Bogotá, sábado 2 de septiembre. Las filas que rodeaban la Catedral Primada parecían más propias de una semana santa que de un fin de semana cualquiera. Cientos de hombres, mujeres, ancianos, niños. Unos con camándulas colgadas del pecho, otros con el rosario enrollado en la mano, y hasta quienes llevaban la Biblia debajo del brazo. Algunos cerraban los ojos en la interminable fila, en señal de concentración. También, aquellos que preferían levantar los brazos a manera de alabanza. Al fondo, el lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, la patrona de Colombia, recién llegado a la ciudad, era testigo silencioso de la romería de los creyentes. Esos mismos que, con fe ciega y con la paciencia del santo Job, pasaron tres horas, o más, para que un sacerdote los atendiera. Había más de 20, con sotanas blancas. Era la maratónica jornada de confesiones con la que muchos capitalinos quisieron liberarse del pecado, y que el papa Francisco los agarrara confesados.María Suárez tenía cuatro meses sin arrodillarse en un confesionario. La invitación de su congregación para asistir a la ‘Confesatón’, como parte de su preparación para la llegada del sumo pontífice. Llegó con 10 pecados, los mismos que le contó al padre y que acumuló  por la falta de tiempo, dice. Las obligaciones la alejan de Dios, la oración y la eucaristía.

Juliana llegó a la catedral de la mano de su madre, desde el barrio San Mateo. Hace un año y ocho meses no sabía lo que era un confesionario. La mentira, aunque piadosa, es el pecado en el que más incurre. “Diosito perdóname por no confesarme hace rato”, pedía con nerviosismo, antes de que llegara su turno junto al oído del sacerdote. No tardó mucho. Juliana se levantó y dijo estar limpia para la visita del papa Francisco.Una pareja de jóvenes de 20 y 22 años llegaron desde Madrid, Cundinamarca, a pesar de que su última confesión había sido hace solo ocho días. Ambos llevaban colgados de su cuello una medalla plateada con la imagen de Jesús, que besaron al entrar a la catedral, antes de confesarse, al salir, o cada vez que se encomendaban. Se están preparando con oración, ayuno y obras de caridad para la llegada del papa, que para ellos traerá nuevos aires y bendiciones a los colombianos.Y estuvo allí Luis Castro, quien también se confiesa cada semana. Este sábado ya se había confesado en la mañana, pero había vuelto en la tarde por una bendición especial del sacerdote.La jornada, que inició a las diez de la mañana con la entronización del lienzo de la Virgen y con la confesatón, tuvo gran acogida por los fieles católicos, quienes sin importar la distancia de sus hogares se reunieron en la Catedral Primada para dar los últimos pasos de preparación. El objetivo “recibir con todas las de la ley a Francisco”, y qué mejor manera que con “la gracia del sacramento de la penitencia y visitando a Nuestra Señora”, como comentó monseñor Álvaro Vidales, el párroco de la catedral.La jornada tuvo risas, lágrimas, cantos, oraciones y súplicas. Y cómo en el pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesucristo expulsó a los mercaderes del templo, hasta hubo gritos y peleas provocados por quienes se querían colar en la fila. La Policía tuvo que sacar a los protagonistas del desorden.En la fila cercana de las confesiones el ambiente estaba más tranquilo. Había quienes, muy pacientemente, aprovechaban el tiempo para hacer profundos exámenes de conciencia. Otros, desesperados con la demora de algunos, pasaban de fila en fila tratando de ahorrar tiempo y ser atendidos rápidamente por los confesores.

FOTO: Daniel Reina / SemanaAl llegar el momento de la confesión, la mayoría de los penitentes se persignaban antes de ingresar o besaban sus camándulas. Al terminar, le contaron a SEMANA su experiencia y vivencia de lo que al papa Francisco le gusta llamar “el Sacramento de la alegría”. A rasgos generales, la mayoría de los asistentes tenían aproximadamente 10 días sin confesarse. Algunos se demoraban más de una hora yendo, pero intentaban sin falta ir semanalmente a la catedral a quedar en paz con Dios y con ellos mismos.La jornada fue todo un éxito, tanto que la visita al lienzo y la confesatón se extendieron cuatro días más. Todos ellos con notable asistencia de feligreses. Por algo Colombia es  la séptima nación con el mayor número de católicos bautizados en el mundo, y porqué se le llama el país del Sagrado Corazón.