No para la indignación en el país por las declaraciones del ministro del Interior, Alfonso Prada, quien dijo que los hechos presentados en San Vicente del Caguán, Caquetá, donde murieron un civil y un policía, y se dio el secuestro de 78 policías, se trató de un cerco humanitario. Los mismos uniformados que fueron víctimas de la guardia indígena manifiestan su indignación.

liberación uniformados del Esmad que estaban secuestrados por la guardia indígena en San Vicente del Caguán Caquetá marzo 3 del 2024 Foto Semana API | Foto: Revista Semana

Jaime Silva, es uno de los patrulleros que estuvo secuestrado por la guardia campesina y decidió romper su silencio en SEMANA al sentirse indignado con las declaraciones del ministro Prada. El uniformado, dijo que el ministro no estuvo en la situación crítica que a él le tocó vivir y que por eso a Prada le queda “fácil maquillar las cosas”.

“Él no estuvo allá (Ministro Alfonso Prada), no puede decir eso, siento indignación, él no supo la humillación que tuvimos, el no supo la decepción que tuvimos con ellos por no habernos dado respaldo y apoyo, para él es fácil decir eso, maquillar las cosas, pero eso no pasó así, ese día del secuestro llegaron dos camiones y nos iban a vender a la guerrilla”, indicó el uniformado al hacer el duro reclamo al ministro Prada.

Para el Policía, el Gobierno y el Ministerio de Defensa, le deben muchas explicaciones al país. Aseguró que ellos estuvieron más de cuatro horas pidiendo refuerzos y nunca llegaron, que en el sitio había Ejército y no los apoyaron. “El ejército nos dejó morir”, dijo Silva.

Y es que su reclamo radica en que a él y sus compañeros el gobierno los dejó solos, a merced de unos sujetos que lo único que querían ver era sangre derramada, contó. “Para llevarnos al campo petrolero si dispusieron de helicópteros y todo, pero no fueron capaces de enviarnos refuerzos pese a que a esa zona era fácil que enviaran unidades para apoyarnos”, señaló el policía.

El subintendente Ricardo Monroy le había comentado a su esposa que sentía miedo por su seguridad. Le dijo que no estaban debidamente apoyados, que el Ejército no se hallaba en el sector y la comunidad estaba muy hostil.

“El ataque comenzó como a eso de las 5 y 30 de la mañana, duramos más de cuatro horas resistiendo y pidiendo apoyo hasta que nos quedamos sin munición, la capacidad de nosotros no daba tanto para extendernos, por la cantidad de gente que había, eran como 5.000 personas”, dijo.

Agregó que, “nosotros no teníamos municiones nada, y miro al compañero (subintendente Monroy) que prácticamente ya estaba peleando cuerpo a cuerpo, no había granadas de aturdimiento, no había gases lacrimógenos, no había ya nada, por eso pedíamos tanto el apoyo, tampoco tuvimos apoyo del Ejército, prácticamente nos dejó morir, el Ejército no hizo nada, están ahí, no se que pasó, quiero que me expliquen si fue orden de arriba para que no nos apoyaran”.

Siguiendo con su relato manifestó Silva que, “estuvimos solos, el Ejército estaba ahí en el complejo y al ver que estaba sucediendo todo eso ellos se fueron para la base, alguien les ordenó que se fueran para la base, al lado de ellos secuestraron a algunos de nuestros compañeros y ellos no hicieron (Ejército) nada, un compañero me contó que le pidió ayuda al Ejército y no hicieron nada”.

Sobre el crimen del subintendente dijo que, “yo estaba intentando sacar tres perros antiexplosivos para evitar que fueran quemados por los campesinos, pero al final los terminaron quemando (...) cuando veo que a él (subintendente Monroy) lo atacaron como entre siete y diez personas, y miro que al compañero lo estaban arrastrando, yo arranco a correr y lanzo piedras para evitar que se lo llevaran pero era mucha gente, los encapuchados lo arrastraban como si fuera un trofeo de guerra, con otros compañeros lo pudimos rescatar enfrentándonos con ellos”.

