Tuve mi primer contacto personal directo con Jorge Mario Bergoglio por teléfono. Recuerdo casi con exactitud la fecha y las circunstancias: eran los primeros días de abril de 2001 y Argentina estaba viviendo la etapa previa de la gravísima crisis económica y social que terminaría estallando el 20 de diciembre de ese mismo año.Quería invitar a un encuentro en la Asociación de Corresponsales Extranjeros, que en ese momento presidía, al máximo exponente de la Iglesia argentina. Apenas dos meses antes, en efecto, lo habían nombrado cardenal primado de su país.La experiencia de anteriores invitaciones de ese tipo me hacía prever que tendría que explicar el motivo del llamado a no menos de un par de secretarias y esperar varios días la respuesta. Dejo al lector imaginar mi sorpresa, al escuchar del otro lado del aparato la amable voz de alguien que se presentó como el padre Bergoglio. Mi interlocutor aceptó la invitación, pero con la misma gentileza rechazó la oferta de enviar un auto a buscarlo. “En la ciudad me muevo con el transporte público”, aclaró. Al llegar nos sorprendió nuevamente: se presentó solo, vestido como un simple sacerdote y con el muy usado portafolio negro, que lo acompañaría –en un futuro que nadie podía imaginar en ese momento– en todos sus viajes papales.Le recomendamos: La visita del Papa nos invita a dar el primer pasoEn el curso del encuentro nos asombró, tal vez en contraste con la sencillez y afabilidad del trato, su inteligencia, sus conocimientos y su lúcida interpretación de la realidad. Sentimos que lo que habíamos escuchado no era sino una ‘degustación’ del pensamiento profundo de un hombre con una visión clara de la Iglesia, de su país y del mundo: ¡no había que perderlo! Sentí que era necesario escribir un libro y compartí el proyecto con Sergio Rubin, un valioso periodista experto en temas religiosos.Tardamos varios años en lograr que aceptara, y en que nuestros diálogos se plasmaran en un libro que en su primera edición de 2010 se publicó con el título de El jesuita. Lo que ocurrió después nos convenció, sin embargo, de que la espera había valido la pena. El futuro papa –un destino que ni él ni nosotros imaginamos en ningún momento– nos abrió su mente y su corazón, contando no solo lo que pensaba, sino también lo que sentía y compartiendo con nosotros distintos momentos de su vida.Juntos recorrimos las etapas más significativas de un camino que lo llevaría tan lejos. Comenzando por la experiencia de la emigración que vivió su familia originaria de Portacomaro, un pequeño pueblo de la región de Piamonte en el norte de Italia, que en 1928 decidió emprender la aventura de cruzar el océano. “No estaban mal, en Italia tenían una confitería –relató Bergoglio–, pero mi abuelo quiso reunirse con tres de sus hermanos que habían emigrado en 1922 a Paraná donde habían creado una empresa de pavimentos”. Antes de viajar con su esposa Rosa y su único hijo Mario José Francisco, padre del futuro pontífice, Juan Bergoglio había vendido sus bienes para volver a empezar en el nuevo mundo. Una demora en esa operación les salvó la vida ya que debían embarcar en el buque Principessa Mafalda que se hundió al norte de Brasil antes de llegar a su destino. Finalmente realizaron el viaje en otro barco, el Giulio Cesare que atracó en el puerto de Buenos Aires en el mes de enero de 1929. De allí fueron directamente a Paraná, una pequeña ciudad a orillas del río del mismo nombre a 400 kilómetros al norte de Buenos Aires, donde vivieron hasta 1932 cuando la crisis económica los obligó a volver a la capital y a comenzar de cero.En contexto: 20 datos curiosos de la visita del papa a Colombia
