 años. Allí fue hallado el cadáver de Cristina del Pilar Guarín, lo que convirtió a su mamá en una de las desaparecidas. Los hermanos Velásquez Ferrer no entienden por qué en lugar del zapato, por medio del cual identificaron a la señora Ferrer, fueron encontrados los fragmentos de una falda escocesa, al parecer la misma que le permitió a los Guarín reconocer a su ser querido. El 28 de octubre, un grupo de investigadores al servicio de la Fiscalía Cuarta Delegada ante la Corte Suprema adelantó una diligencia en Cartagena (Bolívar), la primera en el marco de la investigación que acaba de abrirse por la desaparición de Marina Isabel Ferrer durante la toma del Palacio de Justicia. Allí fueron interrogados sus hijos, quienes además de una profunda tristeza, reflejaron su desconcierto por las condiciones en las que se produjo la noticia. No se explican por qué la mujer de la que se despidieron y a la que reconocieron por su pantalón y sus zapatos de charol, de repente, se convirtió en Cristina. Tampoco entienden por qué las autoridades jamás les advirtieron de semejante sospecha y de las pesquisas que estaban adelantando para corroborarla. El malestar no era para menos y así pareció entenderlo la Fiscalía. De hecho, el investigador Miguel Ángel Mora Clavijo se abstuvo de iniciar formalmente la diligencia hasta no ofrecerle una merecida excusa a la familia. En medio de las lágrimas y los lamentos de Sofía, una de las hijas de doña Marina, el funcionario trató de explicarle las dificultades de las labores de notificación, tratando de hacerle entender que hicieron lo que hasta ese momento estuvo a su alcance por avisarles. Además, reconoce que esta dolorosa situación solo es producto de la suma de desatenciones en las que han caído las instituciones frente a este tema. Antes de iniciar el interrogatorio, el representante de la Fiscalía explica cómo en la necropsia que se le practicó al cadáver de esta mujer se ratifica el hallazgo del zapato y otros elementos que despertaron dudas para ese entonces y que se han ido multiplicando en número y en tamaño con el correr de los años. Los estudios del Instituto Nacional de Medicina Legal y la interpretación de las autoridades judiciales sobre esos reportes así lo evidencian. Según ese documento, el cadáver -completamente calcinado- estaba acompañado del fragmento de un pantalón y un zapato que no ofrecían señas de haber sido afectadas por el fuego. De ahí que la familia, los investigadores y hasta el Tribunal Superior de Bogotá se preguntaran en su momento cómo y por qué las prendas pudieron soportar las altas temperaturas y no el cuerpo de Ferrer, sobre todo, si se analiza que el calcinamiento desapareció casi totalmente los rasgos de las extremidades superiores e inferiores. Extraños, pero no menos desconcertantes fueron los datos de la necropsia en los que se indican que bajo el cadáver se encontraban proyectiles de armas de fuego, como proveedores. Sin embargo, bien distinto y sorpresivo fue el resultado de la exhumación practicada en mayo del 2015 a la tumba donde se creía enterrada la señora de Ferrer, en el cementerio Jardines de Paz. Allá no se encontró rastro del zapato de charol, ni del pantalón, ni de los proyectiles y -lo más doloroso- ni siquiera a doña Marina. En su lugar, fue hallado el cadáver de Cristina Guarín, hasta ese entonces desaparecida, junto a los fragmentos de una falda escocesa que se cree fue la misma que le permitió a su familia identificarla en imágenes de video en las que se ve a soldados sacándola con vida del Palacio de Justicia y rumbo a la Casa del Florero, centro de operaciones de la fuerza pública al que eran conducidos los rehenes y los sospechosos de haber colaborado al M-19 en la toma. Al ser interrogada por el investigador, Sofía, hija de la ahora desaparecida, recordó las condiciones en las que reconoció a su mamá. Revivió lo frustrante del momento y mucho más lo desconcertante que fue para ella enfrentarse al cuerpo completamente quemado de su ser querido y a lo inexplicable de su zapato y parte de su pantalón que resistieron al fuego. Su padre Carlos Manuel Velásquez y su hermano Javier habrían de reconocer a la señora Ferrer por las mismas prendas y bajo su misma confusión. Sofía Velásquez empezó a aferrarse a la idea de que el cadáver que le entregaron no era el de su madre. Siempre guardó la esperanza de que ella se cruzara por sorpresa la puerta de su casa. Su anhelo creció mucho más cuando le dijeron que su madre pudo ser una de las personas que fue conducida a la casa del florero. Ella lo supo de boca de su primo Augusto Velásquez. Él le contó que uno de los detenidos tras la recuperación del Palacio le dijo a su padre haber visto a Marina Isabel en la Casa del Florero. Se trataba de Eduardo Matson, el estudiante de derecho hijo de magistrado y sobrino de un exgobernador bolivarense, que había sido conducido a la Escuela de Caballería. Allí habría sido interrogado y torturado por integrantes del Ejército que luego lo dejaron en libertad. Esas palabras fueron para Sofía una sentencia en la cual creer para no perder la fe. Desde esa época, los hechos fueron confusos e inconcebibles para la familia. Al exesposo de Marina y a su hijo Javier les mostraron el cadáver calcinado de la señora Ferrer al lado del cuerpo sin vida del comandante de la operación, Andrés Almarales. Javier, quien había estudiado medicina, al igual que su padre, había notado que el cadáver del guerrillero había sido lavado, probablemente, para ocultar posibles rasgos de tortura. Ese mismo día se lo dijo a la prensa y le costó. En la noche, la familia recibió llamadas intimidantes por lo expresado ante los medios de comunicación. Son varias las preguntas que deberá tratar de responder la Fiscalía a lo largo de esta investigación. La primera es si el cadáver que lo mostraron a la familia Velásquez Ferrer fue el mismo que fue hallado hace cinco meses en el cementario Jardines de Paz (en el norte de Bogotá). Si es así, el organismo investigador deberá establecer qué pasó con el zapato, el fragmento de pantalón y las partes de armas de fuego con las que fue encontrado el cuerpo de quien creyeron era Marina Ferrer. También explicar cómo es que esas prendas pudieron resistir el calor del fuego. Pero el mayor reto para esta autoridad penal será desentrañar por qué, en esa tumba del norte de la ciudad, el lugar terminó siendo ocupado por el cuerpo sin vida de Cristina del Pilar Guarín Cortés y los fragmentos de su emblemática falda escocesa. Veremos cuáles serán los resultados de este nuevo rumbo que ha tomado la investigación que, hoy por hoy, tiene bajo la lupa a 14 militares.