Dijo que los atacaban con machetes, “tenían la sangre en la cabeza, iban macheteando, pegando puños, con palos (...) luego de que lo recatamos otro compañero lo levanta, corren unos metros, yo estaba adelante y cuando volteo a mirar el compañero ya estaba sangrando, por la cabeza botaba mucha sangre, bota sangre por la boca y en el cuello botaba mucha sangre, y luego de descompensó muy rápido, yo traté de auxiliarlo con el enfermero, lo reanimamos pero ya estaba muy mal, tratamos de frenar la hemorragia, pero la puñalada era muy profunda, tenía tres heridas, dos machetazos en la cabeza y una en el cuello”.

“Prácticamente se nos murió en los brazos, se nos fue rápido, al compañero le dieron en una parte letal, hicimos todo lo posible por salvarlo (...) y ahí sentí mucha decepción por habernos dejado solos, no entiendo y quiero que el gobierno me responda por qué nos dejaron solos, porque no llegó el apoyo, por qué no llegó munición, más de cuatro horas y media peleando y porque no llegó el apoyo, estábamos entre Caquetá la Macarena, donde hay grupos al margen de la ley, no entiendo por qué nos metieron en ese sector solos,”, recalcó Silva.

Habla la esposa del policía asesinado

El mayor afán que tenía el subintendente Ricardo Arley Monroy Prieto era regresar lo más pronto posible a su hogar en Neiva para consentir a su hija de 8 años, la luz de sus ojos, quien estaba enferma. La niña había sido hospitalizada y necesitaba los abrazos de su papá, que, irónicamente, no volverá recibir y se convertirán en recuerdos por cuenta de una turba enardecida que lo mató con un puñal y sin compasión.

Los hechos ocurridos son de público conocimiento. Una multitud enfurecida de indígenas, por supuestos incumplimientos en proyectos sociales, arremetió contra un contingente del Esmad, que se encontraba brindando seguridad a una instalación petrolera de la empresa Emerald Energy, en San Vicente del Caguán, Caquetá.

Los violentos no midieron las consecuencias de sus actos y asesinaron en estado de indefensión al uniformado, dejando a una esposa sin su pareja y a dos niños, un bebé de 4 meses y una niña de 8 años, huérfanos de padre.

“Mi esposo no merecía que lo asesinaran como lo hicieron”, le dijo a SEMANA Yaneth Calvo, la esposa del subintendente Monroy Prieto. Con la voz entrecortada, haciendo pequeñas pausas para tomar aliento y continuar con el relato, Yaneth reveló detalles de la última conversación con su cónyuge.

El pasado viernes, el bebé del subintendente Ricardo Monroy cumplió cuatro meses de nacido. Su esposa, Yaneth, y su hija lo acompañan en la foto.

Aseguró que esa llamada fue un día antes al crimen, el pasado miércoles. En medio de la amorosa charla, lo primero que hizo el uniformado fue preguntar cómo estaba su hija, cómo le había ido en el médico y cómo estaba el bebé. “Era excelente padre, inmejorable, muy amoroso con sus hijos, quería estar con ellos en todo momento”.

Sobre su permanencia en el Caquetá, aseguró Yaneth que el uniformado le había comentado que sentían miedo, pues la situación en esa zona estaba muy pesada. “Él me dijo que si algo les pasaba era porque no tenían seguridad, que no había Ejército para apoyarlos. ¿Qué podían hacer si les lanzaban bombas incendiarias?”, señaló Calvo, al indicar que el Gobierno “los dejó solos”.

La zozobra con la que permanecían los uniformados era latente. Según la esposa del policía asesinado, se debía al comportamiento de las personas de la zona que no querían que hubiera presencia de la fuerza pública en el sitio. “Ellos llevaban 15 días allá, yo siempre sentí miedo, pero no quise expresarle ese temor a él”, comentó.

Más de 800 campesinos e indígenas superaron al escuadrón del Esmad que estaba custodiando un campo petrolero en San Vicente del Caguán, Caquetá. Los pobladores les quitaron los uniformes, el armamento y los secuestraron.

Desmotivado

En diciembre del año pasado, recalcó Yaneth, se habían sentado a hablar sobre el futuro en pareja. Él le comentó que se quería retirar de la Policía porque se sentía desprotegido, sin garantías y abandonado desde que había asumido el presidente Gustavo Petro. Para el uniformado, según su esposa, el panorama que veía no le gustaba, en “donde los delincuentes tenían más garantías que los policías”, manifestó.