El jueves 17 de diciembre nace en el barrio Flores, en Buenos Aires. Hijo de inmigrantes italianos, su padre es Mario Bergoglio, contador y empleado en un ferrocarril. Su madre, Regina Sívori, ama de casa, se ocupa de la educación de sus cinco hijos.Foto: Archivo ParticularEn esta ciudad, en una misa en el oratorio salesiano de San José, el joven Mario conoce en 1934 a Regina Sivori, hija de una familia de emigrantes de su misma región, con la que se casa al año siguiente. El 17 de diciembre de 1936 nace su primer hijo al que bautizan el día de Navidad de ese año como Jorge Mario, un nombre que poco más de 77 años más tarde decidiría cambiar por el de Francisco.Vivían en Flores, un barrio de casas bajas de la zona oeste de Buenos Aires donde la familia se fue agrandando con el nacimiento de otros cuatro hijos: Oscar Adrián, Alberto Horacio, Marta Regina y María Elena. La infancia del futuro pontífice fue feliz en sus recuerdos, sin necesidades, pero sin lujos. Y en esta parte de la historia aparece con fuerza la figura de la abuela Rosa, la madre de su padre, que supo transmitirle la herencia de una fe profunda e inconmovible.En sus relatos no faltaron las anécdotas: las tardes del sábado escuchando ópera por radio con su madre y sus hermanos; los domingos en familia viendo un partido de fútbol en el estadio de San Lorenzo, el equipo que aún sigue con entusiasmo; las salidas al cine para ver los últimos filmes italianos que a sus padres les recordaban el país que habían dejado atrás; y finalmente las lecciones de cocina. “Mamá quedó paralítica después del quinto parto, aunque con el tiempo se repuso –cuenta en El jesuita– y no podía hacer las tareas domésticas. Cuando llegábamos del colegio tenía los ingredientes preparados y nos decía cómo teníamos que mezclarlos y cocinarlos”. Ante la pregunta acerca de si se había convertido en un buen cocinero, nos respondió con ironía que por lo menos nunca había matado a nadie. Los que han probado sus platos, sin embargo, sostienen que no lo hacía nada mal.
Es enviado, junto con su hermano Óscar, al colegio salesiano Wilfrido Barón de los Santos Ángeles, ubicado en Ramos Mejía, al oeste de Buenos Aires. Foto: Archivo ParticularSu larga carrera académica comienza a los 5 años en el Jardín Maternal del Instituto de las Hermanas de la Misericordia, donde no puede continuar la escuela primaria porque las religiosas solo educaban niñas. Concurre entonces a un colegio del estado muy cerca de su casa, la escuela n.º 8 Pedro Cerviño. El colegio en el que continuó su educación secundaria tampoco quedaba lejos, en el barrio aledaño de Floresta. Era la escuela técnica n.º 12 donde se recibió seis años más tarde de técnico químico.Le puede intersar: Prográmese para conocer al papa Francisco en su visita a ColombiaLa adolescencia fue marcada por la valiosa experiencia del trabajo. Comenzó a los 13 años por consejo de su padre con una frase que nunca olvidó: “Conviene que comiences a trabajar”. Las primeras tareas fueron de limpieza en una fábrica de medias en la que su padre llevaba la contabilidad. Siguió con trabajos administrativos y luego, ya cerca de terminar el colegio técnico, en un laboratorio. Sus jornadas divididas entre la escuela y el empleo eran largas: arrancaban muy temprano y terminaban casi a la hora de la cena, pero recuerda esa época con agradecimiento. “El trabajo es una de las cosas que mejor me hizo en la vida y aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana”, nos dijo, remarcando su convencimiento de que es precisamente el trabajo el que da dignidad a una persona, no el abolengo ni el estudio.
