“¿Mamá, cuándo vas a volver a jugar conmigo?”, me preguntaba Juan Pablo, mi hijo de 7 años. Era el día antes de la elección de Francisco. Venía trabajando como una loca desde el 11 de febrero de 2013, día de la renuncia de Benedicto XVI al trono de Pedro, la primera de un pontífice en 600 años, que había dejado al mundo atónito. La renuncia dio lugar al primer cónclave de la historia moderna de la Iglesia católica con una papa vivo. El ritmo de trabajo se multiplicó. Se avecinaba un cónclave lleno de incógnitas, muy distinto al de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, sin candidatos fuertes como lo había sido entonces Joseph Ratzinger.En medio del frenesí informativo, no había tenido tiempo para mis dos hijos, Juan Pablo y Carolina. Pero el 12 de marzo había empezado finalmente el cónclave, la elección ‘cum llave’, secretísima, del nuevo pontífice, y se avecinaba el desenlace. “Juan Pablo, no te preocupes, apenas elijan al nuevo papa las cosas se van a calmar, y voy a volver a tener tiempo para jugar”, le contesté a mi hijo, intentando tranquilizarlo, pero también a mí misma.
Foto: AFPEse mismo día, a las diez de la noche de Roma, Gerry, mi marido –vaticanista irlandés y uno de los mejor informados–, había vuelto a casa e irrumpió en nuestro escritorio haciendo un anuncio: “Mañana Bergoglio puede ser papa”. Sentada frente a mi computadora, entonces me quedé helada. “Pero tiene 76 años, tuvo su oportunidad en 2005, no la tomó y ahora ya no es su momento”, le contesté, recordándole los habituales argumentos de los vaticanistas que no incluían al arzobispo de Buenos Aires –ya a punto de jubilarse– en sus listas de papables.La advertencia de Gerry no era una expresión de deseos. Era el resultado de datos concretos, de cálculos realizados luego de diversas charlas con cardenales. Sumando mis informaciones, su conclusión era que Bergoglio había entrado al cónclave, que había empezado esa misma tarde del 12 de marzo, con un paquete más que consistente: 30 votos. Empecé a ponerme nerviosa, o mejor dicho, histérica. Si Bergoglio, que conocía desde febrero de 2001, llegaba a ser papa, el primer papa argentino, el primer latinoamericano, el primer jesuita, mi vida iba a cambiar drásticamente.Llamé de inmediato al diario La Nación, del que soy corresponsal. “Ojo, Bergoglio mañana puede ser el nuevo papa”, advertí a mis jefes. “¿Qué?”. “¿Estás segura, Betta?”. “¿No es más ganas que otra cosa?”, me preguntaban, sabiendo que tenía relación con Bergoglio, que incluso había bautizado a mis dos hijos.Les expliqué que no, que no eran ganas, sino información de primera mano. Como relaté en la biografía de mi autoría Francisco, vida y revolución, más allá de que 48 de los 114 electores ya lo conocían del cónclave anterior, había trascendido que Bergoglio había fulgurado ante los demás cardenales en su intervención de tres minutos y medio, en la congregación general (reunión precónclave) del jueves 7 de marzo. El entonces arzobispo de Buenos Aires había dicho que la Iglesia tenía que salir hacia las periferias no solo geográficas, sino existenciales, y había criticado a la Iglesia “autorreferencial, enferma de narcisismo, que da lugar a ese mal que es la mundanidad espiritual, ese vivir para darse gloria los unos con los otros”.A diferencia de otros papables que sonaban fuerte, detrás del cardenal argentino conocido por su perfil bajo, sus viajes en subte y colectivo por su amada Buenos Aires, su estilo de vida austero, su compromiso con los pobres, no había ninguna ‘cordata’, ninguna cordada, grupo de poder o lobby.Luego de convencer a los jefes del diario, esa noche, la última de ‘sede vacante’, es decir, sin papa en el Vaticano, escribí un artículo titulado Bergoglio puede ser la sorpresa del cónclave. Una nota pequeña, pero profética, que hizo historia: fui una de las pocas periodistas del mundo que adelantó la elección del primer papa argentino.
