Nancy Faride Arias, subsecretaria de Equidad y Género de Cali, tararea algunas canciones infantiles, de bolero y salsa para tratar de explicar que el problema de la violencia contra la mujer es estructural, educativo y hasta cultural. “Yo tuve que matar a un ser que quise amar, y aunque aun estando muerta yo la quiero (...) al verla con su amante a los dos los maté, por culpa de esa infame moriré”, canta. O “mátala, mátala, mátala, no tiene corazón, mala mujer”.
Su preocupación es visible porque Cali ocupa –desde hace varios años– el deshonroso primer lugar en feminicidios del país, así como en homicidios de mujeres por diferentes causas. La capital del Valle es una ciudad hostil para las mujeres y, a pesar de campañas y rutas de acompañamiento, las cifras siguen mostrando un patrón machista, posesivo y agresivo.
De los 508 feminicidios documentados en 2020 por el Observatorio de Feminicidios de Colombia, 32 han ocurrido en Cali, aunque la Fiscalía solo ha tipificado 21 y tiene nueve como sospechosos. Los ritmos de la Justicia son un poco más lentos para clasificar este tipo de delito.
En Colombia se empezó a hablar de feminicidios desde la Ley 1761 de 2015, también conocida como ley Rosa Elvira Cely, que definió las causales para diferenciar entre homicidio y feminicidio. Este último delito está condicionado en si el ataque se produjo, principalmente, por razones de género, discriminación o conductas machistas. La pena, en comparación con un homicidio simple o agravado, es mayor, incluso alcanza los 62 años.
Sin embargo, y a pesar de la dureza de la ley, en el país se siguen presentando feminicidios, la mayoría de ellos ejecutados por parejas o exparejas sentimentales de la víctima. Consuelo Malatesta, consultora en temas de género, asegura que este delito está arraigado a prácticas sociales en las que el hombre se siente con derecho sobre el cuerpo, el destino y la vida de las mujeres. “Esto es una clara muestra del resultado del machismo estructural, de ese que piensa que la mujer es propiedad del hombre y, por ende, su vida también le pertenece y puede disponer de ella cuando así lo requiera”.
Según el Observatorio de Género del Valle del Cauca, a corte de 31 de septiembre se han registrado en el Valle del Cauca 7.144 delitos en contra de las mujeres. Arias cree que los feminicidios son el resultado de un problema que debe ser abordado desde la educación inicial. “Nosotras advertimos que para que haya prevención, debemos hablar de educación”, dice. En la discusión trae a colación el último feminicidio ocurrido en Cali. María Cristina Bonilla Ballén fue asesinada el domingo 22 de octubre en una estación del servicio de transporte público MÍO; estaba en compañía de sus dos hijas –menores de entre 5 y 8 años– cuando un hombre le disparó en varias oportunidades. Todo quedó grabado en video.
Días después se conoció por testimonios de los familiares que el agresor es la expareja sentimental de Cristina. Ella le había manifestado que no quería continuar con la relación, así que decidió matarla en frente de sus hijas y en un lugar público. Y aunque el alcalde Jorge Iván Ospina ofreció una recompensa de hasta 20 millones de pesos, todavía no han logrado capturarlo. En este caso, la Fiscalía aún no lo ha tipificado como feminicidio, a pesar de que tiene todos los elementos que exige la ley.
“Somos una ciudad que, para tristeza y vergüenza nacional, lidera las cifras de feminicidios. Ya superamos las del año pasado, que fueron 14; en 2018 fueron 23, pero este año no se ha acabado, y puede que se registren más en esta temporada decembrina”, asevera con cierta resignación la subsecretaria de Equidad y Género. Para la concejala Tania Fernández, el aumento del 133 por ciento en feminicidios en Cali, así como otros tipos de violencia contra la mujer, se debe a que la cuarentena obligó a muchas víctimas a convivir bajo el mismo techo con sus agresores.
Nancy Faride Arias cree que el problema es más grande, y continúa con su tesis de que la sociedad colombiana está diseñada para alimentar el maltrato contra la mujer. “Cuando estábamos niños, nos cantaban una ronda que decía: ‘El cacique Juancho Pepe fue a matar a su mujer, es porque no le dio dinero para irse en el tren’. También este: ‘Toño Madroño mató a su mujer, con un cuchillito más grande que él’. De cierta manera, perfilan desde el inicio al agresor y a la víctima”, concluye.