Daniel Quintero tiene lo que pocos: una historia. La suya es una historia de superación, de las que tanto les gustan a los guionistas de telenovela. Cuando estaba totalmente solo, apenas en compañía de dos hermanos, pues había quedado huérfano, empezó a vender pasteles en la calle. Era un muchacho genio que se había graduado a los 14 años del colegio. A esa edad lo aceptaron para estudiar Ingeniería Química en la sede de Medellín de la Universidad Nacional. Vivía con sus hermanos, Miguel, de 17 años, y Juan David, de 13. Y los tres se abrieron paso en la vida. Desde entonces, el pequeño Daniel experimentó un espiral de azar que solo lo benefició. Ha sabido navegar contra la corriente, conoce la adversidad y con ese signo parece vivir desde que es alcalde de Medellín: sus decisiones no son populares, sus acciones no parecen acertadas y, sin embargo, avanza. El alcalde tiene fija en Twitter una frase, “La esperanza derrotó al miedo”, que resume la campaña maratónica que en 2018 lo enfrentó al establecimiento político paisa. Quintero le sacó al candidato del Centro Democrático, Alfredo Ramos, casi 70.000 votos de diferencia. Para entender la hazaña, es preciso tener en cuenta que, en las elecciones de 2015, Federico Gutiérrez superó a Juan Carlos Vélez, candidato también del Centro Democrático, solo por 10.000 votos.
El día de su victoria, una multitud de jóvenes lo acompañaron en la carrera 80 de la ciudad, y Quintero habló en ese momento de proteger a los animales, de educación gratuita, de devolverle la dignidad a EPM. Como si todo fuera parte de una escena bien montada, rechazó tomar agua en una botella plástica y pidió un vaso de vidrio. Quizá la cifra de su victoria está en saber leer el personaje de su tiempo. No obstante, desde que empezó a gobernar, muchos de quienes lo apoyaron muestran en redes sociales una gran decepción. Desde los días de campaña, a Quintero lo atacaban diciendo que representaba “un modelo fallido traído de Bogotá”, en una clara referencia a la administración de Gustavo Petro. Desde entonces, los empresarios se acercaban a Quintero con cautela, les parecía peligroso por sus propuestas “populistas” que anunciaban bajar los precios de los servicios públicos –lo que no le compete a un alcalde–, instalar paneles solares en las casas de estratos bajos y que EPM incursionara en el negocio de la infraestructura. Además, siempre fue crítico de Hidroituango y la crisis de 2018. Ahora, algunos representantes del sector privado ratifican la imagen que tienen de Quintero tras la demanda al consorcio CCC, constructor de Hidroituango, conformado por tres empresas, dos de ella paisas: Conconcreto y Ramón H; e Integral S. A., firma diseñadora y asesora del proyecto. En una fórmula ya manida, lo señalan de populista y politiquero, lo ven como un supuesto Petro, el coco favorito, aunque en un empaque progresista: siempre moderno y fresco, elocuente, cordial. “Está echando al traste una tradición antioqueña caracterizada por la administración empresarial y las buenas relaciones entre lo público y lo privado”, dijo un empresario.
De hecho, Oswaldo León Gómez, uno de los miembros que renunciaron a la junta directiva de EPM, dijo en una entrevista en Noticias Caracol que “él (Quintero) ha venido diciendo que pasará a la historia como el alcalde que fue capaz de reformar y sacar el influjo del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA)”. Hecho que el gerente de EPM, Álvaro Rendón, ha desmentido. Pero ¿quién es Daniel Quintero, el que hoy tiene confundidos a los empresarios antioqueños y a los políticos del país? No terminó de estudiar Ingeniería Química y durante dos años trabajó con sus dos hermanos de vendedor ambulante. En un tiempo aprendió a programar con un computador viejo que tenía en su casa. A los 17 años se matriculó en Ingeniería Electrónica en la Universidad de Antioquia; pasó toda la carrera becado. Rápidamente, empezó a dar clases particulares de matemáticas y física. Como buen paisa, creció y cumplió su destino: empezó una empresa. A mediados de la década pasada creó Intrasoft S. A. Colombia, que desarrollaba software, y en 2010 le dieron la Orden del Zurriago al Ejecutivo Antioqueño del Año. Luego cursó una especialización en finanzas de la Universidad de los Andes; realizó una especie de diplomado en administración de finanzas públicas en la Harvard Kennedy School of Government y una maestría en administración de negocios (MBA) en Boston University. Por eso, algunos no saben si es de izquierda o progresista. Otros lo consideran indescifrable. Sus contrarios lo llaman de izquierda, pero a su paso por la política más reciente ha estado en el espectro de la derecha. Tras estudiar en Estados Unidos, llegó a Colombia y creó el movimiento ambientalista Sembremos por un Deseo. Entonces, despuntó su carrera política. Fue candidato al Concejo por el Partido Conservador, fundó el movimiento del Tomate con un par de amigos para arrojarlos a imágenes de líderes políticos. Corría 2011 y su hermano Miguel logró ser concejal del Partido Verde, pero apadrinado por los liberales. Decidió aspirar a la Cámara de Representantes por el Partido Liberal en Bogotá y obtuvo 17.000 votos; estuvo en la campaña de reelección del presidente Juan Manuel Santos, gobierno en el cual lideró Innpulsa. Luego se convirtió en viceministro de las TIC. Hizo campaña por el Sí en el plebiscito por la paz y, después de ello, cuando Petro se enfrentaba a Duque por las presidenciales, dijo la frase que lo persigue hasta hoy en tierra de uribistas: “Quiero que Petro sea mi presidente”.
Sin embargo, más allá de la política, el choque que ha generado su manejo de EPM, que tiene a muchos empresarios con los pelos de punta, es, por ahora, el mayor desafío de su administración. Una buena muestra de que los antioqueños apoyan a sus empresas tiene que ver con Hidroituango. En efecto, en medio de la crisis de 2018, miles en redes sociales y en encuestas defendieron a la compañía y les pareció que era víctima del azar y la naturaleza. Todo ello a pesar de que las investigaciones en los organismos de control dejaron en evidencia varios errores: el de la aceleración del proyecto, la construcción de la galería auxiliar de descarga, el tercer túnel que colapsó sin licencia ambiental y dudas en la adjudicación, procesos hoy en manos de las autoridades. Quintero se perfiló hacia la Alcaldía de Medellín desde la crisis de Hidroituango. Por eso, no es raro que haya iniciado la demanda ni que aceptara la renuncia de la junta directiva. En ese entonces, se convirtió en inquisidor y le pidió a la administración municipal de Federico Gutiérrez dar a conocer la verdad del megaproyecto. Lanzó frases dirigidas a los directivos de la empresa: “Usted no es amigo de EPM, usted es amigo de los contratistas de EPM”, “Medellín tiene que saber que a EPM se la están comiendo de a billones, tiene que saber que en Panamá una represa valía 50 millones (de dólares) y quedó valiendo 314 millones (de dólares)”.
La salida de Juan Andrés Vásquez de la dirección de Ruta N dejó no solo el retiro de varios miembros de la junta directiva de la entidad, sino un tufillo desagradable a política. Porque, según él, no contó con el respaldo para permanecer en el cargo cuando lo llamaron de la Alcaldía para pedirle la renuncia. Pocos pueden definir a Quintero. Pero lo que sucede hoy en EPM estaba anunciado. Por ahora hay certezas: tiene una historia de superación, saltó de partido en partido hasta lograr ser alcalde de Medellín y siempre ha sabido conectarse con los jóvenes. ¿Qué sigue en su camino?