La fila parece interminable. En orden, respetando el turno, vehículos de servicio público y particulares alcanzan las cinco, seis cuadras antes de llegar a una estación de gasolina. Tardan horas esperando desde uno hasta seis galones de gasolina, el máximo autorizado para vender en Cali, una ciudad industrial y de amplio desarrollo, pero que está sitiada por los paros. Las manifestaciones completan 13 días y amagan con extenderse aún más.
“No hay combustible”, dice un letrero gigante en la entrada de la estación de gasolina. Pero no importa: quienes hacen fila tienen fe de que en cuestión de horas, mientras esperan turno, llegue el carrotanque y los abastezca. Provienen, en su mayoría de Yumbo, Valle, un pueblo afectado por los bloqueos, pero al que logran pasar gasolina en camiones blindados por tropas militares agolpadas a ambos lados del vehículo para evitar el vandalismo. Así, solo así, se surte a cuentagotas la ciudad.
Desde las 5:00 p.m., empiezan a llegar los autos. Sus conductores, con rostro de cansancio, inician una maratónica espera de 12 horas para medio llenar su tanque. El cuadro, de noche, es demoledor. Los acompañan hijos, esposas y amigos, que se turnan para dormir mientras el otro vigila que el carro no sea vandalizado. Cali pasa por un difícil momento de orden público, hay muchos intereses en el ambiente, y se desconoce quién puede sorprender. “Lo mejor es no pegar el ojo”, cuenta a SEMANA José Vicente Melo, conductor de un taxi que está de primero para abastecerse.
Su plan es comenzar a recorrer las calles de la capital del Valle –unas vías sacudidas por las quemas, pero que los ciudadanos han vuelto a frecuentar desde hace unos días– apenas pueda tanquear. “La gasolina solo alcanza para mediodía”, confiesa Ferney Gómez, otro conductor con rostro de preocupación. “Y, ¿después? Nada, a dormir en la tarde”, responde. Apenas cae la noche, la rutina los obliga a regresar a la fila, siempre y cuando no tengan pico y placa.
La Alcaldía quisiera surtir a gasolina a quien se antoje, como ocurría antes de empezar el paro, pero es imposible. El combustible lo traen de una zona sitiada, casi que presionando a quienes impiden su paso. En algunos casos, indígenas; en otras, hombres extraños, jóvenes encapuchados que pronuncian palabras de grueso calibre apenas observan a la fuerza pública. Además, gran parte de las estaciones de gasolina fueron vandalizadas.
El coronel Gerson Molina Álvarez, oficial coordinador de la ruta logística de combustible del Ejército en Cali, reportó a SEMANA que más de 300 militares logran diariamente que a la capital ingresen hasta 140.000 galones de gasolina, de los 430.000 que entraban antes del paro. Aunque las cifras van en aumento y seguramente volverán a ser como antes, de momento será casi imposible abastecer rápidamente a la ciudadanía. La razón: más de diez estaciones de servicio fueron vandalizadas. Quedaron destrozadas.
SEMANA acompañó al Ejército a resguardar más de 13 camiones y carrotanques de gasolina desde Yumbo hasta Cali y municipios del Valle. Los conductores de los carrotanques están trasnochados, con horas de viaje, y esperan a que, por fin, después de 24, 36 horas, puedan mover su combustible. Hasta hace unos días –reconoce el conductor Fernando Jiménez– era imposible circular por las vías. Los vándalos se trepaban a los camiones, intimidaban y amagaban con abrir las llaves del tanque y derramar el producto. Hoy los delincuentes no pueden hacerlo porque al Ejército –añade– le tienen respeto.
Adelante van los camiones. Intercalados circulan los carros con militares armados hasta los dientes que van abriendo paso solo con su presencia. El ruido de una sirena adorna la escena.
En los pueblos del Valle, es más la gente que aplaude, grita, eleva sus manos en señal de agradecimiento con la tropa. Son más los caleños preocupados, angustiados, que piden casi a gritos que levanten un paro que amenaza con arruinarlos, unos bloqueos que se sumaron a un año de encierro y de pobreza en el país. La ciudad entiende el clamor y los reclamos, pero los ciudadanos tienen claro que ya es hora de retornar a la normalidad.
Los rostros de agrado al paso de carros militares son evidentes. En las bombas de gasolina –por ejemplo– aplauden apenas pasa el carro militar custodiando el producto. “¡Llegó, llegó... bravo!”, gritan mujeres, niños, ancianos que llevan horas, días, haciendo filas, mezclando el sol con el sereno, en espera de un turno para tanquear.
La escena es diaria, porque el Ejército cada mañana custodia los carrotanques de gasolina. Y mientras tanto, la gente sigue haciendo la misma fila, con igual paciencia hasta que los bloqueos acaben. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Solo se tiene certeza que, aunque las estaciones ofrecen el combustible al mismo precio, hay contrabandistas que hacen su agosto y, camuflados, venden el líquido hasta tres veces más costoso. Sin embargo, comprarles gasolina a los ilegales es comprar un problema: casi siempre, mezclan el combustible con agua y engañan a la gente.