En la noche del 27 de octubre, cuando Daniel Quintero ganó con más de 300.000 votos la Alcaldía de Medellín, llegó a su sede de campaña en Calasanz, un barrio de clase media lejos del centro administrativo La Alpujarra, lejos de un barrio estrato cinco, toda una bandera de ideales. Se bajó de una camioneta bien escoltada y atravesó unos diez metros en medio de la multitud, como un rockstar. La multitud –unas 500 personas– coreaba su nombre, y gritaba “Sí se pudo, sí se pudo”.  Quintero entró a la casa como pudo y se instaló en un pequeño y bajo balcón, de cara a la carrera 80, una de las más concurridas de la ciudad. Cuando se paró allí y agarró el micrófono, alguien del equipo le acercó una botella plástica de agua que alcanzó a agarrar. Pero su esposa Diana Osorio le susurró que se abstuviera, que pidiera un vaso de vidrio. Minutos después Quintero haría una promesa: proteger a los animales, comprometerse con que nunca más habrá corridas de toros en Medellín, y entonces desde sus piernas recogió a una perrita blanca y la mostró, su público –jóvenes de celular en mano, millenials– aplaudió jubiloso.  El discurso fue conciliador: agradeció a Dios, dijo que no había derrotados, invitó a los contrincantes a construir juntos, felicitó al gobernador electo Aníbal Gaviria –con cuya campaña tuvo encuentros en cuerpo ajeno, y con quien compartía apoyos como los de expresidente César Gaviria o el polémico político antioqueño Carlos Mario Montoya– y lo invitó a trabajar juntos por el departamento y la capital antioqueña. En veinte minutos, Quintero se encargó de acallar el ruido político que lo rodeaba.  Los jóvenes tienen otras preocupaciones: mejor educación, mayor oferta laboral, mejores y más baratos servicios públicos, proyectos sostenibles, cuidado del medioambiente, igualdad de género, derechos de los animales.

 Había hecho su campaña a pie por los barrios de Medellín, sin escoltas y con la premisa de la independencia y de no deberse a ningún partido político. Y dio la gran sorpresa de las elecciones del domingo al convertirse en el alcalde más votado en Medellín, y en el más joven. Había vencido al candidato de Uribe, Alfredo Ramos; al de Federico Gutiérrez, el exsecretario de Gobierno Santiago Gómez; a la de Sergio Fajardo, Beatriz Rave; y al candidato que más apoyaban los empresarios, Juan David Valderrama. Sobrevivió a la campaña sucia más encarnizada de los últimos años: desfiles y pancartas en su contra, panfletos que lo acusaban de ser el candidato de Petro y portavoz de “modelos políticos fracasados”.  Su estrategia, que empezó en una voz crítica y profunda a Hidroituango, atemorizó a varios antioqueños, entre ellos a los empresarios, que hasta el día de hoy no saben qué esperar de Quintero en relación con EPM. Temen que en su condición de presidente de la junta directiva, con la responsabilidad de nombrar un nuevo gerente, cometa algún desacierto. Ahora, ya electo, Quintero le dijo a SEMANA que tiene su prioridad en salvar el megaproyecto eléctrico en compañía de Aníbal Gaviria, pero “con la verdad”.

Por otro lado, propone rebajar las tarifas de los servicios públicos, lo que solo puede hacer la Comisión de Regulación de Energía y Gas (Creg). Eso les parece peligroso a los empresarios “porque él hizo propuestas que no puede cumplir”. Sobre este tema, el ahora alcalde ha dado dos soluciones. Entregó la primera en el debate de SEMANA y Teleantioquia, cuando dijo que podía lograrlo al implementar paneles solares en las viviendas de la ciudad, proyecto que algunos empresarios consideran muy oneroso. Y en el discurso de victoria aseguró que iba a intermediar ante la Creg, pues él iba a ejercer ese liderazgo. Pero esa parece una misión difícil. Daniel Quintero es un alcalde incómodo para la política tradicional paisa, representada en columnistas como el exgobernador Juan Gómez Martínez, quien opinó en el diario El Colombiano que el Centro Democrático perdió porque los jóvenes votaron sin conocer a la Cuba boyante de los años sesenta, o la Venezuela que hace más de un década vendía petróleo a manos llenas. Dice entre líneas en su columna que los jóvenes paisas no conocieron a la izquierda en el poder y por eso termina rogando a Dios “que nuestro alcalde actúe apoyado en sus conocimientos y no en las teorías destructoras de los pueblos”. Sin embargo, los jóvenes tienen otras preocupaciones: mejor educación, mayor oferta laboral, mejores y más baratos servicios públicos, proyectos sostenibles, cuidado del medioambiente, igualdad de género, derechos de los animales. Y Quintero leyó los códigos modernos.