A los 20 años ingresa al seminario del barrio Villa Devoto de Buenos Aires. Cuando cursa el segundo año del seminario, solicita el ingreso a la Compañía de Jesús. Foto: Archivo ParticularCuando era joven, a Jorge Bergoglio, como a la mayoría de su edad, le gustaba bailar y el tango y la milonga eran sus preferidos. Hacía deportes, coleccionaba estampillas y tuvo un noviazgo que, según él mismo contó, terminó cuando sintió la vocación religiosa. Un momento central en la vida del futuro papa que recuerda siempre con profunda emoción.Una confesión con un sacerdote desconocido le cambió la vida según su propio relato. Tenía 17 años y el 21 de septiembre se preparaba para festejar la llegada de la primavera austral dando un paseo con su grupo de amigos. Nunca llegó a esa cita porque antes pasó por la iglesia de su barrio donde alguien más lo aguardaba sin él saberlo. “Fue la sorpresa, el estupor del encuentro con quien te está esperando, Dios que siempre llega primero”, nos dijo.La entrada al seminario, sin embargo, demoró un tiempo. Su padre y su abuela recibieron la noticia con alegría. No así la mamá que soñaba con un hijo médico y le pedía que madurara un poco más la decisión de la que se había enterado casualmente viendo en su escritorio libros de teología. “Voy a estudiar medicina –fue la explicación–, pero para curar las almas”. Este episodio de su vida nos dio pie a nosotros para una ironía. “Tal vez su madre pensó que no era lo suyo, que no iba a llegar lejos en esta carrera…”, comentamos, sin saber que pocos años después el que ya era cardenal primado de Argentina iba a ser elegido sucesor de Pedro.Estando ya en el seminario otra experiencia lo marcó a fuego. Una grave neumonía a consecuencia de la cual sufrió la ablación de la parte superior del pulmón derecho, donde le habían encontrado unos quistes, casi priva al mundo del papa latinoamericano. Jorge vio la muerte de cerca y sufrió mucho sin encontrar consuelo, sino en las palabras de una religiosa a la que quería mucho: “Lo estás imitando a Jesús”. Una frase que nunca olvidó y que lo ayudó entender y dar sentido a su propio padecimiento y al de los otros, tomando en cuenta que “el dolor no es una virtud en sí misma, sino que puede ser virtuoso el modo en que se lo asume”.Bergoglio cursó los primeros dos años de estudio para sacerdote en el seminario diocesano y los siguientes, tras otra opción importante en su vida, en el de la Compañía de Jesús. Antes de ordenarse vivió una etapa inolvidable para él y para quienes la compartieron, un grupo de adolescentes del prestigioso colegio de la Inmaculada Concepción de la ciudad de Santa Fe, a los que le tocó dar clases de psicología y literatura durante dos periodos escolares. Con uno de ellos, Rogelio Pfirter, acaba de encontrarse nuevamente habiendo cambiado los roles: el profesor convertido en la cabeza de 1.200 millones de católicos y su entonces joven alumno como nuevo embajador argentino ante el Vaticano.
Hace sus primeros votos como jesuita. Se traslada al seminario jesuita de Chile, ubicado en la comuna rural de Padre Hurtado, a 23 kilómetros de Santiago, para prepararse para el sacerdocio y estudiar humanidades. Foto: Archivo ParticularEl diplomático, hablando de los años del colegio, lo recuerda como “sonriente, afectuoso y carismático, pero exigente y serio en lo académico. En las clases nos preparaba para la vida de la adultez, nos enseñaba a pensar, a tener derecho a hacer preguntas y no encontrar contradicciones entre lo que la ciencia y la tecnología podían producir y la fe”. Siguieron otros dos periodos de docencia en el Colegio de El Salvador de Buenos Aires y luego la tan esperada ordenación, el 13 de diciembre de 1969. Desde el deslumbramiento de la vocación habían pasado 12 años, de los cuales 8 fueron de intenso estudio y trabajo de preparación. La formación siguió otros 2 años en España y finalmente el 22 de abril de 1973 llegó la profesión perpetua como jesuita.De regreso a la capital argentina, su “lugar en el mundo”, como la definió muchas veces, siguió enseñando en la Facultad de Teología de la localidad de San Miguel. Fue rector del llamado Colegio Máximo de los jesuitas hasta 1972, cuando con 36 años la compañía lo designó provincial, el más joven que se recuerde. Una época difícil y de prueba que recuerda con dolor, en un país signado para la violencia de una durísima dictadura militar. Bergoglio dio refugio a perseguidos y salvó vidas, pero hasta hoy sigue sufriendo por lo que no pudo hacer.
