La Procuraduría General de la Nación le envió una carta al Ministerio de Defensa, Ejército Nacional, Fiscalía General de la Nación y al Departamento de Policía del Cauca, solicitando que se investigue y judicialice a los responsables del presunto secuestro de 26 militares y dos policías en el Patía, Cauca.
Los hechos ocurrieron el pasado 11 de mayo, cuando al parecer, comunidades campesinas del Patía retuvieron ilegalmente a los miembros de la fuerza pública, obstruyendo los operativos militares y de policía contra el narcotráfico que desarrollaban en ese momento.
La Procuraduría también solicitó la entrega de un informe sobre los planes de acción diseñados para evitar que hechos como este se sigan presentando.
“Esta actuación está encaminada a prevenir que ciudadanos de la zona obstaculicen nuevamente el cumplimiento de las funciones asignadas a los militares y policías para mantener el orden y la seguridad en el departamento, sin que ello implique coadministración”, indicó el Ministerio Público.
Según información del Ejército, cuando sucedieron los hechos, “fue localizado un laboratorio para el procesamiento de cocaína, al parecer perteneciente al grupo armado organizado residual Estructura Carlos Patiño. En el lugar la tropa pretende realizar la destrucción controlada de un laboratorio con aproximadamente cuatro toneladas de clorhidrato de cocaína, pero durante el procedimiento, el personal que desarrolla esta actividad ilícita no abandona el sitio y son rodeados por más de 400 personas, que ocultan sus rostros y quienes de forma tumultuaria buscan impedir que se lleve a cabo la operación militar, mediante el secuestro”.
En comunicación del Ejército señalaron que “los soldados cumplen con la misión constitucional asignada en la ley. Las operaciones militares son legítimas y coadyuvan a generar condiciones de seguridad y a propender por el goce de los derechos de la población civil. Se insta a la comunidad a no obstruir las operaciones militares, ya que esto puede constituir delitos, como lo consagra el Código Penal”.
Y no les falta razón, aunque se siguen presentando ya son varios los secuestros de este tipo y se pretende presentar como un cerco humanitario, en realidad estas retenciones ilegales no son más que un secuestro.
En esa ocasión, antes de que representantes del Alto Gobierno se pronunciara y se adelantaran las gestiones con la Defensoría del Pueblo para la liberación, el Comando Contra el Narcotráfico y Amenazas Transnacionales, unidad orgánica de la División de Aviación Asalto Aéreo del Ejército Nacional, advirtió en un comunicado que su enérgico rechazo y anunció que se interpondrían ante las autoridades competentes “las denuncias respectivas por secuestro y asonada, entre otras conductas punibles que pudiesen configurarse”.
En las imágenes conocidas por SEMANA, se observaba a varios sujetos encapuchados rodeando a los uniformados, en medio de la zona selvática.
Este caso revivió lo ocurrido en el sector de Los Pozos, en San Vicente del Caguán, en el Caquetá, donde un contingente del Esmad fue secuestrado por la guardia campesina y en el que murieron dos personas, un subintendente y un civil.
El testimonio de un secuestrado en el Caguán
Justamente, sobre este secuestro, que pretendió denominarse con el eufemismo de “cerco humanitario”, SEMANA reveló el testimonio de uno de los uniformados ante las autoridades que resultó desgarrador.
“Señores, les notifico que ustedes son prisioneros de guerra”. Esas palabras todavía retumban en la cabeza de un Policía que formó parte del grupo de 78 uniformados secuestrados por la guardia campesina en las instalaciones de la petrolera Emerald Energy, ubicada en la vereda Los Pozos, en San Vicente del Caguán (Caquetá). El testimonio es demoledor, deja claro que no fue ningún “cerco humanitario”; por el contrario, fueron torturados, humillados, maltratados y nunca recibieron apoyo.
El curtido suboficial de quien SEMANA se reserva la identidad por seguridad, formaba parte de la recién creada Unidad de Mantenimiento y Diálogo del Orden, nombre con el que el Gobierno rebautizó al Esmad. Cuenta que desde que llegaron a la zona se chocaron de frente con un ambiente totalmente hostil, “el helicóptero fue atacado con piedras por parte de manifestantes, que se contaban por miles”.
Tras varios días en la zona, en los que la búsqueda de un diálogo entre la policía y el líder de la manifestación fue en vano, la guardia aprovechó y en las primeras horas del 2 de marzo ingresó al campamento en el que estaban los policías y los atacaron con todo tipo de elementos.
El relato es detallado y contundente: miles de personas les arrojaban explosivos a una decena de policías resguardados en un lugar que tenía todos los elementos para estallar. “Había 20.000 barriles de crudo, tanques de nafta, un material sumamente inflamable. El respeto por la vida era nulo”.
Con la voz entrecortada recordó que “el caos, que ya era total, aumentó cuando nos enteramos de que la guardia campesina había asesinado a un subintendente y siete policías estaban secuestrados”.
