El 2013 es el momento de las definiciones para el presidente Juan Manuel Santos. Tras terminar el año anterior con la imagen maltrecha y la gestión enredada, el jefe del Estado necesita retomar la iniciativa política y las riendas de la ejecución de su gobierno. Pero más allá de esos ajustes necesarios, hay un tema vital cuyo desenlace marcará no solo el legado presidencial sino también un nuevo comienzo para Colombia: el proceso de paz. Tras el descanso de fin de año, el gobierno y las Farc retoman esta semana los diálogos de paz en Cuba. Ambas delegaciones continuarán discutiendo el tema agrario, punto número 1 de la agenda, y mantendrán la misma mecánica de funcionamiento acordada por las partes el año pasado. Teniendo en cuenta que el problema de la tierra es el punto más complejo de los cinco acordados entre el gobierno y las Farc en la etapa exploratoria del proceso, eso significa que en un par de meses los colombianos sabrán si el experimento de la paz resultó o fracasó. Todos los observadores coinciden en que si hay acuerdo sobre este, los cuatro restantes podrían ser despachados sin grandes traumatismos. Mientras ello se define no se registran cambios en las alineaciones de ambos equipos ni modificaciones en los principios básicos de negociación: nada está acordado hasta que todo esté acordado y la dinámica del conflicto en Colombia no se toca en la mesa. Habrá que ver, por otra parte, hasta qué punto los acontecimientos militares y políticos que tengan lugar durante las conversaciones de La Habana afectarán el entorno en el que se desarrolla el proceso. Mientras la mesa estaba en receso, las Fuerzas Militares asestaron varios golpes a estructuras de la subversión, entre ellos el bombardeo contra el frente 5 en la zona de Urabá. En total, más de una treintena de guerrilleros habrían sido muertos en combate. Al mismo tiempo, según denuncias del Ministerio de Defensa y de organizaciones de seguimiento al conflicto, las Farc habrían violado al menos en una decena de ocasiones su propia tregua navideña, anunciada el pasado 20 de noviembre. Con ataques a redes de infraestructura en Antioquia y atentados en el Cauca, la guerrilla habría demostrado que incumple sus compromisos. Sus jefes alegan que algunos de esos casos obedecieron simplemente a problemas de comunicación con sus frentes. En todo caso, como las reglas del juego pactadas son negociar en medio del conflicto, ninguna de esas acciones militares tanto por parte del gobierno como de la guerrilla constituyen algo que pueda poner en peligro la continuación del proceso. Eso no significa que las dos partes no hagan política. El ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, descalificó de entrada la tregua unilateral de las Farc describiéndola como un “canto de sirena” y tildó a esa guerrilla de “terrorista” en el mejor estilo uribista. En todo momento reiteró que los militares continuarán sin contemplaciones las acciones militares contra la subversión. El tono del ministro ha sido objeto de alguna controversia entre los sectores que creen que sacar pecho y utilizar una retórica machista durante un proceso de paz no contribuyen a que este llegue a buen término. Muchos creen que es precisamente la retorica guerrerista del expresidente Uribe la que ha obligado al gobierno Santos a expresarse del mismo modo para tratar de neutralizar esos ataques. Dentro de ese contexto, el presidente ha rechazado en forma categórica la petición de las Farc de hacer un cese bilateral de hostilidades. Iván Márquez, jefe de los negociadores guerrilleros, había dicho que las Farc no prolongarían la tregua que termina el próximo 20 de enero si el gobierno no accedía a un cese de fuego bilateral. Santos, sin embargo, siempre ha considerado que la presión militar es lo único que puede conducir a una firma rápida de la paz sin riesgos de fortalecimiento por parte de la guerrilla. Esto lo que quiere decir es que las dos partes, para tratar de llegar fortalecidas a la mesa de negociación, se van a echar mucha bala en el primer semestre de este año. Las autoridades esperan golpes contra torres de energía y otro tipo de infraestructura. Por otra parte, algunas voces críticas cuestionaron la representatividad de la delegación guerrillera en La Habana o la unidad de esa organización en el momento de una firma. Sigifredo López, sobreviviente de la masacre de los diputados de Cali, asegura que “el 70 por ciento de las Farc no están representadas en el proceso”. Basa ese cálculo en el hecho de que el Bloque Sur comandado por Pablo Catatumbo y Joaquín Gómez “no está en la mesa y prueba de ello es que todos los días hay enfrentamientos en el suroriente del país”. Aunque hay indicios de que hay diferencias de opinión entre algunos miembros del secretariado como Timochenko e Iván Márquez, ese alarmismo parece exagerado. El silencio de esa importante estructura guerrillera no implica necesariamente un rechazo al proceso sino más bien una espera estratégica a su desarrollo. Es un hecho que algunos guerrilleros que prefieran la rentabilidad del mundo del crimen y el narcotráfico podrían crear disidencias ante una eventual firma de la paz. Sin embargo, es imposible cuantificarlos