Hasta mediados de marzo, Carlos Julio Bernal sonreía a diario al recorrer los pasillos de la Universidad Javeriana en Bogotá, donde tenía su lugar de trabajo desde hace 28 años. Su oficio: lustrabotas. Para ejercerlo, él mismo fabricó una caja de madera (su ‘piano’) que llenó de betunes y cepillos y adornó en su exterior con monedas de todos los países que le obsequiaban sus clientes. Antes de la pandemia, este colombiano podía decir “uno vive bien con este trabajo”. Ahora forma parte de ese 23 por ciento de familias que hace un año tenía para sus tres comidas diarias, pero que en estos momentos solo logra garantizar dos, y en ocasiones, únicamente le alcanza para una.

El Dane obtuvo estas estadísticas, por primera vez, mediante la encuesta de Pulso Social, que llegó para quedarse, como asegura el director de la entidad, Juan Daniel Oviedo. Con ella miden, entre otros temas económicos y sociales, los ajustes que tienen los hábitos alimentarios en los hogares colombianos a medida que avanza la pandemia en el país, y los efectos de la crisis se hacen más visibles. Vislumbran estallidos sociales en Latinoamérica después de la pandemia La encuesta también le toma el pulso a la sobrecarga de trabajo de esos 17,9 millones de colombianos que van quedando en la franja de ocupados, a la par que se encogen las opciones de empleo. Registra asimismo las percepciones de la gente con respecto a las principales variables económicas, y consulta sobre los sentimientos que ha hecho brotar la crisis, más aguda para unos y más llevadera para otros. En el primer Pulso Social, realizado en julio y divulgado a finales de agosto, se percibe la tragedia de quienes han caído de nuevo en la pobreza, algo que parecía lejano pero revivió cuando cientos de personas agitaron el trapo rojo en sus ventanas para mostrar durante la cuarentena estricta que el hambre había tocado a sus puertas. Esa realidad ahora muestran las cifras, según las cuales la sumatoria de los encuestados que dijeron que su situación es peor, o mucho peor, llega en este momento al 73 por ciento. En la actualidad, ya no agitan el trapo rojo porque la reapertura llama a volver a la actividad diaria. No obstante, el hambre de muchos colombianos sigue escondida y todo indica que podría tardar casi una década en irse. 

Carlos Julio Bernal también tuvo momentos críticos en esta pandemia, que resolvió a su manera. Antes de marzo lograba realizar 20 y hasta 30 lustradas a los clientes que él llama doctores. A ellos les pidió auxilio y le respondieron. Pero las ayudas no son para siempre, por lo que, a la voz de un regreso casi total de la actividad económica, salió a ejercer su oficio en sitios públicos para intentar conseguir el sustento diario. Cuando le va bien, encuentra uno que otro interesado en que le embole sus zapatos y regresa a casa con 20.000 pesos. Cada día debe levantar ingresos para comer él y su esposa María Ester. Y al final de mes tiene que haber reunido lo suficiente para pagar 550.000 pesos de arriendo y 80.000 en servicios de agua, luz y gas. Millones de colombianos tienen la misma vivencia. Por eso, cabe preguntarse si la crisis económica por la pandemia ya está a punto de convertirse en colapso social. La cruda realidad Desde abril algunos economistas y organismos internacionales como la Cepal habían pronosticado que la pobreza en Colombia podría aumentar. El director de Fedesarrollo, Luis Fernando Mejía, dice que los cálculos de su entidad indican que pasaría a niveles del 34 por ciento en 2020, desde el 27 por ciento de 2018, el dato más reciente que hay. Por eso no le sorprenden los resultados de la encuesta de Pulso Social. Desde su perspectiva, reflejan la magnitud del choque económico que han tenido los hogares, luego de una contracción del 15,7 por ciento en la economía durante el segundo trimestre de este año, que destruyó 4.156.000 empleos en julio, cuando la tasa de desempleo llegó a 20,2 por ciento. Esto equivale a una quinta parte de la población en edad de trabajar. Son las personas que buscan un puesto y no lo logran, lo que impacta los ingresos de la gran mayoría de los hogares, pues la principal fuente de recursos en Colombia es el empleo. Como el 47 por ciento del mercado laboral es informal y es el más golpeado en la coyuntura de la pandemia, el efecto social ha sido dramático. El presidente de Anif, Mauricio Santamaría, calculó la pérdida de ingresos laborales en 21,6 billones de pesos entre marzo y julio. Es decir que en solo cinco meses los hogares colombianos perdieron cerca de dos puntos del PIB en ese rubro. Una verdadera tragedia para la vida diaria de muchas familias.

