Bajo un frondoso árbol, de esos que decoran los paisajes en la ruralidad del Catatumbo, corregimiento el Aserrío del municipio de Teorama, Norte de Santander, estaba el patrullero de la Policía Heider Eduardo Angulo Castillo. Tenía el celular en la mano y movía su brazo con la ilusión de encontrar señal. Era el 27 de diciembre de 2021, y por primera vez en sus 23 años no había llamado a su abuelita, quien tres días atrás cumplió 85. Pensaba regalarles besos a través de la distancia. Quería desearles a su mamá y hermanos unas felices fiestas. ¡Decirles que estaba vivo! Sonrió, dicen sus compañeros, como si hubiera pescado la esquiva comunicación; en ese momento, Angulo cayó al piso. Antes de que la llamada saliera, un francotirador del ELN le disparó en el pecho y murió instantáneamente.
En uno de los barrios más humildes de Cali, la señora Eva sintió que su frágil cuerpo se estremeció de repente, no era normal. Tuvo un mal presentimiento de lo que podría estar pasando con su nieto. Prefirió no decir nada, pero en la habitación María, la mamá del joven, experimentó algo extraño. “Era como soñar despierta”, y cuenta que sintió un abrazo de su hijo, pero, cuando fue a tomar su mano, se dio cuenta de que Heider no estaba allí. Alcanzó a ducharse y justo cuando salía del baño golpearon a la puerta. Era la policía. Por la expresión de sus rostros sobraban las palabras para entender que la llamada tan esperada nunca llegaría. Cada vez que ella recuerda esa escena, el piso se sacude.
La puerta de madera astillada delata la furia que sintió al recibir la noticia. “¿Por qué?”, se pregunta una y otra vez, golpeando ya sin fuerza el marco. ¿Hasta cuándo se entenderá que esta guerra absurda deja más que titulares y estadísticas de policías asesinados? En 2021, 67 familias de policías que estaban al servicio del país sintieron el mismo dolor que hoy experimentan María y Eva.
Acá la historia de esta familia en video:
Quien apretó el gatillo a más de un kilómetro de distancia se estaba vengando, porque Heider Angulo había participado en una de las operaciones más grandes en contra de las finanzas del ELN. La Operación Némesis, liderada por la Dirección de Carabineros y Seguridad Rural de la Policía Nacional, inhabilitó una megaválvula que sacaba ilegalmente cerca de 59.000 barriles de crudo al mes del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Ese combustible del que la guerrilla se benefició durante diez años y puso al servicio del narcotráfico.
Más de nueve meses tardó la planeación de esta operación. El 5 de diciembre empezaron a entrar las tropas de la Segunda División del Ejército a la zona, la cerraron y garantizaron la seguridad. Luego ingresó la Policía. Tras una semana de patrullajes e inteligencia, se dio inicio al despliegue del Grupo de Operaciones Especiales contra el Apoderamiento Ilícito de Hidrocarburos y del Grupo de Operaciones Especiales Rurales, al que pertenecía Angulo. Por la labor que realizó junto con sus compañeros, se logró la incautación de 900 kilos de precursores químicos y la destrucción de cinco balones bomba que serían arrojados a miembros de la fuerza pública. Incluso, un perro antiexplosivos apoyó la labor. Cuando había calma, luego de 20 días en la zona, el grupo de Angulo pudo sentarse a comer, y fue cuando el ELN actuó. Evidentemente, el francotirador vio al patrullero como su blanco. Poco importó que tuviera familia, sueños y sentimientos.
El patrullero decía que hasta que no le cumpliera el sueño a su mamá de tener una casa propia donde pudiera poner un restaurante no buscaría novia. “Mi esposa es mi abuela, mi novia es mi mamá, y mis hijos, mis hermanos”, decía con orgullo a sus compañeros. A sus cortos 23 años alcanzó a solicitar un crédito de vivienda y se lo otorgaron. “Ese día lloraba como un niño pequeño, me decía: “Mamá, por fin va a tener su casa, grande como le gusta’”, recuerda María, mientras acaricia la foto que estuvo en el féretro de su hijo. Varios de los mensajes que enviaron los compañeros a la madre de Angulo hablan de lo que representaba para él la familia: “Me decía que su mayor alegría era entregarle su casita, a veces quedaba sin dinero por quedar al día con todo. Prométame que ese sueño usted lo culminará en nombre de él”, dice uno de los mensajes que conoció SEMANA.
Pero es algo difícil de cumplir sin la solidaridad de otros. María trabajó durante años desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada del siguiente día, vendiendo comidas en la calle, para pagarle la carrera policial a su hijo, que duró en la institución cuatro años y siete meses. Cuando él empezó a recibir sueldo, llegó la pandemia y los quebrantos de salud de la mamá y la abuela, así que Angulo pagaba arriendo, proveía la alimentación y respondía por sus hermanos de 17 y 10 años. No pudo asistir al grado de bachiller de su hermana, pero había prometido ayudarla a sacar adelante la carrera de psicología como siempre soñó. Otro sueño más que el francotirador mató.
En el Catatumbo, los francotiradores pasan inadvertidos, con sigilo se camuflan entre ramas y montañas. La mayoría de ellos son niños que se hicieron hombres en el ELN, víctimas del reclutamiento, pero que con los años ganaron frialdad, desligados de lo humano, motivados por una guerra en la que la vida nada vale. No miden el dolor que pueden causar a una abuela, padres, hermanos o hijos.
El ataúd cubierto con la bandera de Colombia, una calle de honor, marcha con trompetas y la foto de Heider Eduardo Angulo Castillo fue lo que vio María el 31 de diciembre de 2021, pero lo que siente es que su hijo la sigue cuidando. “Un ser tan bueno solo puede estar allá”, dice con la esperanza de reunirse pronto con él. Sabe que quizás nunca identifiquen al asesino de Heider, pero ora por él. Sabe que, si perdona y el francotirador cambia de corazón, evitará que otros compañeros de su hijo también mueran.