Hace sus primeros votos como jesuita. Se traslada al seminario jesuita de Chile, ubicado en la comuna rural de Padre Hurtado, a 23 kilómetros de Santiago, para prepararse para el sacerdocio y estudiar humanidades. Foto: Archivo ParticularDespués de un retiro como confesor en la ciudad de Córdoba –etapa que algunos de sus compañeros definieron como un exilio– regresó a su ciudad natal, su amada Buenos Aires, para seguir el recorrido que lo llevaría hasta ser el vicario de Cristo. El nombramiento de obispo llegó por sorpresa: se lo comunicó el nuncio apostólico Ubaldo Calabresi el 13 de mayo de 1992.El 27 de junio del mismo año recibió la ordenación episcopal y pasó a desempeñarse como uno de los cinco obispos auxiliares de Buenos Aires a cargo de la vicaría de Flores, el barrio porteño donde creció y nació su vocación. Una etapa feliz para el padre Bergoglio –así quiso siempre que continuaran llamándolo– hasta que llegó otra importante noticia. Es nuevamente el nuncio quién se la comunica en un almuerzo en el que hace traer una botella de champagne y una torta. Ante la sorpresa de su invitado, el anfitrión aclara que no es su cumpleaños, sino que hay festejar que ha sido nombrado obispo coadjutor de Buenos Aires con derecho a sucesión. Esto implicaba que sería el próximo arzobispo de la capital. Un cargo que asumió en febrero de 1998 al morir el cardenal Antonio Quarracino, su predecesor, el mismo que lo sacó del olvido y que creía firmemente en su dotes para conducir la Iglesia argentina.
El 21 de febrero de 2001 Juan Pablo II lo ordenó cardenal. Bergoglio hizo parte de los primeros 43 nuevos purpurados del tercer milenio. Foto: Archivo ParticularTres años después, en otra etapa difícil de la vida del país, sumergido en una crisis económica sin precedentes, fue nombrado cardenal. Ya en el cónclave de 2005, que eligió a Joseph Ratzinger como sucesor de Juan Pablo II, muchos de sus pares pusieron sus ojos en él como posible papa. En el 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, la gran mayoría (según trascendidos 100 de los 117 electores optaron por su candidatura) no tuvo más dudas: Jorge Bergoglio era el hombre que necesitaba la Iglesia.Desde su llegada al trono de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, quien elegiría por primera vez en la historia del pontificado el nombre de Francisco no dejó de sorprender. En su primer mensaje cercano y coloquial dijo que sus hermanos cardenales lo habían ido a buscar casi al fin del mundo. Una mención correcta geográficamente, pero que no reflejaba la realidad de su procedencia: Buenos Aires, una metrópolis cosmopolita de la que el cuento El Aleph, del gran escritor argentino Jorge Luis Borges, casi parece una metáfora. Una ciudad donde pudo tocar de cerca muchos de los males que hoy sufre el mundo, pero también ver y dar maravillosos ejemplos de altruismo y solidaridad.En todos los años de su largo recorrido eclesiástico y hasta hoy, Jorge Bergoglio nunca dejó de seguir su verdadera vocación, la de ser un pastor que imparte los sacramentos, que está cerca de sus fieles, que los visita en especial en los lugares de dolor acompañando a los que sufren, siempre cerca de los desvalidos y tomando distancia de los poderosos. Un pastor con los pies en la tierra, las manos tendidas y una ejemplificadora coherencia de vida. Con una gran sabiduría, pero sensible y cercano, capaz de escuchar y entender al otro. Con una mente clara, el corazón abierto y la mirada hacía los hombres y hacia Dios.Muchos dicen que la Iglesia y el mundo lo estaban esperando para un profundo cambio, que solo puede partir de la conciencia personal y colectiva.*Coautora de El jesuita (2010).
El 21 de febrero de 2001 Juan Pablo II lo ordenó cardenal. Bergoglio hizo parte de los primeros 43 nuevos purpurados del tercer milenio. El 13 de marzo es elegido máximo jerarca de la Iglesia católica. El cardenal Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, se convierte en el primer latinoamericano y el primer jesuita en ocupar la silla de san Pedro. Foto: Archivo Particular