Para que el doctor Sergio Torres tome un bisturí y abra el cerebro humano ha pasado todo un ritual: un café con azúcar, cambio de traje, lavado de manos que repite tres veces, y si tiene duda de haberse saltado alguno de los pasos vuelve a empezar. Mientras le ponen los guantes, no le molesta que el anestesiólogo de turno ponga música, porque él ya está sumergido, literalmente, en la cabeza de otro. Cuando corta el cráneo y ve el cerebro repite “aquí está todo lo que es esta persona”, y se esmera en que sus movimientos sean delicados para no generar complicaciones. Sabe que en sus manos están los recuerdos, la motricidad, el habla, la esperanza de una familia, el padre, la madre o el hijo de alguien más.
Hasta el último minuto es metódico, asegura que el cierre y la desinfección de la herida es clave, por eso hace que todo el equipo que lo acompaña en el quirófano se cambie de guantes en ese punto de la cirugía. Esa escena la ha repetido 600 veces desde que llegó a Colombia en 2019, luego de cursar sus especializaciones en España. En realidad, una cifra muy alta que le ha dado experiencia, pero, según él, denota que hay un sistema de salud que es perverso con el paciente y “manejado por médicos frustrados para los cuales la administración de recursos es más importante que el bienestar del ser humano”.
Él también se frustra, está convencido de que su paciente merece que el cirujano que entre en su cuerpo tenga tiempo suficiente de estudiar el caso, de hacer investigación, de buscar soluciones de fondo, y que no sea simplemente uno más en la lista de producción, como si se tratara de una fábrica. Se enoja cuando ve que una clínica autoriza cirugías de 40 millones de pesos para retirar un tumor cancerígeno del cerebro, pero el sistema niega citas de control con el oncólogo en el posoperatorio. Por esa razón, los pacientes tienen que volver meses después a urgencias con una masa tres veces más grande que toca volver a operar.
Torres cuenta que hizo su carrera de Medicina en una universidad pública, porque su madre quedó viuda cuando él tenía nueve meses de nacido. Cuando decidió ser neurocirujano le tocó salir del país. En Europa esas especializaciones, que son al servicio de la comunidad, son gratuitas, mientras que en Colombia pueden costar alrededor de 200 millones de pesos, y así tuviera la plata, la academia decide cuántos cupos brindar. Explica que eso debería definirlo el Ministerio de Salud si conociera cuántos enfermos por patología hay en el país, y si supiera cuántos médicos generales están graduando sin la posibilidad de entrar al círculo cerrado de los especialistas. “En un pregrado se pagan 300 millones de pesos solo en matrículas, para terminar siendo los secretarios de sus mismos profesores”, denuncia. Dice que en Colombia únicamente hay 400 neurocirujanos para una población de más de 50 millones de habitantes y algo similar sucede en otras especialidades.
Su sueño siempre fue volver a Colombia y ayudar a tantos pacientes que requieren cirugías en su cerebro o columna vertebral. Pero incluso volver fue una lucha, no le querían homologar el título. Para ese entonces ya tenía premios internacionales; en 2019, la Federación Mundial de Neurocirugía lo galardonó como el médico joven del año en el mundo por su aporte a la ciencia. Presentó un estudio sobre un tipo de cáncer agresivo que se genera en el cerebro o la médula espinal, el glioblastoma multiforme. Este es uno de los tumores más difíciles de tratar, y en algunos casos no tiene cura. Torres ha logrado avances importantes en su investigación, como resultado de su tesis doctoral en biología molecular y biomedicina que hizo en España. Tiene 35 años y desde 2018 ejerce como neurocirujano.
Por su hoja de vida y la presión en los medios de comunicación le homologaron su título. Logró sentarse con el Gobierno nacional e incluso alcanzó a liderar un proyecto de ley que cerraba esas brechas a las que se ven sometidos los trabajadores de la salud, pero dice que increíblemente el mismo gremio de la salud se negó a que continuara y empezó a recibir represalias de sus colegas de mayor trayectoria. “El problema real de fondo es la corrupción y la avaricia”, concluye. Dice que aunque su motivación es la vocación de servicio, eso no significa que hubiese tenido que trabajar casi un año sin que le pagaran sus cirugías. Algunas finalmente se las cancelaron a mitad de precio después de la larga espera y otras no.
Ingresó a la clínica Los Cobos Medical Center, donde le cambiaron el contrato de prestación de servicios para pertenecer a la planta de personal. En un principio fue una celebración, pero luego se convirtió en un dolor de cabeza. Asegura que desde ese entonces tiene que cumplir horarios extensos. Además, que no entiende por qué razón si es empleado de la compañía tiene que pagar un arriendo del 10 por ciento de las instalaciones que utilice en la clínica. SEMANA habló con la clínica y allí manifiestan que, a diferencia de otras entidades de salud, sus empleados tienen un contrato que dignifica la labor y permiten que puedan acceder a una pensión. En cuanto a los descuentos, dicen que son los que la ley permite. Sin embargo, Torres es consciente de que la ley está hecha para favorecer a las empresas sobre los trabajadores. “En Colombia uno vive para trabajar”, indica.
Explicó que el sistema es muy americano, se dedican varias horas para operar o hacer trámites administrativos, con la diferencia de que en Colombia pagan seis veces menos. En cambio, en Europa pagan tarifas similares a las de nuestro país, pero se trabaja la mitad. El restante es para el bienestar del profesional y estudios científicos que ayuden a mostrar mejorías en la población. Estando en España pudo hacer avances para realizar en el futuro una cirugía menos invasiva en el cerebro, en la que en lugar de abrir todo el cráneo el especialista podría ingresar por medio de una cavidad ocular para revisar a profundidad sin generar mayores riesgos. Ese estudio fue el que le volvió a dar el reconocimiento de neurocirujano joven del año a nivel mundial en 2021.
Aún recuerda aquel lunes en que recibió la noticia. Acababa de levantarse cuando vio una notificación de la Federación Mundial de Neurocirugía en su correo, su corazón se aceleró y leyó el mensaje mientras las manos le temblaban de emoción. Segundos después suspiró, sentía tranquilidad de saber que sus esfuerzos no habían sido en vano. Se dio cuenta de que desde otro país quizás pueda hacer más por la humanidad, por eso decidió aceptar una de las tantas ofertas hechas en el Viejo Continente. Se irá antes de acabar año, pero dice que no puede partir sin decir lo que viven cientos de médicos y especialistas en Colombia, que callan por temor a que el mismo gremio les cierren las puertas o simplemente porque ya se resignaron.
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