Rápidamente, ordenó dirigirse a la “parte alta, rumbo a la base militar, para rescatar a los civiles que se encontraban todavía en la sede petrolera y recuperar el cuerpo de nuestro compañero asesinado. Lastimosamente, el plan no resultó y fuimos rodeados por esas personas, que, tras doblegarnos, empezaron a ejecutar todo tipo de actos degradantes e inhumanos. Fui electrocutado con un tábano, nos obligaron a quitarnos nuestros uniformes, nuestras armas, nos robaron hasta las cosas personales”.
En la macabra escena apareció Floro, a quien habían identificado como el líder, el mismo que se había rehusado al diálogo. Con su voz de mando “dio las órdenes para que les quitaran las armas de fuego y todos sus elementos. Luego se paró en una silla e hizo un canto de victoria, en alusión a que habían ganado la batalla”. De la boca de Floro salieron las palabras que marcan este relato: “Son prisioneros de guerra”. Este hombre, armado y con poder, les dijo que su vida estaba en manos de la guardia campesina.
“Nos empezaron a golpear y amenazar con armas blancas, machetes, pistolas (...) pude percibir gente con armamento de guerra, con armas letales. Poco a poco llegó a la zona más y más personal totalmente armado”, cuenta el policía, el terror que vivieron.
Trofeos de guerra
Les quitaron absolutamente todo: cadenas, anillos, billeteras y celulares. La guardia, conocedora del terreno, los trasladó a un sitio más plano para continuar “con sus vejámenes y actos inhumanos. El compañero muerto fue ubicado en medio de todos para ser escupido, golpeado, centro de burlas y comentarios, actos que se alejan totalmente de la razón”.
Por si fuera poco, luego de retenidos, “nos montaron a un camión totalmente untado de mierda de vaca. Todo esto fue registrado en un video grabado por uno de los campesinos, mientras al fondo se escuchan las risas y los insultos. Nos dan un paseo por el pueblo como si fuéramos un trofeo de guerra, al compañero fallecido lo llevan en el platón, de una cama baja, y lo colocan como si fuera un trofeo, dan toda la vuelta, burlas, presiones de que nos iban a matar, que nos iban a picar, que si éramos muy machitos. No nos dejaban hablar, nos mantenían aislados, nos descalzaron”.
Después de amenazarlos con un nuevo traslado a zonas de conflicto, los volvieron a montar al camión infestado de boñiga. “La situación fue tan fuerte que un policía entró en un shock emocional, lo que obligó la atención inmediata de un enfermero, que le hizo reanimación con lo que pudo, la guardia le había quitado su botiquín”, contó el policía.
Con la llegada de la noche aumentaron las amenazas y el trato inhumano. “El traslado a otra región se suspendió, la zozobra por un supuesto operativo de rescate obligó a que se quedaran en un solo lugar: los policías fuimos obligados a ver cómo el cuerpo de nuestro compañero se descomponía por factores ambientales”.
“Les pedimos sacar al muerto, lo agarran, lo suben y lo botan como si fuera un bulto de papas en un camión, un perro callejero tal vez habría tenido un mejor trato”, recordó el hombre, quien todavía no se puede sacar de la cabeza esos duros momentos, por ejemplo, cuando, al mejor estilo de los campamentos nazis, los campesinos instalaron alambres de púas en las puertas y ventanas de la habitación donde estaban los uniformados para evitar que se escaparan.
“La orden era matarnos. Llegaron vehículos de alta gama, con música a todo volumen, descendían personas armadas, creo yo que eran comandantes guerrilleros. Digo que eran comandantes porque ordenaban. Era una doctrina en esta gente, como una jerarquía”, relató el teniente, que no dudó en llamar la atención sobre la formación militar que tenía la guardia y que no era de un campesino normal: “Formaban, recibían instrucción tipo militar, realizaban ejercicios de acondicionamiento físico sin armas, salían a marchar”.
El cerco que no existió
El 3 de marzo, con los primeros rayos de sol, por fin se cumplió lo prometido. Los policías secuestrados fueron trasladados a una base militar donde se encontraban el entonces director de la Policía, Henry Sanabria, y el ministro de Defensa, Iván Velásquez. Minutos después fueron trasladados hasta San Vicente del Caguán.
El teniente recordó que no recibieron apoyo del Ejército en toda la operación, reiterando que fueron dejados a su suerte. En su declaración, además, no se refirió a la figura del cerco humanitario ni tampoco presenció la negociación con los líderes de la guardia campesina, lo que sí queda claro con la narración es que los policías y funcionarios del Gobierno fueron secuestrados por los manifestantes. Incluso, otro de los policías retenidos reseñó que un funcionario sufrió un ataque de pánico en medio de la tensa situación.
En el tire y afloje del convulsionado acuerdo, las dos partes decidieron ponerle el eufemismo de cerco humanitario al secuestro, humillación y actos de tortura que sufrieron los policías.
A este curtido policía todavía le llama la atención recordar la manera en cómo los que se hacían llamar campesinos realizaban una división de su trabajo siguiendo lineamientos militares: “Estaban sumamente coordinados, tenían roles (...) pude observar cómo apagaban las cápsulas de gas lacrimógeno, un grupo se encargaba de las capturas de los policías, estaban los garroteros, sabían quién era quién, se relevaban entre ellos. Incluso se fueron a desayunar”.