a estas alturas y la pasividad de algunos frentes no puede ser interpretada como base de cálculo. Pero la experiencia de otros países demuestra que esas bandas delincuenciales residuales serán siempre un sector minoritario frente a los que siguen las jerarquías y prefieren desmovilizarse. El fin de la tregua y las fisuras internas de las Farc no son los únicos factores complicados con los que arrancan las negociaciones este año. Recientes declaraciones del presidente Santos, del ministro del Interior Fernando Carrillo y del periodista Enrique Santos, hermano del primer mandatario y protagonista de la primera fase del proceso, han puesto el dedo en la llaga de un tema delicado: el de los tiempos. A finales del año pasado el jefe del Estado fijó noviembre próximo como fecha límite para haber negociado un acuerdo con las Farc. De igual manera, tanto el ministro Carrillo como Enrique Santos hablaron de semana santa como un momento en el cual el primer punto de la agenda debería estar evacuado. “Creo que para semana santa debe haber salido siquiera el primer punto. Conozco a mi hermano, él está jugado con esto, pero su paciencia no es infinita. Tampoco la del país”, escribió Santos Calderón en su nota publicada en El Espectador. Esto contrasta con la postura de Humberto de la Calle, jefe de los negociadores del gobierno, quien evidentemente incómodo con esas declaraciones, manifestó que “no hay plazos”. Las declaraciones de Enrique Santos crearon un malestar enorme dentro de las Farc y dieron pie a que respondieran agresivamente. Mauricio Jaramillo, quien representó a la subversión en los diálogos exploratorios, envió una carta en la que no solo desmiente apartes de un artículo del hermano del presidente que recuenta los pormenores de esa primera fase, sino que notifica que con esa publicación se rompió el pacto de confidencialidad que existía entre las dos partes. Para el Médico, como es apodado Jaramillo, el tono de Enrique Santos no solo constituye un “aire de amenaza”, sino que le da a las Farc el derecho de hacer declaraciones de ahora en adelante. Esa carta definitivamente tiene significado. Jaramillo es el actual comandante del bloque Oriental y es considerado una de las voces más realistas y moderadas dentro de esa organización. Fue él quien lideró el proceso en la etapa exploratoria que desembocó en la agenda de los cinco puntos que posteriormente Iván Márquez intentó ampliar en su discurso para la galería Oslo. Que el radical ahora pueda ser Jaramillo no es una buena señal para el proceso. El pulso por los tiempos del proceso no es gratuito. Que la mesa empiece a dar avances tangibles hacia un acuerdo de paz es precisamente lo que el presidente Santos necesita para asegurar su reelección en 2014. Al mismo tiempo, una combinación de estancamiento en las conversaciones con deterioro de los indicadores de seguridad constituiría un duro golpe a las presuntas aspiraciones reeleccionistas del presidente. Esa en el fondo es la carta que se está jugando el uribismo. No obstante, a las Farc tampoco les conviene frenar el ritmo de las negociaciones ya que es incierto qué seguiría después de un punto de quiebre. Si Santos es reelegido tendría lugar una persecución militar implacable para demostrar que el presidente no mentía cuando aseguraba que un fracaso no tendría ninguna incidencia en la seguridad de los colombianos. Y si ese fracaso se llega a traducir en que Santos no sea reelegido, las Farc se enfrentarían a un futuro incierto que les podría preocupar más que el mismo presidente. Desde la perspectiva de ellos, más vale malo conocido que malo por conocer. Otro elemento con el que retornan los negociadores a Cuba tiene que ver con el frente interno de la paz. La semana pasada las Naciones Unidas y la Universidad Nacional hicieron entrega oficial a ambas partes de los resultados del foro agrario que se celebró en Bogotá a mediados de diciembre. Con la participación de gremios y organizaciones de la sociedad civil, (con la excepción de los ganaderos), más de 2.000 colombianos enviaron 546 propuestas sobre desarrollo rural que teóricamente podrían servir de insumo para las discusiones. Así mismo, se puso en marcha la página de internet de la mesa de conversaciones donde el número de propuestas ciudadanas supera las 3.000. Estos mecanismos de participación por lo general son más útiles para darle legitimidad política al proceso que para definir su contenido. Sin embargo, agregarle esa legitimidad a un experimento tan complicado no es poca cosa. Este será el año crucial para el proceso. El entorno con que los diálogos se reinician esta semana es más complejo que el ambiente positivo que los rodeó en su lanzamiento oficial. Esto no tiene nada de extraordinario, pero invita a la cautela de ambas partes y al reconocimiento de que los tiempos para mostrar avances se están acortando. Son las consecuencias tangibles de la decisión de conversar bajo fuego y requieren voluntad política y estrategia de negociación de ambos. Por difícil que parezca poner término a un conflicto armado de medio siglo, la misión es posible. Los próximos meses se encargarán de dejar claro si las partes están dispuestas a cumplirla.