“Siempre dijo que el Gobierno los estaba dejando solos, que los derechos humanos a ellos no se los aplicaban, que estaban dejando a los delincuentes libres y a los policías prácticamente solos, que había mano dura con los uniformados y privilegios con los delincuentes”, relató.

Por estas razones, dijo Yaneth, el subintendente ya planeaba abandonar la institución, a la que le había dado los mejores años de su vida y de la cual quería desprenderse para dedicarse a negocios familiares. Sentía que su tiempo ya estaba cumplido.

“Lo hablamos en diciembre y me dijo que estaba aburrido de tanta viajadera, de arriesgar la vida por nada. Entonces, estábamos pensando en buscar una opción de negocio, porque él se quería dedicar a sus hijos. Los quería ver crecer”, manifestó.

Uniformados siendo retenidos por la guardia indígena.

La última llamada de Monroy

En medio de su doloroso relato, Yaneth recordó con detalles esa última llamada con su ahora fallecido esposo. La hora la tiene precisa: nueve de la noche. “Todo me imaginé menos que esa era la última vez que lo iba a escuchar”, dijo en medio del llanto.

Relató que finalizando la conversación le dijo que tenía que descansar, que la situación era compleja y debía cumplir el turno de guardia porque no sabía qué podía suceder, la comunidad estaba muy hostil con los policías.

“Veo mucha violencia y odio en el país contra unas personas que solamente están cumpliendo con un deber, que estaban cumpliendo con un trabajo”, manifestó, retomando las palabras de su esposo.

En medio del dolor que siente, lo que le causa profunda tristeza es que campesinos terminaron asesinando a campesinos, pues los orígenes del uniformado son del campo, sus papás son trabajadores de la tierra y él se crio en ese ambiente en Cómbita, Boyacá. “Todos tenemos que rendirle cuentas a Dios”, dijo Yaneth al referirse a los asesinos, que portaban el uniforme de la guardia indígena.

Ricardo Arley Monroy Prieto, uniformado asesinado en Caquetá. | Foto: Cortesía Autor Anónimo

¿Qué hay detrás de la toma?

En medio de los violentos enfrentamientos, que dejaron la muerte del policía Monroy y del campesino Reinel Arévalo, se encuentra la empresa Emerald Energy, contra la cual estaban dirigidas las protestas de la guardia indígena.

El escuadrón del Esmad había sido ubicado allí porque ya había reporte de amenazas y de un posible hecho de violencia por parte de los pobladores. La comunidad se quejaba por los supuestos incumplimientos en los programas sociales en la región, la pavimentación de las vías, la protección ambiental, entre otros compromisos que había asumido la empresa.

Desde hace unos 40 días, los pobladores se habían hecho presentes en inmediaciones al campo petrolero para reclamar el cumplimiento de lo pactado, generando tensión en el sector al ver que no se hacían efectivos los compromisos. El desenlace no pudo ser peor. Hubo un violento enfrentamiento y los policías fueron superados en número y obligados a rendirse.

Este hecho fue aún más grave, pues a través de diferentes redes sociales circularon audios de los uniformados, en medio de la confrontación, denunciando que el mando central de la Policía los abandonó, no les enviaron los refuerzos ni tampoco hubo apoyo del Ejército.

¿Humillados?, Policías denuncian que no fueron apoyados durante jornada violenta en Caquetá, la comunidad los desarmó y los retuvo. | Foto: Archivo particular

“No hay derechos humanos, no existen, ya tenemos dos compañeros muertos. ¿Central? (...) La vida de nosotros no vale nada”, decían los policías en medio del desespero por ser auxiliados.

Este hecho dejó varios interrogantes: ¿la toma violenta fue organizada por la guardia indígena o hubo constreñimiento de las disidencias de las Farc de Alexánder Díaz Mendoza, alias Calarcá, que delinquen en la región?

¿Por qué la central no les brindó apoyo a los uniformados? ¿Hubo una reacción tardía por parte del Gobierno, pues solo hasta el viernes viajó el ministro de Defensa, Iván Velásquez, al sitio?

Al final, la imagen que lamentablemente trascendió fue la de una comunidad violenta que secuestró a decenas de agentes del orden, los humilló, quitándoles sus uniformes, armamento, dejándolos en pantaloneta, amarrándoles las manos, encerrados en un camión, como si se tratara de ganado, y la falta de reacción del Gobierno tras el hecho violento y las reclamaciones sociales.