El pasado mes de marzo, cuando el planeta completaba un año sin despertar de la pesadilla de la pandemia del coronavirus, se superaron los volúmenes históricos de lluvias en el país, según el reporte de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres. Pero el temporal que cayó sobre el Gobierno del presidente Iván Duque desde el 28 de abril superó ese récord y fue de proporciones bíblicas.
Aquella tarde, el aguacero que sacudió el centro de Bogotá parecía encajar como anillo al dedo, pues, al no conseguir atajar el paro nacional, el agua podría disipar a los manifestantes. Pero los miles de personas que salieron a las calles, desafiando la pandemia, se prepararon para lo que fuera, como quien ya no tiene nada que perder. La lluvia fue incapaz de humedecer la mecha que ese día empezó a prenderse, junto con una cantidad de pólvora acumulada desde décadas atrás. Una vez más, las marchas fueron desplazadas por pedreas, saqueos, incendios y gases lacrimógenos. El país comenzó así a revivir imágenes propias de los días más violentos de su historia.
Semejante tormenta le cayó encima al presidente más joven de la historia –elegido a la edad de 41 años–. Colombia no había visto a un jefe de Estado con el agua tan al cuello como a Belisario Betancur en 1985; aunque a él le sobrevinieron auténticas catástrofes: la toma del Palacio de Justicia entre el 6 y 7 de noviembre, y la avalancha de Armero, una semana después. A Betancur, el presidente sabio, poeta y conciliador, no le quedó otra que encomendarse a Dios y motivar al pueblo a salir adelante.
A Duque esa fórmula no le funcionará. El país está atizado por dos extremos políticos y por una llamada “lucha de clases” que nunca se había manifestado de esa manera. Quizás, la chispa que ayudó a prender la mecha la puso Duque cuando se lanzó al agua con una reforma tributaria y amenazó con meterse al bolsillo de miles de colombianos que sienten que no pueden más. El mandatario decidió aguantar el temporal. Pero tuvo que retroceder. Comenzó por decir que no retiraría el proyecto; luego, que no sabía de dónde habían salido propuestas como el impuesto funerario; y, al final, terminó por retirar el texto definitivamente en una rueda de prensa el domingo 2 de mayo.
Este tsunami se llevó la cabeza del ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla. Como en los años en que las tormentas se llevaban las antenas de los hogares y cortaban la señal de televisión, el paro cortó la del programa Prevención y acción el martes 4 de mayo. Al día siguiente, quizás pensando en que se jugaría una carta ganadora, Duque ratificó que Colombia realizará la Copa América en junio. Si en 1982 Betancur se ganó la impopularidad y las rechiflas del pueblo colombiano, porque consideró que el país debía renunciar al privilegio de ser sede del Mundial de fútbol de 1986, Duque se la ganó, pero por la decisión contraria.
A diferencia de aquella época, que privó al país de ver al mejor Diego Maradona en sus estadios, esta vez el sentir de la mayoría del pueblo es que Colombia no está para fútbol. Incluso, la liga colombiana quedó suspendida hasta nueva orden, pues no hay un espacio donde se puedan jugar las semifinales. En Barranquilla, la casa de la selección, la que podría unir al país en estos momentos, hasta gases lacrimógenos se sintieron en el Romelio Martínez durante un partido de la Copa Libertadores. La violencia y la muerte ya se habían tomado las calles. Una bala de un policía acabó con la vida de Santiago Murillo, de 19 años, en Ibagué.
El capitán de la policía Jesús Alberto Solano Beltrán fue apuñalado por defender un cajero. Y un asesino a sangre fría atacó a Lucas Villa en Pereira con ocho tiros. Este martes, el estudiante perdió la batalla. Tras seis días conectado a una máquina, su corazón dejó de latir. En medio de los días más turbulentos de su Gobierno, Duque convocó a un diálogo con los voceros del paro el lunes pasado. El fin de semana, las llamas habían atizado Cali, y el presidente viajó a la capital del Valle en la madrugada pocas horas antes de ese encuentro. Regresó a la Casa de Nariño, donde no se logró ningún acuerdo.
