No podía haber más contraste el domingo pasado entre lo que se vivía dentro de la Plaza de Toros la Santamaría y afuera. En el redondel, todo era Ole!, lágrimas de nostalgia y emoción, alegría y euforia. La plaza, llena hasta las banderas, era una demostración de que la pasión por la fiesta brava estaba intacta, a pesar de los 1.272 días sin toros en la ciudad. Y eso que llenar ese recinto era una faena imposible.

La Santamaría abrió sus puertas con todas las circunstancias en contra. No solo el anterior alcalde, Gustavo Petro, se declaró enemigo de los toros, sino que el actual, Enrique Peñalosa, a pesar de su supuesta neutralidad, no solo cumplió la orden de la Corte Constitucional de reabrir la plaza de toros, sino que también se puso la camiseta del No a las corridas.Y por si fuera poco, la misma Corte que ordenó el regreso de los toros a la Santamaría, podría darles la estocada. En cualquier momento puede fallar una demanda que pretende calificar el toreo como un delito, por cuenta del maltrato que causa en los animales. La sociedad ya no es la misma que hace una década, y lo que antes se consideraba el derecho de una minoría, hoy se enfrente a activistas desenfrenados como se vio la noche del pasado domingo cuando la agresividad se tomó las manifestaciones.Le puede interesar: Cuando Peñalosa apoyaba las corridas de torosEntendiendo que la tauromaquia es una actividad cada vez más controvertida, el domingo sorprendió que Bogotá reaccionara con tanta furia para el que era, en el siglo pasado, un espectáculo popular, tanto como el fútbol. Más aún cuando la Santamaría tiene una tradición de 86 años, y es considerada la principal plaza de América, y una de las cuatro en el mundo (junto a Las Ventas de Madrid, la Plaza México de Ciudad de México, y el Coliseo Romano de Nimes) donde los toreros ratifican su grado de matadores de toros, como lo hizo el domingo el peruano Roca Rey en la primera corrida de la temporada.

Aunque Bogotá amaneció con un cielo azul despejado, sin ningún atisbo de tormenta, en el Centro Internacional se respiraba un ambiente de tensión. La plaza, como nunca se había visto, estaba totalmente acordonada. Desde la Carrera Quinta hasta la Séptima, entre el Planetario y el Museo Nacional. Incluso las estaciones de Transmilenio del Museo Nacional tuvieron que ser cerradas. Nunca, en una tarde de toros, se habían dispuesto 1.200 policiales para garantizar el orden público. Y quedaron cortos.Le recomendamos: El único sastre de toreros de Bogotá volvió a tener trabajoAntes de que comenzara la corrida, un grupo de manifestantes levantaron a golpes a un humilde vendedor de botas que intentaba hacer su "agosto" ofreciendo ese tradicional objeto a quienes asistían a la Plaza. El hombre herido tuvo que salir en una camilla, escoltado por la Policía, en medio de los gritos de los manifestantes. A Felipe Negret, el empresario de la Santamaría, le fue mejor, pero no bien. Atravesó la puerta de la plaza con la misma angustia con la que Santiago Nasar, el personaje de Crónica de una muerte anunciada, trataba de alcanzar la puerta de la casa de su madre, perseguido por los hermanos Vicario. Las manifestaciones antitaurinas se concentraron en cada una de las vías de acceso a la plaza, y el empresario sufrió los primeros insultos. “Acá estamos”, repetía entre lágrimas y abrazado con su hijo que también lloraba.

Después se abrazaba emocionado con areneros, mulilleros, monosabios, picadores, banderilleros. “Volvimos”, no se cansaba de repetir. La determinación, persistencia y carácter de Felipe Negret, presidente de la Corporación Taurina de Bogotá, lograron el regreso de la fiesta brava cuando pocos lo creían. Para los asistentes a la corrida del domingo, si alguien tenía derecho a la salida a hombros era él. Luis Bolívar lo sacó al ruedo y le brindó el tercer toro de la tarde.

