SEMANA conoció en primicia que la Fiscalía General llamó a juicio al pastor cristiano Juan Francisco Jamocó Ángel por los delitos de acceso carnal o acto sexual con persona puesta en incapacidad de resistir agravado. El líder de la Iglesia El Shadai, quien se encuentra privado de su libertad en la cárcel desde el pasado 5 de septiembre, ha rechazado en todas las instancias su responsabilidad en el constante y sistemático acoso a decenas de feligreses, entre ellas dos menores de edad. Ese es su argumento, pero las pruebas y testimonios señalan lo contrario.

En el escrito de acusación, la Fiscalía General citó variados testimonios de las denunciantes en contra de Jamocó, señalando que tenía un modus operandi particular para acosar sexualmente a las jóvenes que eran parte del coro o llegaban como voluntarias para realizar diferentes actividades dentro del centro cristiano ubicado en el occidente de la capital de la República.

En la investigación publicada en septiembre pasado, SEMANA reveló el testimonio de una de las jóvenes que motivó la apertura de la investigación contra el pastor que dirigía el centro de alabanza y quien tenía un gran reconocimiento, como videos con miles de visitas en las redes sociales. María Fernanda, de tan solo 17 años, fue víctima de Jamocó después de que llegara a apoyar al grupo del coro.

“Se me acercó al oído, me dijo que mientras daba la presentación no había podido evitar mirarme la cola y que había tenido una erección”. De este calibre eran los comentarios que le hacía el pastor. De las palabras pasó a los actos, intentando besarla a la fuerza y tocarla.

El pastor era enfático en que no le comentara a nadie lo que estaba ocurriendo, pues “uno no puede hablar de Dios, las palabras en contra de un pastor son como un clavo en una pared”.

Jamocó había intentado crear un ambiente hostil en contra de María, sembrando cizaña en la comunidad e intentando separarla de Andrés, un joven pastor con quien tenía una relación.

La gota que rebasó el vaso se presentó cuando el pastor la interceptó tras otra presentación de teatro, en un salón en el que se guardaba el vestuario, cerró la puerta, se recostó contra esta para impedir que alguien entrara, y sin mediar palabra la jaló durísimo hacia él, “me empezó a restregar su pene. Me cogía los senos con mucha fuerza, me besaba por todos lados con la lengua. Estaba como desesperado”.

El pastor hizo todo lo que estaba a su alcance para que nadie la escuchara, poniéndole la mano en la boca a la joven cuando oyó que la estaban buscando. En ese momento le susurró a su oído que no se olvidara de las maldiciones que podían llegar a su vida si contaba lo ocurrido, y citó un nuevo versículo que recuerda perfectamente: “Como el gorrión en su hogar y la golondrina en su vuelo, así la maldición no viene sin causa”.

El modus operandi del pastor Jamocó consistía en amenazar a sus víctimas con maldiciones, esto con el fin que le tuvieran miedo y no contarán nada de lo que ocurría.

Una tarde, la citó a su oficina, desde el primer momento sintió el acoso, hasta que le pidió que se desnudara frente a él. Ella, utilizando la misma estrategia de los versículos, intentó escaparse de esa compleja situación. “Tú me enseñaste que ese es un privilegio reservado para el que vaya a ser mi esposo”. Sin embargo, ni sus propias enseñanzas en el púlpito hicieron que cambiara de parecer.

Fue la presencia de su esposa la que evitó que el hecho pasara a mayores. Cansada de los acosos, decidió contarle todo a Andrés, quien le creyó y enfrentó al pastor. De inmediato cambió su bondadosa figura y se mostró histérico, hasta el punto de retarlo a que “se dieran en la jeta”. En medio del cruce de palabras, Jamocó reconoció sus actos, empezó a llorar y pidió perdón: “Se me fueron las luces, me dejé llevar por la carne”, era su justificación.

El pastor convocó a una oración, cerró sus ojos y pidió una guía. Años después, María Fernanda recuerda que jamás le pidió perdón ni reconoció su pecado. “Soy un mal hombre, me dejé llevar por la tentación, pero Dios nos restaura y vamos a salir adelante”. Esto evidencia que por su corazón jamás pasó el arrepentimiento.

Por el contrario, siguió sembrando cizaña ante la comunidad. “Él decía que yo me había metido a la oficina y me había desnudado”. En la iglesia sentía miradas que la juzgaban, murmullos a su espalda, y el rechazo de su propia familia.

Tras salir de la congregación religiosa conoció que una joven había tomado la decisión de denunciar ante la Fiscalía General al pastor. Esto motivó a otras jóvenes a unirse y presentar otras querellas contra Jamocó, esto pese a las acusaciones y ataques de los integrantes de la comunidad. “Nos dijeron resentidas, que nos gustaba lo que nos hacía, y que atacábamos a la iglesia”.

En contra del pastor Jamocó existen otras denuncias por abuso psicológico, debido a que las presiones, amenazas y ataques constantes las afectaron en su vida diaria. Tras denuncias, muchas de ellas fueron hostigadas por los integrantes de la iglesia, una de las más grandes del país.