La crisis humanitaria generada por las personas que se aventuran a atravesar la selva del Darién sigue dejando cifras aterradoras y de cómo los migrantes se arriesgan a atravesar uno de los puntos más peligrosos con tal de seguir su camino rumbo a los Estados Unidos.
Para octubre de este año se tenían registros de 413.333 personas que cruzaron el Darién durante el año 2023, lo que representa el 10 % de la población de Panamá, a pesar de que por momentos las intensas lluvias en esa zona hacen que baje un poco el flujo de migrantes, quienes buscan recorrer los países de Centroamérica hasta llegar a los Estados Unidos.
Ahora, un nuevo informe de la organización Médicos sin Fronteras reveló en un comunicado que el número de personas migrantes que ha cruzado los 100 kilómetros de “naturaleza salvaje a caballo” del Tapón del Darién está a punto de superar los 500.000 en lo que va de 2023, “una cifra sin precedentes, que supera con creces el total de migrantes que cruzaron en todo 2022: 248.000, que ya era un récord antes de los 133.000 de 2021 y los 6.500 de 2020″.
Esa cifra de migrantes, que han cruzado la selva, equivale “a más del 11 % de la población de Panamá. Esta es una crisis sin precedentes a la que no se ha volcado la suficiente atención global ni regional; no se han garantizado rutas seguras a los migrantes, ni suficientes recursos para las organizaciones que los atienden”, señala Luis Eguiluz, coordinador general de Médicos sin Fronteras (MSF) para Colombia y Panamá.
Esto aunado a los constantes peligros que se presentan en el Darién y los riesgos asociados a la topografía de la selva. En muchas ocasiones los migrantes se exponen a “caerse por precipicios o ahogarse en los ríos, las personas que cruzan el paso del Darién en su viaje hacia el norte, en dirección a Estados Unidos, están expuestas a todo tipo de vejaciones por parte de criminales: ataques, robos, secuestros y violencia sexual”.
“Este año, los equipos de MSF en Panamá han atendido a 397 supervivientes de violencia sexual ─107 solo en octubre─ incluidos niños. Y es probable que estos números subestimen el problema, ya que la violencia sexual a menudo no se denuncia debido al estigma y el miedo”, señala el comunicado.
Ante esta situación tan peligrosa y apremiante, los testimonios de varios de los migrantes son desgarradores, como el de Yucleisy de los Ángeles Rondón Blanco, una venezolana, de 24 años, recogido por MSF: “He escuchado todo eso, del peligro que atravesamos, no por nosotros sino por los niños, las cosas malas que vemos en el camino, que hay hasta muertos. Pero qué podemos hacer, si tenemos que buscar un mejor futuro y bueno, seguir para adelante”.
Experiencias que suman también a las de Friangerlin Brochero, otra venezolana, de 27 años, que salió de Guayaquil y va de regreso a Venezuela, mientras que su esposo quiere ir luego al Darién. Está embarazada, es madre de seis hijos, viaja con dos, su esposo Will y la familia de Yucleisy: “Todo el mundo busca lo mejor para su familia. Y a veces piensas que te vas a encontrar con cosas buenas y no... Te encuentras con humillaciones, con gritos; a veces te echan. Son pocas las personas que te ayudan y son buenas, no te voy a decir que no, pero más te encuentras con personas malas que con buenas. Uno hay veces que dura hasta tres días sin comer, viajando, caminando y caminando y caminando y caminando y caminando”.
Según la ONG, los pacientes han contado a los equipos de la organización que “hombres armados secuestran a grupos de migrantes y les roban el dinero, diciéndoles que ese es el coste de pasar por el Tapón del Darién”.
“Los pacientes han descrito cómo la violencia sexual, que va desde tocamientos no deseados hasta violaciones, se produce delante de otros migrantes o en tiendas de campaña montadas a tal efecto. El 95 % de las víctimas de violencia sexual atendidas por MSF eran mujeres. Quienes intentaron defender a las víctimas fueron a su vez objeto de violencia y, en algunos casos, asesinados”, reslató el comunicado.
“El Darién es lo peor que he tenido que vivir en mi vida, no se lo deseo a nadie. Pensamos que iba a ser un poquito más fácil, pero de verdad es difícil; una experiencia demasiado inolvidable. Lloraba ella, mi esposa, y lloraba yo”, comentó Keiber Bastidas, venezolano, de 26 años.