Aída Luz Rodríguez tiene 16 años pero conoce bien la tragedia de Mitú, cuando hace casi 18 la guerrilla FARC tomó esa ciudad en el corazón de la Amazonia de Colombia, la misma que ahora será santuario ecológico con un Bosque de Paz.Como millones de familias colombianas, que tendrán un árbol para recordar a las víctimas de más de medio siglo de conflicto armado, la de Aída Luz quedó marcada a sangre y fuego por esa ofensiva de 72 horas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que según cifras oficiales dejó 37 muertos y decenas de heridos."A mi tío lo mataron porque era policía. Era el hermano mayor de mi mamá; lo cogió la guerrilla y lo descuartizó. Tenía 24 años", cuenta a la AFP esta joven, en la capital del departamento de Vaupés, la única en el país que las FARC lograron ocupar."Tengo una tía en la guerrilla pero no sé si está viva; mi madre la vio (durante el ataque), pero no pudo hablar con ella", agrega, mientras bajo el sol inclemente del mediodía pide "paz en Colombia" para su hija Emilia Andrea, la bebé de apenas un mes que tiene en brazos.En la iglesia, a pasos de Aída Luz, aún se distinguen las huellas del asalto que comenzó la madrugada del primero de noviembre de 1998, cuando unos 1.500 miembros de las FARC atacaron la estación de policía de Mitú, todavía hoy aislada en medio de un mar verde: a 660 km por avión de Bogotá y sin acceso por vía terrestre.Sólo 120 policías custodiaban entonces el lugar, muy cerca de la frontera con Brasil. El pueblo, donde hoy viven unas 16.600 personas, la mayoría indígenas de la veintena de etnias de la zona, lucía arrasado cuando las fuerzas militares retomaron el control."A mi abuela la mató una bala perdida", relata Jefferson Pérez, de 24 años, frente al Departamento de Policía donde aún vive. "Había muchos muertos. Personas colgadas, la mayoría de los policías en el suelo, algunos sin cabeza, sin brazos, sin piernas. Fueron días duros", rememora.Crónica de muerte anunciadaTodo fue sin embargo previsible, según varios pobladores.En el mercado, junto al río Vaupés, Fabio Ramírez, un agricultor de 59 años dice que antes del asalto los rebeldes se paseaban vestidos de civil "tomando cerveza y reclutando menores", pero no se podía decir nada "por las amenazas"."Vi al ‘Mono Jojoy‘. Iba en lancha", cuenta sobre Jorge Briceño, el jefe militar de las FARC abatido en septiembre del 2010 que participó en la toma donde 61 policías quedaron rehenes de la guerrilla. Entre ellos estaba el general Luis Mendieta, el oficial de más alto rango en poder de los rebeldes, recién rescatado por el Ejército tres meses antes de la muerte de ‘Jojoy‘."Había muchos guerrilleros, llegaban a la comunidad, hacían reuniones, se llevaban a los muchachos de 10, 12 años", apunta Claudia Patricia Rodríguez, de 44 años, vendedora de miritíes, ibapichuras (frutos amazónicos) y casabes de yuca (pan ácimo)."Sufrimos mucho -recuerda, con una sonrisa de pocos dientes y bastante tristeza-. Ahora vivimos tranquilos. La gente dice que algunos (guerrilleros) en el monte no quieren entregar las armas, pero con mis ojos no lo sé".Las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos negocian la paz desde noviembre del 2012 en Cuba y se espera que muy pronto sellen un acuerdo que deberá ser refrendado por los colombianos en un plebiscito en una fecha aún por definir.Para no morir dos vecesSantos llamó a votar por el "Sí a la paz" al lanzar el viernes 19 en Mitú el proyecto Bosques de Paz, que busca no sólo la reconciliación nacional, sino también la preservación ambiental y de culturas ancestrales, el sustento de las comunidades indígenas y el desarrollo turístico."Vamos a sembrar más de ocho millones de árboles en memoria de las víctimas, para que también nunca más, ¡nunca más!, volvamos a repetir las atrocidades y el sufrimiento que este conflicto armado (...) nos ha traído", dijo.La idea la propuso Ximena Patiño, presidenta en Colombia de la ONG Saving the Amazon, con sede central en Nueva York, que trabaja desde hace tres años con indígenas del Vaupés."En paralelo, vamos a sembrar un bosque virtual en una plataforma digital para que cualquiera pueda contar de manera colaborativa, como en Wikipedia, la historia de cada víctima", explicó.Según el ministro de Ambiente, Luis Gilberto Murillo, "el tener estos árboles con el nombre de cada víctima y adoptados por la comunidad global garantiza que haya memoria".Así, nadie morirá dos veces. Porque según la tradición de los indígenas del Vaupés, uno muere cuando deja de respirar y cuando ya nadie pronuncia su nombre."Estamos sembrando no para el presente, sino para el futuro", subraya Arturo Hernández, líder indígena de la comunidad de Trubón, a dos horas en lancha de Mitú.