Los días siguientes, Duque ofreció ramos de olivo. Pero estos no calmaron los ánimos. Anunció, por ejemplo, la matrícula cero para estudiantes de estratos 1, 2 y 3. Mientras tanto, las calles seguían llenándose con el coronavirus al acecho. El miércoles, la covid alcanzó récord de muertes: 505. La cifra de contagios ha rondado los 20.000 en los peores días. Y la capacidad hospitalaria comenzó a desbordarse. La muerte no está solo en las unidades de cuidados intensivos. A 15 días del paro, la Fiscalía reporta 14 homicidios, y la Defensoría contabiliza más de 40. Organizaciones sociales hablan de 800 heridos.
Colombia volvió a ocupar así los titulares de la prensa internacional, con una noticia conocida: la violencia. Y, en el peor momento en años de imagen en el extranjero, el presidente sufrió otro golpe: la caída de su canciller. Con ella, ya eran dos ministros por fuera en medio de la crisis. Tormenta anunciada Como si hubiera sido una premonición, Duque inició su gobierno, el 7 de agosto de 2018, en medio de un vendaval, que arrasó banderas y sombrillas en la plaza de Bolívar. Para muchos, la que soporta el mandatario hoy es la tormenta perfecta. Unos, los más radicales, ven la oportunidad de pedir la renuncia del presidente, y sacar al uribismo del poder; otros, un escenario ideal para hacer justicia por mano propia, y enfrentar los desmanes.
Mientras tanto, a una orilla la favorece la rabia para sacar réditos en las próximas elecciones; y, hasta algunos de los cercanos al mandatario, el momento perfecto para desmarcarse de él, también por temor a un fracaso electoral. A las calles incendiadas se suma el combustible de las redes sociales, que evocan lo peor de la polarización que desde hace varios lustros se ha venido agudizando en el país. Cualquier comentario puede ser un fósforo con capacidad para provocar un Bogotazo entre amigos, vecinos y familiares. Los que apuestan por la renuncia de Duque, tal vez, no contemplan la inviabilidad del escenario. Al presidente no se le ve más opción que insistir en su diálogo nacional, y encontrar soluciones para disipar el descontento general. Incluso, en la segunda semana del paro, reabrió la puerta para una negociación con el ELN.
Sin embargo, no todos los sectores sociales y políticos aceptaron la conversación. Empezando por su principal opositor, el senador Gustavo Petro. Aun cuando se le ha visto más moderado que de costumbre, y hasta consideró que el paro debió concluir victorioso con el retiro de la tributaria y la caída del ministro Carrasquilla, para nadie es un secreto que tiene una mina de oro para capitalizar si la situación se llega a extender hasta las elecciones. Allí, su triunfo dependería de cuán emberracados consiga llevar a los votantes a las urnas, aunque otros analistas señalan que, en medio del caos, la gente puede reclamar la llegada de un candidato que ofrezca orden y seguridad, y esto favorecería a la derecha y a la centroderecha.
Pese a que los pronósticos del Ideam indican tiempo seco para las próximas semanas, no se vislumbra cuándo será el día de la calma para el primer mandatario, que dicen que llega luego de la tempestad. Es probable que Duque pase noches en vela por culpa del aguacero que el destino, y la acumulación de circunstancias, quiso que cayera sobre sus hombros.
Cesar las horribles noches que ha vivido el país, en este mes de mayo en el que el cielo parece estar llorando a diario sobre Colombia, será el principal reto en el año y medio que le queda de mandato. Tiempo en el que también su partido, el Centro Democrático, tendrá que batallar para no naufragar en 2022, el año que tanto viene preocupando al expresidente Álvaro Uribe.