La familia Rojas Rodríguez dejó de tener noticias de José Aldemar, el tercero de 13 hermanos, desde 2000. Tenía 38 años cuando desapareció de la vereda El Marfil (Puerto Boyacá), donde se crió y se ganó la vida machete en mano, como jornalero. “Para mí no es una sorpresa que él esté muerto, yo ya lo había llorado“, dice Pedro Rojas, su padre. Uno de sus hermanos confiesa que no lo sorprendió enterarse esta semana de que era guerrillero, pues con sus escasos estudios de primaria José Aldemar no conocía otra forma de ganarse la vida. Puede ver: La versión del vendedor de la camioneta blindada que estalló con 80 kilos de pentolita En la vereda donde vive la mayor parte de la familia no entra la señal de celular. Por eso, se enteraron mucho después de que el país conmocionado se lamentaba por el mortal ataque. Fue hasta cuando la foto del presunto responsable comenzó a circular en redes sociales y uno de sus hermanos que vive en área rural lo identificó, que pudo mandarle la razón a su padre con un vecino. En ese momento, el rostro que llevaban años sin ver aparecía en todos los medios de comunicación como el del terrorista que perpetró uno de los peores atentados en la historia de Bogotá. Allí se enteraron, entre otras cosas, de que José Aldemar había perdido una mano en la guerra. Según conoció SEMANA, no van a recuperar el cadaver para darle cristiana sepultura. Primero, no se los permiten los principios religiosos que ahora los guían y segundo porque el vínculo con José Aldemár desde hace muchos años está roto. De él, según dicen, no saben nada. Nunca llamó, ni les habló ni se preocupó por saber si estaban bien. Al menos el tiempo que compartierona su lado, no recuerdan haberlo visto con esposa o hijos. Relatan, igual que lo hicieron las autoridades, que en su juventud prestó servicio militar. El dato adicional, sin embargo, es que apesar que el hombre se presentó en Honda para que lo "enviaran a un lugar bien lejos", terminó trajando en la misma jurisdicción de la que él estaba huyendo. Aldemar Rojas se convirtió un explosivista curtido, pero con una marca propia de su trabajo en la guerra: había perdido la mano izquierda. Las huellas dactilares, conservadas pese a la explosión, permitieron a las autoridades perfilarlo en cuestión de horas. Pudieron saber que ingresó a las filas del frente Domingo Laín Sáenz en 1993. Aunque nació en Puerto Boyacá, hizo la conexión tras una de sus visitas a Arauca. Una vez adentro, escaló con facilidad en la guerrilla. Rápidamente, pasó de filtrar información a convertirse en instructor de los cursos de especialistas que dicta el ELN en Fortul. De acuerdo con la reconstrucción que hizo la Fiscalía, dio el salto más importante en 2012, un año antes de convertirse en responsable del frente Domingo Laín Sáenz, cuando consiguió entrar al estado mayor del frente de Guerra Oriental. En ese momento, Kiko o Mocho, como lo llamaban en las filas, ya se había convertido en un miembro clave de la estructura. Solo en 2017 logró desprenderse de su cargo militar y asumir como jefe de inteligencia, según informó un desmovilizado, y empezó a hacer los últimos contactos antes de su muerte.