Sin embargo, la situación afuera era otra. En la calle, los oles de la plaza parecían enfurecer a los manifestantes, y los efectivos del ESMAD tuvieron que recurrir a gases lacrimógenos para contener los excesos. El segundo estallido tuvo respuesta con un ole, y el tercero igual. Todos preparados para el cuarto y la respuesta fue un ¡oooole! Y así se la pasaron los de la calle y los de la plaza hasta que se hizo de noche. Bombazo, ¡oooole!, bombazo ¡oooooole!, bombazo ¡oooooooole!La situación estaba tan tensa que una vez finalizó la corrida, la Policía se dirigió a todos los asistentes y explicó que debido a las manifestaciones solo podían garantizarles la seguridad si seguían un camino seguro que habían dispuesto para ellos. Todos salieron por allí, sin importar que su destino fuera otro totalmente opuesto.Tras más de tres horas de corrida, los antitaurinos esperaban a las afueras de la plaza a los aficionados, que como ‘pecadores’ en tiempos de la inquisición tuvieron que irse escoltados pues la indignación seguía latiendo. Las calles de La Macarena, el barrio que abriga la plaza de toros, parecían un campo de batalla. Piedras, ladrillos, botellas se veían volando de un lado para otro.Le puede interesar: Por decisión judicial, regresan a Bogotá la barbarie, la sangre y la muerteLos aficionados que se acercaban a la Calle 26 tuvieron que seguir un laberintico cordón policial de varias cuadras que bajaba hasta la séptima y atravesaba los edificios del Centro Internacional. La mayoría de los asistentes tuvieron que ir hasta la Avenida Caracas en medio de insultos y agresiones de los antitaurinos. "Asesinos", "cobardes", gritaban los más pacíficos.

Algunos otros, probablemente infiltrados en el movimiento animalista según han logrado establecer las autoridades, les lanzaban pedazos de ladrillo, tinta agua y escupitazos. En las redes sociales hay videos que lo testimonian.Los restaurantes del sector, que pensaban hacer su agosto con el regreso de los toros, tuvieron que cerrar sus puertas. En el hotel Tequendama, donde antiguamente se alojaban los toreros, algunos carros que salían del estacionamiento eran apedreados, y los antitaurinos perseguían a quienes tenían sombrero, cojines y botas. El saldo, según había contabilizado la Alcaldía hasta la mañana del lunes, era de 30 personas heridas. Siete de ellos tuvieron que ser trasladados a hospitales: tres agentes de policía, tres mujeres que reportaban trauma cráneo-encefálico y un hombre de 44 años. La situación habría podido ser una tragedia sin el despliegue de las autoridades que hicieron presencia en más de 20 cuadras a la redonda. Un helicóptero patrulló toda la tarde desde el aire.La ‘fiesta’ tuvo que esconder sus luces

