José Aldemar Rojas Rodríguez tenía claro que el 17 de enero se jugaba la vida. Llevaba más de dos décadas en el ELN manipulando artefactos explosivos y le habían encomendado la misión de conducir en Bogotá una camioneta Nissan Patrol cargada con 80 kilos de pentolita. El destino final era la Escuela de Policía General Santander. Hasta allí manejó el hombre de 56 años el jueves de la semana pasada, después de pasear la carga explosiva por los barrios San Carlos, El Carmen, Fátima y un costado del parque El Tunal durante más de una hora. A las 9:30 de la mañana, sin embargo, el plan comenzó a fallar y la situación se salió de control. Abandonar el vehículo, activar la carga y huir en medio de la conmoción dejaron de ser una opción real para el guerrillero tan pronto burló la seguridad de la puerta auxiliar sur, que poco se usaba. Una vez adentro, su presencia despertó una persecución de película que lo condujo hasta la entrada principal, donde no encontró una salida. Retrocedió como pudo, y en mitad de la vía, muy cerca del Campo de Paradas, donde hacía unas horas se había llevado a cabo una ceremonia de brigadieres, ocurrió lo peor.
Le puede interesar: Duque activa circulares rojas de Interpol contra 10 líderes del ELN La carga estalló en un día concurrido y una hora pico de tránsito. Más de una veintena de personas perdieron la vida, y del exguerrillero solo quedaron pedazos. Al tiempo que los asistentes auxiliaban a las víctimas, comenzó el minucioso peritaje para identificar al perpetrador. Entre los escombros, milagrosamente y en cuestión de horas, los investigadores encontraron la pista clave que permitió ponerle rostro al responsable: su mano derecha. Un hombre con traje de bombero se bajó de la camioneta antes de llegar a la escuela de Policía. Aldemar Rojas era un explosivista curtido, pero con una marca propia de su trabajo en la guerra: había perdido la mano derecha. Las huellas dactilares, conservadas pese a la explosión, permitieron a las autoridades perfilarlo en cuestión de horas. Pudieron saber que ingresó a las filas del frente Domingo Laín Sáenz en 1993. Aunque nació en Puerto Boyacá, hizo la conexión tras una de sus visitas a Arauca. Una vez adentro, escaló con facilidad en la guerrilla. Rápidamente, pasó de filtrar información a convertirse en instructor de los cursos de especialistas que dicta el ELN en Fortul.
Vereda La Primavera (Arauca) De acuerdo con la reconstrucción que hizo la Fiscalía, dio el salto más importante en 2012, un año antes de convertirse en responsable del frente Domingo Laín Sáenz, cuando consiguió entrar al estado mayor del frente de Guerra Oriental. En ese momento, Kiko o Mocho, como lo llamaban en las filas, ya se había convertido en un miembro clave de la estructura. Solo en 2017 logró desprenderse de su cargo militar y asumir como jefe de inteligencia, según informó un desmovilizado, y empezó a hacer los últimos contactos antes de morir. Vea también: La versión del vendedor de la camioneta blindada que estalló con 80 kilos de pentolita Pero no solo ese cambio sufrió su vida ese año. Después de más de 55 años de blindar un perfil totalmente anónimo, el exguerrillero sacó su pase de conducir cuatro meses antes de comprar la camioneta gris que detonó este jueves. Llevó a cabo el proceso al mismo tiempo que lo hizo el capturado por estos hechos, Ricardo Andrés Carvajal Salgar. Aunque las autoridades están tratando de esclarecer si se trata del mismo hombre que descendió del vehículo unas cuadras antes de llegar a la institución, una llamada telefónica aceleró su captura 24 horas después del ataque en Bogotá. “Pusimos la bomba en la General Santander... nos tocó encaletarnos”, dijo a su interlocutor interceptado el hombre que tendrá que responder por homicidio agravado y terrorismo. Estos, entre otros detalles, comenzaron a descartar la hipótesis del kamikaze. A pesar de que por los primeros detalles de la operación muchos comenzaron a pensar que el hombre se había inmolado, lo cierto es que ahora tienen otra versión: ¿lo traicionaron? En el lugar de los hechos apareció un fragmento del circuito electrónico usado en el explosivo. Se trata del control remoto de una alarma, adaptado para activar el artefacto por radiofrecuencia. Este dato permitiría creer que el mecanismo de activación podría funcionar a una distancia no superior a 500 metros. Antes de la guerrilla La familia Rojas Rodríguez dejó de tener noticias de José Aldemar, el tercero de 13 hermanos, desde 2000. Tenía 38 años cuando desapareció de la vereda El Marfil (Puerto Boyacá), donde se crió y se ganó la vida machete en mano, como jornalero. “Para mí no es una sorpresa que él esté muerto, yo ya lo había llorado“, dice Pedro Rojas, su padre. Uno de sus hermanos confiesa que no lo sorprendió enterarse esta semana de que era guerrillero, pues con sus escasos estudios de primaria José Aldemar no conocía otra forma de ganarse la vida. Puede ver: La versión del vendedor de la camioneta blindada que estalló con 80 kilos de pentolita En la vereda donde vive la mayor parte de la familia no entra la señal de celular. Los Rojas, luego de que les avisó alguien de la zona, bajaron este jueves hasta un sector rural donde pudieron comunicarse con un familiar. Para ese momento, ese rostro que llevaban años sin ver aparecía en todos los medios de comunicación como el del terrorista que perpetró uno de los peores atentados en la historia de Bogotá. Allí se enteraron, entre otras cosas, de que José Aldemar había perdido una mano en la guerra.
José Aldemar Rojas Pese al gran dosier criminal que consiguieron reconstruir las autoridades, su vida personal permanece casi en blanco. De hecho, lo último que se sabe de él guarda un estrecho vínculo con el acuerdo de paz. Más de una vez Kiko o Mocho se presentó en la zona veredal de Arauca para buscar que las Farc lo incluyeran en la lista de excombatientes. Pero nunca lo logró. “Para mí no es una sorpresa que él esté muerto, yo ya lo había llorado“, padre de José Aldemar Rojas Las autoridades avanzan en las investigaciones para determinar el perfil del terrorista. Las fichas apenas comienzan a encajar. Según el relato que Wilson Arévalo, el último dueño de la camioneta, entregó a las autoridades, conoció al guerrillero hace 15 meses cuando iba al caserío La Esmeralda. “Él me preguntó que cuánto valía. Yo le dije que 25 millones de pesos. Él me dijo que me lo compraba. Lo anduvo y luego él me dijo me sirve. A los diez días me envió 10 millones de pesos y me dijo que cuando tuviera el traspaso me daba el resto de la plata. Pisó el negocio y a los 20 días me llegó la documentación de Fortul”, relató el hombre extorsionado por la misma guerrilla en la región. En contexto: "Yo no soy, están equivocados": Ricardo Carvajal, detenido por atentado, al llegar a su audiencia El vehículo matriculado en Bello (Antioquia) se convirtió en una pieza determinante para descubrir la responsabilidad del ELN. ¿La razón? Los investigadores confirmaron que la camioneta había sido de propiedad de alias Macancan, judicializado por rebelión, concierto para delinquir y vinculado al ELN. Un detalle curioso en una operación de semejante naturaleza.