Luis Blanco tiene solo 30 años, pero sobre la espalda carga una infinita preocupación que lo agobia. Lo que empezó como un sueño profesional hace un par de años, la pandemia lo convirtió en un drama doloroso, y decorado por millonarias deudas. Este joven nortesantandereano hace parte del gran número de colombianos a quienes la llegada de la covid-19 no solo les cambió la rutina y fracturó sus relaciones sociales, sino que los hizo caer en la pobreza, gran explicación de la crisis social que hoy vive el país.

La situación en el territorio nacional es alarmante, lo que se refleja en las cifras entregadas por el Dane. En el país, en 2020 la pobreza monetaria fue de 42,5 por ciento, o sea 6,8 puntos porcentuales más que la registrada en 2019, cuando fue 35,7 por ciento, y la pobreza extrema fue de 15,1 por ciento, es decir, 5,5 puntos porcentuales más que el año pasado.

Blanco sí que sabe el precio de la docena de huevos, pues en el último año ha visto cómo el valor de este alimento de la canasta básica ha variado constantemente. Está a dos meses de terminar sus estudios de Producción Agropecuaria en la Universidad Industrial de Santander (UIS), claro que no cree que pueda pagar el derecho a grado.

Hace cuatro años llegó, junto a su familia, desplazado de Hacarí y Ocaña a Bucaramanga, e invirtió su capital en la compra de un terreno en el corregimiento Dos, en zona rural de la ciudad. En septiembre de 2019 recibió un millonario préstamo bancario, construyó galpones para 2.800 gallinas ponedoras, sembró 7.000 matas de café, plátano cieneguero y dominico hartón. Quedó endeudado, pero con esperanzas en su sueño agrícola.

La preocupación de Luis Blanco es poder cuidar a su familia y buscarle una solución pronta a su familia. La venta de su finca es la opción que ve. | Foto: Archivo particular

Seis meses después de iniciado el proyecto llegó el coronavirus y con él el derrumbe. La familia entera tuvo que encerrarse, el precio de la caneca de 30 huevos llegó a solo 5.000 pesos, pero el alimento para las aves sí se disparó, nadie estaba comprando la producción al precio real. Tuvo que despedir a sus cinco trabajadores, a la última la pudo aguantar hasta hace dos semanas, era pagar el sueldo o poder mercar los alimentos de la casa.

Blanco habla afanado, al borde del llanto, no sabe qué hacer. La vida le ha dado tantos golpes que solo piensa en sus padres, su esposa y su hija de 4 años. Su sueño, como el de otros muchos colombianos, lo derrumbó la pandemia silenciosa del aumento de la pobreza.

El panorama actual en el país es desalentador. Entre 2019 y 2020, 3,5 millones de personas entraron al nivel de pobreza monetaria; en números exactos, pasó de 17,5 millones en 2019 a 21 millones en 2020. Manizales, con 32,4 por ciento, es la que tiene el registro más bajo entre las 23 ciudades y áreas metropolitanas, seguida de Medellín, con 32,9 por ciento, y las que peor están son Quibdó, con 66,1 por ciento, y Riohacha, con 57,1 por ciento.

El Chocó es uno de los departamentos con mayores niveles de pobreza. | Foto: derechos de autor si

Y 2,8 millones de colombianos ingresaron a la pobreza monetaria extrema, según lo revelado por el Dane, el pasado mes de abril. Este indicador pasó de 4,7 millones de personas a 7,5 millones. La capital de Santander y su área metropolitana llegaron a una pobreza que toca los 46 puntos porcentuales; es decir, de cada 100 hogares, 46 ya son pobres.

En las principales ciudades la situación se agrava, estas representan un porcentaje alto en el aumento de las tristes cifras. En Bogotá, por ejemplo, se cuentan 1.110.734 personas en la pobreza monetaria. En la lectura nacional, este número en términos porcentuales es el 31,3 por ciento en el país. Cali sigue en la lista, con 375.990 personas en esta condición –10,6 por ciento del total nacional–; Medellín, con 334.315, el 9,4 por ciento; Barranquilla, con 307.578, que representa 8,7 por ciento, y la capital de Santander, con 165.035 ciudadanos que se cuentan en pobreza, lo que equivale a 4,6 por ciento del total.

Anabelle de la Cruz es otra de las afectadas por el impacto de la crisis. Hace poco menos de un año estaba en Bogotá trabajando como auxiliar de enfermería en una clínica especializada. La despidieron en junio pasado y no se pudo volver a enganchar. Los ahorros le duraron tres meses, el pago del arriendo y la manutención agobiaban, tuvo que regresar a su pueblo natal, Baranoa, a unos 30 minutos de Barranquilla. De manera abrupta pasó de ganarse dos sueldos mínimos en promedio, a recibir cero pesos. No pudo ayudar más en la casa, donde hay tres hermanos menores. A todos les tocó apretarse el cinturón, y la boca.