Desde las horas de la mañana se anticipaba que la situación podría salirse de control. El Juli, Luis Bolívar y Roca Rey se vistieron en hoteles de la zona del Parque de la 93. Tuvieron que ser escoltados por moto patrullas de la Policía por la Circunvalar y la Carrera Quinta hasta llegar a la plaza.Hernando Franco, el robusto banderillero que parece una escultura de Botero de carne y hueso, tuvo que ponerse una sudadera encima del traje de luces para poder llegar a la plaza. Se vistió en su casa, en el vecino barrio de la Perseverancia. Y caminó con sus capotes en un maletín sin que los antitaurinos lo descubrieran. El Gordo, como le cantan los aficionados, protagonizó el susto de la tarde, un toro de Ernesto Gutiérrez Arango se ensañó con él en la arena. Milagrosamente salió ileso, caminando como si nada. El primer ole de la tarde explotó después del himno nacional. Pero la plaza pareció rugir con el ole que provocaron los acordes del pasodoble El Gato Montes, con el que se abrió la puerta de cuadrillas, después de cinco años.Hubo lágrimas en los tendidos, en el callejón. También corrieron por las mejillas de los toreros que iban haciendo el paseíllo. El público se puso de pie, y agitaba pañuelos y claveles blancos. Hubo un minuto de silencio en memoria de Fermín Sanz de Santamaría, nieto de Ignacio, el que invirtió todo su capital en construir la plaza de toros, por eso lleva su apellido.Alfredo Molano, el Simón Bolívar a la vida y obra periodística, sorprendió a los aficionados cuando atravesó el ruedo con la llave de los toriles y dejarla en manos del alguacilillo. Como lo había anticipado su nieta Antonia, quien fue a la plaza para ver la ovación que la plaza le dedicó a su abuelo. Un hombre de izquierda en una fiesta a la que señalan de derecha. En la plaza se vieron personalidades, del lado de las letras, Germán Castro Caicedo, Antonio Caballero, del de la política el exprocurador Alejandro Ordóñez, el exvicepresidente Francisco Santos, y el senador Luis Emilio Sierra.La plaza seguía las faenas de los toreros en silencio absoluto, como si estuvieran en la ópera. Pero apenas en el primer toro, de nombre ‘Libertad’, como el grito de batalla que se entonó al comienzo del festejo, se oyó un estruendo como si se tratara de un trueno, pero no había nubarrones en el cielo. Ahí comenzó a sentirse las protestas en forma.El público se emocionó cuando El Juli sacó de su repertorio la ‘lopecina’, una suerte con el capote de su invención, o cuando Luis Bolívar toreo de rodillas, con el capote y la muleta, o cuando el peruano Roca Rey brindó su segunda faena a tres de los ocho novilleros que se encadenaron a la plaza, durante 103 días de huelga de hambre, o cuando se pasaba los pitones de los toros tan cerca de su cuerpo, como si despreciara la vida. Los toros estuvieron lejos de la leyenda de la ganadería de Manizales, la que tiene el record de toros indultados en todo el mundo. Roca Rey salió a hombros, Bolívar cortó una oreja, y El Juli se fue ovacionado.Así como sucedió con Donald Trump, las protestas acabaron robándose los titulares de prensa, que hace décadas, los hubiera acaparado Roca Rey y el regreso de la fiesta. Bogotá amaneció el lunes con un saldo vergonzoso de una protesta que habría podido ser pacífica y no lo fue.El respetado movimiento animalista que ha cosechado tantas y tan justas victorias vio opacado su trabajo por los desmanes de personas que quizás no hacen parte de sus filas. La protesta terminó con un innecesario tinte político con Gustavo Petro animando a las masas desde la calle y criticando a Peñalosa, quien también estaba afuera. La legítima manifestación contra el maltrato animal terminó empañada por el exceso, también de maltrato a los seres humanos que asistieron a la Fiesta Brava. Y Bogotá amaneció aún más polarizada ahora entre animalistas y taurinos.  Para los críticos, la lucha por abolir esta práctica se ha convertido en su causa más importante. A su juicio, el fallo del Consejo de Estado que se la jugó por una ley que, por primera vez, declararó a los animales como “seres sintientes” dentro del ordenamiento jurídico, debe incluir a los toros de lidia y no hacer una excepción por tratarse de una tradición cultural. Ese alto tribunal, en otro fallo, aseguró que no se podía realizar una consulta popular antitaurina pues los derechos de las minorías no podían ser decididos por las mayorías.  Los animalistas y muchos ciudadanos consideran hoy que esa práctica debe acabarse. Creen que es repudiable que miles de personas disfruten de un espectáculo que gira en torno a la muerte y el sufrimiento de un animal. La forma como se desarrollan las corridas, en medio de estocadas y banderillazos, son para ellos una tortura innecesaria para los animales. En el mundo este concepto cada vez toma más fuerza. Estados Unidos acaba de prohíbir en sus parques de diversiones los show de orcas marinas y Francia debate si vetar un alimento tan tradicional como el Foie Gras por el sufrimiento que debe experimentar el pato. El debate sobre los derechos de los animales ha centrado la atención de científicos y expertos en ética. En muchos países ha ganado terreno la tesis de que los animales tienen derechos del mismo que los seres humanos. La discusión se ha centrado en la capacidad que ellos tienen de sentir dolor y de cómo el ordenamiento jurídico debe evitar que este sufrimiento sea innecesario. Así, muchos países europeos han vuelto más rigurosas la reglamentación para criar pollos, vacas y cerdos para el consumo humano. El próximo domingo se anuncia la segunda corrida de toros de la temporada. Aunque se anuncia que habrá un refuerzo sin precedentes de la seguridad, en las Torres del Parque, La Macarena y el barrio de San Diego temen una tarde de domingo como la que padecieron cuando la Santamaría volvió a abrir sus puertas.