Foto: APAl día siguiente, segunda jornada del cónclave, que resultaría la última, llovía. No obstante, la Plaza de San Pedro se iba llenando de gente: curiosos, turistas que querían estar en un momento histórico, devotos que rezaban.A las 11:39, de la pequeña chimenea del techo de la Capilla Sixtina –donde tenía lugar la secretísima votación–, salió una fumata negra. En los dos escrutinios de esa mañana nadie había alcanzado el número mágico, es decir, 77 votos.Más tarde, en una larguísima conferencia de prensa en el Vaticano donde los nervios estaban a flor de piel, el director de la sala de prensa, el padre jesuita Federico Lombardi, explicaba que era normal que hubiera habido dos fumatas negras. No significaba que hubiera división entre los cardenales, aseguraba.Por la tarde, los cardenales volvieron a reunirse para otra votación. Seguía lloviendo en la Plaza de San Pedro, cada vez más llena de gente ansiosa, eufórica por vivenciar el primer cónclave en la era de Twitter. Una gaviota que se posó sobre la chimenea de la Capilla Sixtina se volvió la estrella de la tarde. Algunos comentaban que la gaviota había sido atraída por el calor de la chimenea. Otros, que era una señal. En Twitter comenzó a dar vuelta el hashtag #habemusbird…
Foto: Getty ImagesA las seis de la tarde tampoco había fumata. La ansiedad iba in crescendo. El clima era eléctrico. A las 19:06, cuando ya había bajado la noche en Roma, estalló una ovación y gritos de júbilo cuando salió finalmente la tan esperada fumata blanca de la pequeña chimenea de la Capilla Sixtina. Las inmensas campanas de la Basílica de San Pedro comenzaron a repicar, como todas las demás de las iglesias de Roma. El papa había sido electo, ¿pero quién era?Si en el cónclave de 2005 pasaron 45 minutos desde la fumata blanca hasta el habemus papam que anunció al mundo que Joseph Ratzinger había sido elegido, en el cónclave de 2013 pasaron 67 minutos que duraron una eternidad.Para estar preparada al anuncio que haría en latín el cardenal protodiácono, comencé a mentalizarme con que Jorge en latín se dice Georgium. Aunque también recuerdo que comenzaron a correr rumores de todo tipo. Uno indicaba que el perfil de Twitter del cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán y considerado por los medios italianos el gran papable, había sido cerrado, lo cual podría suponer que era el nuevo papa.A las 20:13 en el balcón central de la Basílica de San Pedro apareció el cardenal protodiácono, el francés Jean Louis Tauran, que leyó en latín la frase que todo el mundo esperaba: “Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio qui sibi nomen imposuit Franciscum”.Quedé paralizada. De la emoción, casi no podía tuitear la noticia del siglo para la Argentina: “EL NUEVO PAPA ES JORGE BERGOGLIO!!!”. Tan enloquecida estaba, que ni entendí enseguida un dato clave: que Bergoglio había elegido como nombre Francisco, todo un programa de gobierno, una revolución.
Foto: Getty ImagesCasi diez minutos más tarde, el padre Jorge vestido de blanco salió al balcón. Y empezó su pontificado magistralmente, siendo él mismo. “Hermanos y hermanas ‘buonasera’”, arrancó, tímidamente, provocando una ovación tremenda y conectándose enseguida con la gente.“Ustedes saben que el deber del cónclave era de darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al fin del mundo”, dijo, con acento argentino, pero en perfecto italiano. Estalló una segunda ovación. “Pero estamos aquí... Les agradezco esta acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo: ¡gracias!”, continuó, humilde. Sus 76 años –una edad que muchos expertos consideraban un impedimento– parecían haberse evaporado, había rejuvenecido de golpe.Ese día, comenzaba una nueva etapa para la Iglesia católica. Y una nueva etapa para mi vida, para seguir de cerca, como testigo privilegiado, el pontificado reformista de Francisco. “Mamá, me habías prometido que ibas a volver a jugar conmigo después de la elección del nuevo papa”, se quejaba Juan Pablo, días después de la elección de Jorge Bergoglio. Yo no daba abasto. Se habían de repente multiplicado mis compromisos y demandas. Me llamaban medios de todo el planeta para preguntarme quién era ese desconocido arzobispo de Buenos Aires; tenía que contar lo que sabía de él, escribir para el diario las crónicas de esos primeros pasos que comenzaba a dar en el Vaticano y hasta me habían pedido que hiciera una biografía. “Es verdad, Juan Pablo, te prometí volver a jugar –reconocí–, pero lo eligieron al padre Jorge... Y cambió todo”.*Periodista argentina, corresponsal del diario La Nación en el Vaticano y autora de la biografía de Papa Francisco, vida y revolución (2014).