Los trapos rojos que se ven en los barrios del país desde el año pasado anticiparon un duro incremento de la pobreza y la indigencia en Colombia. | Foto: Esteban Vega La-Rotta / Publicaciones Semana

Es que si en el interior la cosa está grave, en el Caribe los datos asustan. La región está acorralada por los índices bajos y el análisis para el futuro es aún más desalentador. Literalmente, la gente está pasando hambre. Según el PNUD, en esta zona del país la pobreza pasaría de 46,2 por ciento en 2019 a 52,2 por ciento este año, y la extrema, de 13,3 por ciento a 15,5 por ciento. La Guajira tiene la cifra más alta y el Atlántico es el más afectado debido a la crisis del coronavirus.

El informe más reciente del Dane muestra que cuatro de los cinco departamentos con más pobreza del país están, precisamente, en el Caribe. La Guajira encabeza la lista, con una tasa de pobreza monetaria de 66,3 por ciento; luego están Magdalena (59,8 por ciento), Córdoba (59,4 por ciento) y Cesar (58,3 por ciento).

Las condiciones de la pandemia más las recientes movilizaciones del paro nacional terminaron de agravar la situación de muchas familias y pintan el panorama para el segundo semestre de este año más desalentador. Por eso, Luis Blanco dice que los bancos y otras entidades financieras, como Finagro, se quitaron la camisa de la empatía y olvidaron que la pandemia tiene a muchos en la cuerda floja, debatiéndose entre comer o pagarles a los acreedores.

Está desalentado, ya casi no juega con su hija. Cuida a su papá, que es hipertenso, y a su mamá, que por estos días sufre de una parálisis facial por las insistentes llamadas a cobrar. Piensa vender la finca por debajo de lo que le ha invertido para sanear deudas y buscar otras opciones. Le embargaron las cuentas, por eso tiene que arreglárselas con lo que logra conseguir de la producción. “A todo le busco solución, porque esos son los principios que me inculcaron mis papás, no quite lo ajeno ni se coma lo ajeno”, repite como un mantra.

Para Alexandra Cortés, profesora y directora del grupo de investigación en Economía Aplicada y Regulación (Emar), de la UIS, los números preocupan porque Bucaramanga “es la segunda ciudad donde el incremento en el porcentaje de población en pobreza fue mayor. Allí se incrementó en 14,7 puntos porcentuales, solo después de Barranquilla, donde el alza fue de 15,6 puntos”. Para ella, “las malas condiciones de la gente la hicieron vulnerable a la pérdida de empleos y de ingresos durante este periodo de pandemia”.

En el caso de la capital del departamento del Atlántico, según análisis de la Facultad de Economía de la Universidad del Norte, lo que pasó fue que muchas personas perdieron sus trabajos o aquellas que dependían de la informalidad (que supera el 50% en la ciudad) vieron disminuir sus ingresos de manera radical.

Alan Santos perdió su empleo hace tres semanas. Aunque tiene experiencia en vigilancia y seguridad privada no ha conseguido trabajo. Vende golosinas en los buses de Metrolínea para poder llevar algo a su familia: tres hijos y su esposa. En la imagen lo acompaña Naillu Galeno, una joven venezolana que empezó a rebuscarse con estas ventas.

Alan David Santos es otro que está “atravesando el Niágara en bicicleta” en estos momentos. Ha hecho varios cursos para trabajar como escolta, no ha podido conseguir empleo fijo en esa área, por lo que se rebusca vendiendo dulces en buses de Bucaramanga, aunque hace tres semanas también terminó un trabajo en construcción.

Lo de los buses es la salida que encontró por estos días para poder llevar el mercado a su casa –esposa y tres hijos–. Es un trabajo con el que debe conseguir para arriendo, servicios y mercado. Es que, según Juan Daniel Oviedo, director del Dane, en el último año en las 23 principales ciudades se pasó de tener un promedio de 90 por ciento de población que podía consumir tres comidas diarias, a solo 70 por ciento.

“Esto significa que apenas 7,3 millones de hogares de los 8 millones pudieron comer tres veces al día. Además, un cuarto de la población pasó a consumir solo dos raciones de alimentos al día, y 179.174 hogares se alimentan una sola vez al día”, dijo durante la presentación del informe, hace un par de semanas. Un panorama desolador y preocupante.