Para la familia del intendente David Reyes, este 14 de diciembre es el día más amargo de su historia. Alfonso Barragán, hermano menor del uniformado, madrugó a hacerle el desayuno a sus padres, prendió el televisor para ver noticias y la información con la que iniciaron era la activación de un artefacto explosivo en el aeropuerto Camilo Daza de Cúcuta.
Un frío recorrió su cuerpo. Sabía que para ese tipo de atentados siempre llamaban a su hermano, el mismo que había estado unas semanas atrás con su familia recibiendo el premio a heroísmo en la noche de la excelencia policial. Mientras veía al camarógrafo moverse para un lado y para el otro anunciaron una segunda detonación y el anuncio de que dos policías expertos antiexplosivos habían muerto en el ataque terrorista.
“Inmediatamente llamé a la esposa de David, que vive en Cúcuta, y ella le confirmó”. En ese momento le relata a SEMANA que empezó la pesadilla; él tuvo que despertar a su mamá, la señora Victoria Jiménez para decirle que su hijo, al que tanto le rogó que no arriesgara más su vida en un trabajo tan peligroso, estaba muerto.
Cuenta Barragán que tan pronto ella abrió los ojos, dijo: “¿Qué le pasó a David?”, lo que vino después es difícil de explicar, solo quien ha pasado por la pérdida de un hijo lo entiende. Se arrodilló y grito: “¡Mi hijo, no!”.
Cuando habló con SEMANA, la tarde de este martes estaba en la sala de espera para abordar un vuelo hacia Cúcuta, donde le entregarán los restos de su hijo y desde allí el llanto incesante estremece: “¿Por qué me lo quitaron?, ¿por qué, Dios mío, me lo arrebataron? Yo tengo mi alma partida”, es lo que repite a cada instante. Aún no comprende cómo a su hijo, que salvó tantas vidas, hoy le arrebataron la suya de la manera más vil.
Hace una semana parecía un sueño su vida. El 7 de diciembre el intendente David Reyes cumplió 38 años, es el último recuerdo que tienen en la familia. Viajó hasta Bogotá, estuvo reunido con su madre la noche de las velitas. “Lo invitamos a almorzar, le partimos su tortica, celebramos como nunca hemos compartido con alguien de la familia”, relató su hermano Barragán.
“Él era muy seco, pero antes de viajar a Cúcuta me abrazó y me dijo: Pocho, te amo, y me acarició”, recuerda Barragán sin poder contener las lágrimas. Él domingo fue el último día que habló con él. “Era un hombre intachable, muy servicial, entregado a su familia y a su esposa, adoraba a su hija de apenas dos años”. Dice que esta mañana entró hasta la habitación donde estaba su pequeña y le dijo que la amaba, le dio el beso de despedida y salió. Una hora después la niña no lograba entender por qué su mamá lloraba, la niña aún sigue esperando que su padre vuelva para consolar a su esposa.
Alfonso Barragán recuerda que su hermano hace año y medio sufrió otro atentado, una carga de explosivos detonó en sus manos y tuvo afectaciones y secuelas, la piel de su brazo izquierdo le recordaba constantemente lo sucedido. Y pese a que la señora Victoria le suplicaba que no continuara en un trabajo tan peligroso y aunque en la Policía le habían dado la posibilidad de ser trasladado a una oficina, él insistía en hacer lo que había ayudado a tantas personas.
Era consciente de que pese al riesgo que representaba su especialidad, no quería que nadie muriera de la manera tan cruel como la que genera una carga explosiva. Por eso prefería arriesgar la suya, para que otros no tuvieran que soportar algo tan doloroso. Pero hoy su familia experimenta esa sensación que enluta sus corazones.
“Solo quiero decirles a los que hacen el mismo trabajo de mi hermano: gracias, y que se cuiden, su labor es muy importante, pero también hay seres queridos que los esperan en su casa”, enfatiza Barragán, quien a la vez deja claro que por más dolor que tenga en su corazón no tiene odio hacia los terroristas que asesinaron al intendente Reyes. “Tengo a Dios en mi corazón y con él es que tienen que rendir cuentas”, puntualizó.