La bola de nieve de esa realidad llevó a los ciudadanos a decirle al Dane que el 85,9 por ciento no tendrá facilidades para comprar productos como alimentos, ropa y zapatos en los siguientes 12 meses. Nueve de cada diez encuestados serán incapaces de comprar artículos como televisores, lavadoras o muebles. Mientras tanto, un 95,5 por ciento estima que no tendrá la más mínima posibilidad de adquirir un carro en los siguientes 24 meses, nuevo o usado. Y el 86,1 por ciento de personas no estará en disposición de adquirir vivienda en los próximos dos años. Eso a su vez deja una estela de desesperanza frente a la meta de revertir pronto la tendencia del desempleo, cuando el sector de la construcción es clave para crear nuevos puestos de trabajo. El freno que pondrán los colombianos en las compras en el corto y mediano plazo no solo está atado a la reducción de sus ingresos; también a la percepción que tiene el 43 por ciento de encuestados de que los precios de los productos aumentaron demasiado. Y mientras las condiciones de empleo no mejoren, la capacidad de compra de los hogares permanecerá afectada. Varios sectores pueden recibir un fuerte impacto si los patrones de consumo que expusieron los colombianos por medio de la encuesta de Pulso Social continúan como en julio. El consumo de los hogares, antes del coronavirus, impulsaba 70 de cada 100 pesos que se movían en la economía del país. Ahora, cuando los colombianos reducen hasta sus gastos en alimentación, la situación es a otro precio. ¿Han servido 20 años de política social a favor de los pobres? Por eso el turismo, que tiene amplias expectativas de crecimiento a partir del primero de septiembre, cuando el Gobierno le dio luz verde, seguramente no tendrá los clientes necesarios para impulsar su locomotora. El 92,5 por ciento de los ciudadanos aseguró en la encuesta del Dane que no saldrá de vacaciones en los próximos 12 meses. Ese plan se hace en buena medida con ahorros, y un 64,1 por ciento de encuestados dice que no puede ahorrar. Además de la dificultad para comprar los alimentos, hay otras necesidades que no podrán suplir los colombianos porque no son prioritarias. José Antonio Ocampo, exministro de Hacienda y de Agricultura, expone que los resultados de la encuesta de Pulso Social no le parecieron tan catastróficos. Advierte que la gente evalúa negativamente el presente y tiene temor sobre el futuro. Por eso señala que el bienestar subjetivo que refleja el estudio al fin de cuentas no luce tan mal. Ante la disminución de las comidas por día, Ocampo considera que hay que mirar la otra cara de la moneda: el 75 por ciento de colombianos sí tiene para los tres alimentos diarios. ¿Cómo está el ánimo? Seis de cada diez ciudadanos percibe su estado de salud como bueno. Pero le contaron al Dane sobre el cambio de ánimo que han experimentado. El 71 por ciento de la población manifiesta estar muy preocupada o, al menos, un poco preocupada por el riesgo de contagio ahora que hay que volver a la nueva normalidad. En línea con esa respuesta, el 72,6 por ciento mostró su interés en aplicarse la vacuna cuando esté disponible. Como si estuvieran sentados en el diván de un psiquiatra, dejaron ver no solo lo que sucede en sus hogares de puertas para adentro, sino lo que tienen entre pecho y espalda. El 40,4 por ciento dijo sentirse nervioso con lo que está pasando. Un 22,5 por ciento confesó que gran parte del tiempo está triste, mientras que el 19 por ciento ahora tiene dificultades para dormir. Un 13,6 por ciento de colombianos experimenta soledad, y el 18,7 por ciento permanece cansado aunque su actividad haya disminuido. Empleo, la salida El encierro, la preocupación por la situación económica y la pandemia que aún sigue galopante por las calles se juntaron y están saliendo a flote después de seis meses de confinamiento total o parcial. Pero no solo la encuesta de Pulso Social muestra en cifras lo que antes eran pronósticos o conjeturas. Otro estudio reciente, realizado por la firma Insolvencia Colombia, halló que en este año, 1.400 colombianos se han acogido a la ley de quiebras, pese a que pocos ciudadanos conocen esa figura. Encontró que ocho de cada diez personas que acudieron a ese mecanismo de salvamento para aplazar sus obligaciones crediticias son profesionales con empleos bien remunerados, y seis de cada diez tienen ingresos superiores a 4 millones de pesos. En materia económica, la tabla de salvación para el país y los colombianos en general es el empleo. El Gobierno ha adoptado medidas para poner en manos de los ciudadanos más vulnerables algunas ayudas económicas, tras intensificar los giros de programas sociales tipo Familias en Acción y Colombia Mayor, o nuevas estrategias, como Ingreso Solidario. Sin embargo, solo la generación de empleo puede hacer realidad la recuperación de la economía y, más adelante, su reactivación.

