Los caleños están alarmados y esa preocupación no es para menos. En sólo seis días la ciudad ha sido el escenario de 34 homicidios bajo la modalidad de sicariato y en ese mismo lapso ocurrió una de las vendettas mafiosas más sangrientas de que se tenga memoria desde la guerra entre los carteles de la droga. Si bien no se puede afirmar que todas esas muertes violentas están relacionadas con la actividad del narcotráfico, las propias autoridades reconocen que algunas sí tienen un vínculo directo con fenómenos como la extorsión, que, como es sabido en varias regiones del país, lideran las llamadas bandas criminales. La mala racha de seguridad caleña arrancó el pasado jueves 2 de octubre cuando esa misma tarde los sicarios perpetraron dos acciones violentas, una de ellas en un lujoso centro comercial donde balearon a una mujer; la otra acción criminal se dio en el exclusivo barrio El Ingenio, donde acribillaron a un reconocido ingeniero de Popayán. Pero el hecho violento que rebosó la copa sin duda fue la masacre ocurrida el viernes en la noche en una casa finca al sur de Cali, donde fueron asesinadas ocho personas. La investigación apunta a que esa masacre fue el resultado de una vendetta al interior de una facción del clan Úsuga, antes Urabeños, y que detrás de esa acción violenta estarían involucrados alias 'Martín Bala' y alias 'Chicho', ambos capturados el año anterior y considerados exintegrantes de la estructura mafiosa del capo extraditado Diego Montoya, alias 'Don Diego'. Y la mala racha quedó ratificada este lunes 6 de octubre, cuando la Policía reportó oficialmente el crimen de media docena de personas en diferentes hechos aislados. El caso más sonado fue el doble crimen de dos hombres cuando salían del gimnasio. ¿Qué está pasando? Paradójicamente, esos hechos de sangre ocurren justo cuando las autoridades cívicas y policiales sacaban pecho por las buenas cifras en materia de seguridad. Precisamente la semana anterior el comandante de Policía de Cali, general Hoover Penilla, mostraba con orgullo los excelentes resultados en la reducción de homicidios. Y a juzgar por las cifras, había razones de sobra para celebrar, ya que en los primeros siete meses del año los crímenes en la capital del Valle se redujeron en 432 casos, es decir, el 29 %; bajaron de 1.531 a 1.099 casos de asesinatos. Y esa misma semana se supo que el alcalde de Cali, Rodrigo Guerrero, fue galardonado con el Premio Roux, una distinción que entrega la universidad de Washington, de EE. UU., por abordar la violencia como crisis en la salud pública. Lo irónico de ese galardón es que exalta la reducción de homicidios en la ciudad de Cali, con base en la investigación científica realizada por el mandatario. “El médico Guerrero realizó un trabajo de detective para determinar los factores que desencadenan la violencia en Cali. Sorprendentemente, los traficantes de drogas no eran los principales culpables (…)”, dice el boletín oficial de la Alcaldía. Sin embargo, el narcotráfico es hoy la principal amenaza de la tranquilidad caleña. Si bien se deben reconocer los esfuerzos de las autoridades en esa materia, no hay duda de que la migración de otras estructuras como el clan Úsuga y el reacomodo de las locales, por cuenta de la captura de los cabecillas, ocasionaron que esa nueva generación de baby narcos atomizara el problema. Otro factor que podría dar luces de la tranquilidad de la que gozaron Cali y el Valle del Cauca es que todo indica que en esa región tuvo origen la famosa 'tregua' entre bandos (Urabeños y Rastrojos) para no 'calentar la plaza'. Algo muy similar a lo ocurrido en Medellín con la famosa 'tregua' liderada por la 'Oficina de Envigado'. Un investigador policial que conoce por dentro el actuar de esas estructuras en el Valle explicó que una de las razones que dificultaron la 'tregua' “es que en esta región existen muchos narcos que trabajan solos o que heredaron el imperio de grandes capos y no se someten a directrices de otras bandas”. Eso es lo que viene ocurriendo con los 'Machos' y los 'Rastrojos', ejércitos privados al servicio de los capos Diego Montoya y Wílber Varela. Los primeros fueron absorbidos por los Urabeños y de los segundos se han documentado nexos con carteles de la droga mejicanos como el de Sinaloa. Todos ellos tienen como meta dos botines de guerra: el cañón de Garrapatas, una zona agreste entre Chocó y el norte del Valle, y el puerto de Buenaventura. La importancia de esas zonas para control territorial es que son rutas naturales para la producción y el tráfico de cocaína. Y desde el sector político cuestionan que precisamente el próximo año al rubro defensa y seguridad en el Valle, le redujeron el presupuesto. Andrés Santamaría, personero de Cali, critica que en el Plan de Desarrollo 2012-2015, el dinero para seguridad sólo incluye 166.243 millones de pesos, “muy por debajo de ciudades como Bogotá y Medellín”. Insiste en el control de las armas que autoriza la Tercera Brigada del Ejército y medidas como plan desarme, “en los últimos cinco años se han expedido más de 20.000 salvoconductos”, anotó el personero. Quizá la percepción actual de inseguridad caleña sea un tema de coyuntura que borra con el codo todo el trabajo que se hizo a lo largo del año; pero el alcalde encargado de Cali Javier Mauricio Pachón resume el problema de la siguiente manera: “Debo reconocer que fue uno de los fines de semana más violentos”.