Durante la firma del acuerdo entre las FARC y el Gobierno el lunes pasado en Cartagena, Timochenko pidió perdón público por el “dolor” que este grupo ocasionó a los colombianos en medio siglo de confrontación armada. Un asomo de ese sentimiento se había vivido días antes cuando ese grupo se reunió con los familiares de los asesinados diputados del Valle. Pero luego de la firma, ese gesto –pedido por años por las víctimas– se ha vuelto más recurrente. Esta semana la guerrilla hizo el mismo acto de contrición frente a las víctimas de la masacre de Bojayá. Y el viernes también se disculpó por la masacre de la Chinita, en la que murieron 35 personas, muchos de ellos antiguos militantes del EPL. Pero a muchas de las víctimas de ese grupo guerrillero el perdón aún no les llega. Una de ellas es Yariza Rodríguez, sobreviviente de la masacre ocurrida en el municipio de Colombia del departamento de Huila del 3 al 6 de octubre de 2009. La masacre es poco conocida pues en ese momento los medios no le dieron amplio cubrimiento. Una denuncia pública del Observatorio Sur colombiano de Derechos Humanos y Violencia afirmó que durante esos días en las veredas Ezequiel y Las Gutiérrez los frentes 55 y 17 de las FARC irrumpieron en el pueblo. Relata el comunicado que la guerrilla tomó represalias contra la población civil porque con armas en mano, el 3 de octubre, se opusieron a la retención del entonces concejal Luis Chacón. Días después, aproximadamente 20 guerrilleros asesinaron a cuatro personas, tres de una misma familia, incluyendo una menor de dos años, y se desplazaron 460 por amenazas directas. Luego de casi siete años, Yariza Rodríguez le contó a Semana.com lo que pasó esa madrugada. “No puedo decir que perdono a las FARC. ¿Cómo puedo perdonarlos después de todo lo que hicieron? Dios sabe cómo hace sus cosas, pero no puedo perdonarles la vida de mi hija. Sólo tenía dos años, no había vivido nada, era inocente. Eso es lo que más me duele”, subrayó Yariza. “De pronto por allá ustedes perdonen, pero acá nosotros seguimos en las mismas. Ellos no nos van a dejar en paz… Además, no me parece justo que les vayan a dar sueldos y beneficios, cuando las víctimas fuimos nosotros. Yo no puedo caminar, no puedo trabajar, me sangran lo oídos y una de mis manos prácticamente no me sirve. Y a mí ¿qué me ha dado el Estado?, nada”, afirma. A las 3:00 de la madrugada del 6 de octubre del 2009 Yariza, de 17 años, junto a su esposo Juan Carlos Cruz Cardozo, de 23 y su hija de dos, dormía en una de las habitaciones de la finca. Allí vivía con Carlos Alberto Cardozo, su suegro; Leidy Cardozo, esposa de este último y los dos hermanitos de su esposo, uno de 10 y otro de 14 años. “El ladrido de los perros nos despertó. Cuando yo me asomé por la ventana me di cuenta de que estábamos rodeados. Le dije a mi esposo: Amor, no abras, pero, no me hizo caso y le dispararon. Él se alcanzó a agachar y esquivó el tiro. Yo me arrodillee y volví a cerrar la ventana”, contó esta sobreviviente. Después, les gritaron que abrieran la puerta y les prometieron que nada les iba a pasar. “No respondimos nada y de pronto, tiraron una granada al cuarto donde estábamos nosotros. Yo quedé tendida en el piso inconsciente. Pero mi suegra, que también sobrevivió, me contó que mi esposo cogió a mi hija y al ver que en una de las salidas no había guerrilleros, intentó esconderse en un barranco. Pero lo descubrieron”.A los dos los mataron. “Me dicen que a mi esposo le dieron más duro e incluso, una de las guerrilleras cuando la capturaron contó que mi hija lloraba mucho y que cuando le preguntaron al jefe que si la mataban o la dejaban viva, respondió: mate esa china, que nos va a causar más problemas”. Leidy Cardozo y sus dos hijos menores alcanzaron a esconderse en un despeñadero. A Carlos Alberto Cardozo lo mataron después de haber asesinado a su hijo mayor y a su nieta. Pero la tortura siguió para Yariza, que quedó herida en la casa. “Como a las 6 de la mañana, ellos regresaron donde yo estaba. Yo sólo oía sus voces. Decían vamos a ver qué tienen estos ‘hijuemadres’. Cuando estuvieron más cerca de mí, pude abrir los ojos. No sé cómo lo hice, pero volví a cerrarlos y no me moví. Ellos rompieron todo, encontraron 250.000 pesos que le tenía guardados a mi hija. Luego, para comprobar que yo estaba muerta, me levantaron a puños, a pata, me volteaban. No sé cómo pude quedarme quieta”.Le recomendamos: Tragedia de Bojayá: perdonar o no perdonarA eso de las 8 de la mañana, uno de los vecinos, cuando vio que las FARC se habían ido, entró a la casa y encontró a Yariza Rodríguez. La mujer se enteró a los 14 días de la muerte de su hija y su esposo. Tiempo después, recibió 22 millones de pesos como reparación del Estado por la pérdida de la niña. Rodríguez cuenta que duró más de seis meses como una “bebé”. Relata que “me tenían que hacer todo. Pero lo que más me dolió fue que no puede sepultar a mi hija ni a mi esposo. Todo lo recuerdo como si hubiera sido ayer”.Un líder comunal del municipio que prefirió la reserva de su nombre le dijo a Semana.com que este poblado fue víctima de las FARC de diferentes maneras. Y que también anhelan que les pidan perdón. “Fuimos víctimas de masacres, de desplazamientos, de extorsión, de todo, y como todos los colombianos, queremos que todo esto termine. Pero hasta el momento aquí no hemos tenido campañas ni por el SÍ, ni por el No, ni sabemos qué va a pasar con nosotros”, agregó este líder.