El Gobierno nacional ya puso sobre la mesa su plan Compromiso por Colombia, con el que invertirá 100 billones de pesos en acelerar obras y generará más de un millón de empleos. Alcaldes y gobernadores también han trazado metas para crear empleos en los planes de desarrollo para sus regiones. Mejía propone un plan de choque en lo que llama la pequeña infraestructura pública, es decir, que el Gobierno empiece a poner recursos para hacer obras menores, como mejorar parques y andenes. Y gremios como la Sociedad Colombiana de Agricultores insisten en aumentar la inversión en vías terciarias, grandes generadoras de actividad productiva. Impulsar el empleo golpeado por el ataque del coronavirus, tanto calificado como no calificado, es una prioridad. Solo así el país retomará la senda de la recuperación y podría sentar las bases de la reactivación. Volver a empezar Armando Villamil regresa al municipio de San Pablo de Borbur, Boyacá, para ver en qué estado quedó su finca tras cinco meses de ausencia. Por la falta de información no se enteró de que la terminal de Bogotá abría entre las seis de la mañana y las diez de la noche, por lo que, junto con su hijo de 7 años y su tío, de 70, tuvo que aguantar frío desde las tres de la mañana mientras les permitían entrar. “Menos mal trajimos la cobija para el niño”, dice. Hace unas semanas le saquearon su tienda en el barrio La Estancia, en la localidad de Ciudad Bolívar, y las pocas ganancias que obtuvo durante el confinamiento se fueron en cubrir los gastos y reponer la mercancía para finalmente irse con las manos vacías. “Toca buscar la tierra, el campo, y regresarnos”, afirma Villamil. Su viaje no resulta fácil: el bus los deja en Chiquinquirá, un recorrido de tres o cuatro horas, y de ahí deben buscar otro transporte que los lleve al municipio en un tiempo similar. Además, es complejo dejar la ciudad porque su esposa no los acompañará debido al trabajo que consiguió como enfermera en la Subred de Occidente, así que, de aquí a diciembre, la familia estará dividida.

Los clientes fueron su mejor ayuda Carlos Julio Bernal proviene de una numerosa familia bogotana de 12 hermanos que le inculcó la ética del trabajo. A los 14 años empezó a ganarse la vida como lustrabotas, y su espíritu abierto y dicharachero le permitió ganarse el respeto de profesores y estudiantes de la Universidad Javeriana, que se convirtieron en sus clientes durante los últimos 28 años. Pero la llegada de la pandemia le transformó la vida: de un día para otro se quedó sin clientes, trabajo ni ingresos. La solidaridad de sus tradicionales clientes de la universidad le permitió sobrevivir durante la crisis sanitaria y garantizar su sustento y el de su esposa durante los meses de aislamiento. En todo ese tiempo no recibió ninguna de las publicitadas ayudas para las familias más vulnerables. Apenas supo de los anuncios de la reapertura, alistó sus implementos de trabajo y volvió a las calles en busca de oportunidades. Aunque sus ingresos se han reducido, no pierde la esperanza de que pronto mejore la situación y logre los recursos que necesita para pagar el arriendo, los servicios y la alimentación familiar.