A las seis y cuarenta minutos de la mañana, hay quienes creen que las marchas en las calles al final del día no sirven para nada, y por ahora, pues la del domingo puede señalar dos ventajas, la primera es que ha dejado al desnudo el narcisismo –una vez más– y el complejo de persecución –una vez más– del presidente Gustavo Petro Urrego.
Si la gente no lo apoya es porque, según él, o lo quieren matar o lo quieren tumbar. La segunda consecuencia de lo sucedido el domingo –y advierto que no tengo muy claro si será mera coincidencia o si la situación fue provocada por las marchas del domingo– es que sirvieron de advertencia a un gobierno que no gusta porque no ejecuta y se la pasa inventando campañas y reformas impopulares, que es hora de llegar a algo con el ELN o con alguno de los grupos que conforman su esfuerzo por la paz total.
Por lo tanto, finalmente Gobierno y ELN anunciaron que volverán a reunirse en Caracas en mayo para avanzar en la agenda y cerrar el capítulo del proceso de participación de la sociedad civil. En esta negociación, sería lógico que entre las marchas del domingo el gobierno afane al ELN y el ELN se afane a su vez, de que no se desgaste el Gobierno y no tenga la fuerza para hacer ese pacto de paz con este grupo guerrillero.
Y perder el apoyo y la credibilidad popular, que es una posibilidad antes del cierre de hostilidades. ¿Que las marchas no sirven? Sí sirven, y de hecho habrá retiros espirituales del Gobierno para discutir los diferentes mensajes que le hablan al oído al presidente, que lo quieren matar o lo quieren tumbar. ¿Que las marchas no sirven? Sí sirven, y nos queda claro que por ahora la gente, el pueblo, los sectores populares, aunque Petro no lo reconozca así, porque protestan contra él, le están pidiendo al Gobierno del cambio que cambie.