En tiempos de comunicación difusa, en el que las redes sociales hacen más difícil controlar los mensajes y en que la polarización acompañada de posverdad están a flor de piel, para los gobiernos es cada vez más difícil comunicar sus logros y mantener altos niveles de legitimidad. En Colombia, después de que Álvaro Uribe salió del gobierno en 2010, el tema de la popularidad se convirtió en un referente fundamental para medir la gestión de gobierno. En sus ocho años en el poder, el ex presidente logró convertirse en el mandatario más popular desde que existen las encuestas. Comenzó con el 72 de favorabilidad y terminó con el 74. Ver: Un año de gobierno sigue el pesimismo y baja la imagen presidencial Por cuenta de la radicalización política que se desató durante su gobierno, a Santos, en contraste, le fue regular. Aunque comenzó con el 74 por ciento de imagen positiva, después de que se hizo explícita la ruptura del uribismo con su mandato, su imagen se fue en picada. Bajó a 25 puntos en 2013 y se mantuvo alrededor de esa cifra hasta 2018, cuando repuntó al 40 por ciento. Mantenerse alejado del día a día de la política como ex presidente le ha servido para recuperar imagen. En el caso de Iván Duque su favorabilidad nunca ha superado el 50 por ciento y cayó muy pronto. Comenzó con 47 y tres meses después llegó a 29. Sólo repuntó en febrero, cuando reaccionó al atentando del ELN a la Escuela General Santander y hoy se encuentra en 37 puntos. La relación con la popularidad de estos tres mandatarios ha sido diferente, y por motivos distintos. Uribe se sostuvo en el discurso de la seguridad democrática y desarrolló un estilo en el cual, a través de los consejos comunitarios y otras acciones, borró las fronteras entre él y las mayorías. Santos, en contraste, fue un presidente frío y distante, y sus bandera de la paz nunca logró ser comunicada de manera adecuada, ni siquiera en la campaña por el Plebiscito. En contraste con él, Iván Duque ha defendido causas populares. Según las encuestas, los colombianos cada vez detestan más a Maduro, creen que hay que tomar acciones en el tema de Venezuela, rechazan mayoritariamente la decisión de la Corte Constitucional de permitir el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas en espacios públicos, y quieren ver a Santrich tras las rejas. Todos esos son temas en los que ha insistido el presidente Duque en las últimas semanas, pero que sin embargo no logran convertirse en popularidad. ¿Qué está pasando? En días pasados, el analista Álvaro Forero publicó la columna “el problema de Duque es la Agenda”, en la que planteó que entiende la agenda como el propósito histórico de un mandatario y asegura que “el mundo no entiende cuál es la agenda de Duque, y muchos que votaron por él hoy dudan de su pertinencia histórica”. Eso, según él, se debe además a que promesas de campaña resultaron siendo “fantasmas”. Ni el país le entregó el país a las Farc, ni Petro terminó siendo la gran “amenaza castrochavista”. De hecho, insinúa, el temor que en algunos sectores generó que Petro llegara al poder y gracias al cual Duque también fue elegido, también se desvaneció el día de las elecciones. Al igual que Forero, publicistas consultados por Semana coinciden en que una era la manera como los electores veían a Duque en campaña, con banderas afianzadas en tensiones políticas propias de la polarización, y otra como lo califican gobernando. Ángel Becassino, cree por ejemplo, que Duque era el “producto” ideal para una campaña: joven, amable, cercano, coloquial, tranquilo, y que además tenía el impulso que le dieron el uribismo, por un lado, y el hecho de que Petro fuera su contradictor, por el otro. Otro elemento que ha jugado de manera compleja en la legitimidad presidencial, es la figura de Álvaro Uribe. A pesar de que el ex presidente también ha ido cayendo en imagen, sigue siendo una de las figuras más poderosas de la política colombiana. Sin embargo, su imagen es mejor que la del Presidente que él mismo ayudó a elegir. Eso puede deberse a dos razones. En primer lugar, a que asumir el reto de ser el heredero de Uribe no era fácil. Si Duque decidía tener un estilo muy parecido al de su mentor, podría ser calificado de ‘títere’ por sus opositores. Y si rompía de frente con posiciones del ex presidente, el uribismo lo podría ver como traidor. Ha sido una encrucijada difícil para Duque, pues en varias ocasiones Uribe se le ha atravesado con propuestas que el gobierno no ha avalado, como la de darle facultades al presidente para subir el salario mínimo o aumentar la prima laboral de los trabajadores. “Uribe está en el papel de jefe de la indignación, ni siquiera de jefe de gobierno. Ni Uribe está detrás del poder, ni el presidente genera sensación de autoridad”, concluye Becassino. Como él, otros publicistas creen que Duque, en medio de esa encrucijada, ha perdido autenticidad: él, que es más un técnico moderado que un político radical, poco a poco ha ido endureciendo sus posiciones para mejorar su popularidad. Otra hipótesis, que sostienen politólogos como Fernando Cepeda, está más asociada a la débil gobernabilidad que ha tenido. “Duque ganó sin esa trayectoria y sin fuerzas políticas, lo cual hace más complejo convocarlas para garantizar gobernabilidad. Llegar a la Presidencia sin apoyo de partidos, excepto el suyo propio, también tiene su costo”, aseguró hace unas semanas. A eso se suma el hecho de que el Presidente tampoco ha tenido un tema clave alrededor de su acción política y la comunicación. La ‘economía naranja’ es aún incomprendida y los políticos –algunos pidiendo representación—salen cada vez más a los medios a decir que los ministros no conocen el país. A eso se suma que el debate de las objeciones a la JEP, en el que el gobierno se desgastó noventa días, hizo pensar que la principal bandera de Duque es modificar el acuerdo de paz. Sin embargo, medio país—y la mayoría del Congreso—ya quieren pasar la página del acuerdo y concentrarse en otros temas. Frente al ELN, la última encuesta demuestra que más gente preferiría no fumigar con glifosato y una solución negociada al conflicto. Ver: El inicio de la confrontación por el glifosato Y en esos otros temas la arrancada de Duque no ha sido fácil. Los colombianos esperaban un primer trimestre de 2019 dinámico, en los que también mejoraran la confianza y el consumo. Sin embargo, el desempleo se consolidó como un problema grave y desde diferentes sectores, desde la Iglesia hasta los empresarios, se asegura que la economía no va bien. Esa realidad ha generado un estado de ánimo pesimista que afecta a todas las instituciones, incluyendo la imagen presidencial. No siempre las banderas de gobierno son las más populares. Sin embargo, en este caso, las banderas que ha planteado el gobierno sí tienen popularidad. No son pocos los retos que tiene Iván Duque, pero uno de ellos es encontrar un relato que le permita mejorar su imagen y, de paso, su gobernabilidad. Aún tiene tres años para hacerlo.