La semana pasada la estrategia de fumigación de cultivos de coca y amapola parecía tener más detractores que defensores en Colombia. Enrique Santos Calderón, en su columna 'Contraescape' de El Tiempo, decía que "ojalá Andrés Pastrana esté dispuesto a explicarle a Estados Unidos que su estrategia de bombardear los cultivos de hoja de coca en territorios enguerrillados es una pésima forma de combatir el narcotráfico en la Colombia de aquí y ahora". Con esa frase Santos recoge el sentimiento de muchos colombianos, para quienes parece haber llegado la hora de hacer un debate sobre la estrategia de fumigación y sus consecuencias. Debate que se había aplazado durante el gobierno de Ernesto Samper, en la medida en que era imposible para Colombia en tiempos de un gobierno al que se acusaba de haber sido elegido con dineros de la mafia siquiera proponer su discusión. La pregunta que se hacen muchos colombianos es si llegó la hora de replantear la estrategia de lucha contra los cultivos ilícitos. Y la razón es muy simple: todos los indicadores parecen mostrar que seis años de fumigación intensiva no han dado resultado. El área total de cultivos ilícitos ha venido en aumento en Colombia a pesar de las fumigaciones. En 1996 había 67.000 hectáreas de coca en el país, y en 1997 ya eran 79.000. Según fuentes del gobierno estadounidense consultadas por SEMANA, lo más seguro es que en 1998 seguirán aumentando las hectáreas cultivadas. Todo esto a pesar de que la Policía Antinarcóticos ha cumplido en su totalidad las metas de erradicación y en lo que va corrido del año ha fumigado un área mayor que en todo el año pasado. Aún así, durante estos cuatro años el país pasó de ser el tercer productor de hoja de coca, después de Perú y Bolivia, a ser el primero (ver cuadro). Si bien los resultados en materia de áreas cultivadas son desalentadores, lo son más los efectos sociales de la fumigación. En palabras del politólogo Alfredo Rangel, "las fumigaciones sólo sirven para ampliar aún más el área sembrada de coca y para fortalecer la base social y política de la guerrilla en su retaguardia estratégica". En otras palabras, el descontento campesino causado por la fumigación le ha dado a la guerrilla un apoyo político con el cual no contaba. Esto a su vez ha llevado a la subversión a apoyarse aún más en el narcotráfico, a tal punto que hoy en día, según fuentes oficiales, las Farc reciben la mitad de sus ingresos por cuenta de esa actividad. A esto se suma un efecto ecológico no despreciable porque, a medida que se fumigan los cultivos, los colonos simplemente se internan más en la selva para deforestar y sembrar coca y amapola, con el agravante de los efectos tóxicos que producen los herbicidas en la tierra. Pero quizás lo más desalentador de la estrategia de fumigación no es el hecho de que no haya funcionado en Colombia, sino que tampoco lo hizo en Perú ni en Bolivia. Según un alto funcionario estadounidense que habló con SEMANA, "la disminución del área cultivada en Perú y Bolivia se debe a una combinación de dos cosas: la caída del precio de la hoja de coca en esos países, que ha generado el abandono de los cultivos por parte de los campesinos, y el surgimiento de un hongo que ataca las matas de coca en el Perú". En otras palabras, los cocaleros de Perú y Bolivia no pueden competir en precio con los cocaleros colombianos porque los laboratorios de procesamiento se encuentran en Colombia y resulta muy costoso transportar la hoja hasta aquí. A medida que aumentan los cultivos en el país el precio de la hoja baja y los sembrados bolivianos y peruanos ya no son competitivos. Cambio de flancoLo anterior no quiere decir, sin embargo, que las fumigaciones vayan a suspenderse a corto o mediano plazo. La verdad es que ni siquiera el nuevo ministro del Medio Ambiente, Juan Mayr _quien siempre ha sido enemigo de las fumigaciones_, ha propuesto suspenderlas, aunque es muy posible que se oponga a la utilización del Tebutirión granulado, un herbicida sobre el cual hay un estudio realizado por esa entidad que lo calificó como "no viable ambientalmente". Y aunque todavía no se ha pronunciado con respecto al Imazapir, otro herbicida que pretende reemplazar al glifosato, SEMANA pudo establecer que ya hay un preconcepto técnico sobre este último, y todo parece indicar que también será considerado como "no viable ambientalmente". Lo cierto es que es al alto gobierno al que le compete tomar una decisión sobre si se debe o no revisar la política de fumigación, y SEMANA ha podido establecer que esto no se hará en el corto plazo. Lo que piensa el gobierno es que la fumigación debe ser un elemento más de la política en la lucha antinarcóticos, en la cual se piensa aplicar algo parecido a 'una combinación de todas las fuerzas de lucha'. En otras palabras, habrá otros dos frentes alternos en la guerra contra los cultivos ilícitos. El primero será la sustitución de cultivos, o el famoso Plan Marshall del que se ha hablado recientemente. El ex canciller Augusto Ramírez Ocampo ha sido asignado para llevar a cabo estudios en este sentido. Se trataría de hacer una reforma agraria con desarrollo social, con alternativas como el cultivo de palma africana, caucho, frutales amazónicos, reforestación e incluso ganadería. El segundo frente sería producto de un proceso de paz, y requeriría un acuerdo con la guerrilla para que ésta se encargue de controlar los cultivos ilícitos y promover la sustitución en las áreas que controla. Al igual que el plan de sustitución, es una alternativa a largo plazo. Pero inevitablemente, a pesar de estas 'zanahorias', no es previsible que se suprima el 'garrote'. Y éste seguirá siendo la fumigación de cultivos. Aunque es posible que surja una alternativa distinta a los herbicidas para controlar los cultivos de coca. Se trataría de fomentar plagas naturales que atacan a la planta. De hecho, en el Perú existe un hongo que ha diezmado los cultivos en la zona del Alto Huallaga. También allí existe la mariposa malumbia, cuya oruga se come la hoja de coca. En una zona del Caquetá hay un gusano que los campesinos llaman 'el Clinton', y que devora los cultivos de coca con especial voracidad. El gobierno ya está estudiando la posibilidad de reproducir estas plagas en laboratorio, para luego introducirlas en forma controlada en zonas de cultivo. Pero antes es necesario estudiar el posible impacto ambiental de estas plagas sobre otras especies distintas a la coca. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos también adelanta estudios en este sentido. Si esa opción resulta viable se ahorrarían millones de dólares en los costos de fumigación y se eliminaría la contaminación del medio ambiente con herbicidas. Pero mientras estas alternativas toman fuerza, parece claro que el gobierno continuará erradicando cultivos como lo ha venido haciendo hasta ahora. Porque lo que sí es evidente es que para que sea posible acabar con las fumigaciones, como con tantos otros problemas en Colombia, es necesario primero acabar con la guerra. De allí la necesidad de un proceso de paz exitoso y duradero.