Vamos a decirlo de manera directa, casi brutal: hay que sabotear, ojalá prohibir, la exhibición pública en Colombia de la película La virgen de los sicarios, basada en la novela del mismo nombre de Fernando Vallejo. ¿Un atentado contra la libertad de expresión? ¿Un escándalo internacional? ¡Perfecto! Para empezar, Vallejo vino al encuentro de escritores de Bogotá por un salario de cinco mil dólares, recibió atenciones de cinco estrellas, sólo para lanzar una de las diatribas más siniestras contra Colombia. Les exigió a todos los colombianos abandonar el país, les pidió que no se reprodujeran más y en su mensaje, dirigido "a los muchachitos de Colombia", lanzó lo que es su imaginario de escritor y lo puso en la boca del Presidente de la República: "¡Maten, roben, extorsionen, destruyan, secuestren, pero eso sí, háganlo a cabalidad para que se queden con lo que quede de Colombia!". En visitas anteriores pidió incluso bombardear a Colombia. Y acabamos de ver en video su película. Suscita la misma repugnancia que causó en el festival de cine de Venecia, donde recibió madera fina del público y de la crítica italiana. Produjo rubor. Sin falsos moralismos, sin arroparse en la bandera nacional, sin jamás haber sido camanduleros, la vimos como una hora y cuarenta y cinco minutos de horror contra todo lo colombiano y contra Medellín. No se asume como una obra de ficción, pues es el deambular por la ciudad de un escritor llamado igualmente Fernando Vallejo, autor de la novela y guionista de la película, acompañado por dos sicarios. Se acuestan, se matan, matan y reducen a Simón Bolívar, al Papa, a los últimos presidentes de Colombia, a todos los antioqueños, a los colombianos en general, y por supuesto a Dios, en una manada de... Incluso se invita al magnicidio contra los ex presidentes César Gaviria y Ernesto Samper. O se realiza una masiva orgía de droga en plena catedral de Medellín y se produce una masacre en el metro. No vamos con ingenua morbosidad a resumir más la película para estimular las entradas. Porque de esto se trata. El mismo Vallejo lo acaba de decir en París: "Si en Colombia dejan que se estrene, será la película más taquillera de todos los tiempos". Odiando a este país a morir, de la misma manera que vino por los dólares oficiales para lanzar bazofia contra Colombia, ahora quiere regresar por la gran taquilla. Lo más sensato es ignorar a Vallejo, incluso ignorar la película, porque los provocadores, como los terroristas, lo que buscan es la atención y la notoriedad pública. Pero ya va siendo tiempo de que la gran prensa deje de orquestar el pensamiento y la obra de un hombre que si es sincero en lo que dice, entonces se trata de un sicópata. Un delirante que le quiere cobrar a toda una nación el no haber podido ser felizmente homosexual en Medellín, como lo proclama en todas sus entrevistas. Es asunto suyo que esa sea su opción física, e incluso es respetable, porque no se trata de discriminar a nadie por su sexualidad. Pero que no sea, por favor, un maricón tan escandaloso. ¡Cálmese! Se requiere que los creadores obren en forma serena, como lo enseñaron Tolstoi o Goethe cuando cuestionaron el espíritu de sus naciones y de la Europa de su tiempo. Si Vallejo no se puede reproducir, por su condición, no les pida a los hombres y mujeres de esta nación renunciar a este derecho natural. No juegue a ser el Vargas Vila de nuestra generación, porque este escritor, novelista tan esperpéntico como Vallejo, sí fue un panfletario respetable y su rebeldía fue contra los grandes tiranos de Colombia y de América. A Vallejo se le debería ignorar si no fuera por el daño y la desorientación que puede sembrar en cierta juventud colombiana. O por la forma como ofende a una nación que sufre. Y no puede ser paradigma de la creación quien niega la vida, la misma posibilidad de la continuidad de la especie humana. Esto no se le ocurrió ni a Nietzsche, D´Annunzio o Sartre, apóstoles de la desesperanza. Grandes artistas de Colombia son un García Márquez o un Fernando Botero. El primero, que jamás habla mal de Colombia fuera de sus fronteras, que participa en los planes de ciencia, educación y cultura para la juventud colombiana; y el segundo, que le acaba de hacer al país, en obras de arte a Bogotá y Medellín, el regalo más generoso que jamás colombiano alguno haya tenido para con su nación. Hay que escamotear la exhibición en Colombia de La virgen de los sicarios. Concurrimos en forma masiva a La vendedora de rosas, porque esa es una película dura, sincera y dolorosa, pero muy respetuosa con quienes viven en la miseria y la marginalidad colombiana. Pero la de Vallejo no, porque destila odio por igual contra pudientes o menesterosos. Ojalá pudiera prohibirse, porque también basta ya de tantas libertades sofisticadas en un país que está en guerra. Hay que ver, por ejemplo, si en Inglaterra se pueden pasar películas, videos o fotos de niños en actos de violencia. Por lo menos no hay que ir a los teatros para no ayudar con nuestro dinero a Vallejo y compañía.