El escándalo destapado por la publicación de SEMANA, en la que un mercenario cuenta en detalle cómo se planeó y ejecutó el operativo con el que se dio de baja a Henry Castellanos Garzón, alias Romaña, uno de los jefes más sanguinarios de la Segunda Marquetalia, tiene detrás a este misterioso personaje cuyo acento suena raro porque es europeo.

El hombre asegura que ha participado en muchas operaciones similares desde hace más de diez años.

Se reconoce a sí mismo como un bandido, un mercenario, porque a eso se dedica. Es un tipo bajito y regordete, siempre está en sudadera, es desconfiado, mide cada una de sus palabras. Es claro que tiene mucha información, se nota, pero en este caso afirmó que solo se referiría a la “vuelta” de Romaña, que fue en la que le “tumbaron” el dinero.

Ante las dudas por su identidad y la veracidad de la información que tiene, esa fue una de las preguntas que se le realizó en SEMANA: ¿quién es usted?

“Una persona [a la] que le han arruinado la vida, yo tengo hijos, aparte de todo esto que te estoy contando, hace dos años, mi vida era totalmente diferente. No tenía problemas con nadie, porque me dedicaba a narcos que eran de otro país. Vivía aquí en Colombia, tranquilamente, trabajando con la policía y con la DEA”, explica el informante.

Cuando hace referencia a que hace dos años estaba tranquilo, explica que fue el momento en el que empezó a trabajar con las autoridades colombianas y estadounidenses sobre temas de la Segunda Marquetalia, disidencias y ex-Farc.

Todo se dio, cuenta, cuando se enteró de que, cerca de su finca, en los Llanos, había un secuestrado de las disidencias. Como tenía contactos se comunicó con la Policía, él mismo puso el GPS donde estaba el secuestrado y fue liberado. Le pagaron su recompensa y en ese momento le ofrecieron trabajar, nuevamente como infiltrado, pero en la Segunda Marquetalia. Dice que ese fue su error.

Durante más de un año se hizo pasar por un narco extranjero, se ganó la confianza de Romaña, le llevaba trago, mercado, víveres, colchonetas, todo lo que pidiera el criminal para ir estrechando los lazos, incluso en una ocasión le dejó unas armas. Y lo logró: gracias a ese vínculo y cercanía, fue abatido este cabecilla.

Ahora, señala, “duermo un día acá, un día allá, mientras que llegaba a hacer esto que estamos haciendo, pero yo me quiero ir del país”. El temor que mantiene es que lo maten; al denunciar que la Policía se quedó con buena parte de su recompensa, sabe que su vida corre riesgo. Asegura que no tiene miedo, que se sabe defender y que es un bandido, pero no quiere dar papaya.

Al ser europeo de nacimiento, esa es la pregunta: ¿por qué no se va para allá? Reconoce que tiene deudas con las autoridades. “Sí puedo ir a mi país de origen, sino que tengo una condena de tres años y me tocaría ir a limpiar parques y no lo quiero hacer. Pero no debo nada del otro mundo”.

Cuando dice que no debe nada del otro mundo se refiere a algo que realmente es grave. Se trató de un asalto con fusil que le representó una condena de tres años y seis meses.

El pequeño monto de la pena se debe a que en ese momento era menor de edad, porque estos mismos hechos cometidos por un adulto le generarían una condena mucho mayor.

“Debo un asalto con un fusil de tres años y cuatro meses. De cuando era menor de edad. Sí, fui a la cárcel también en Europa, fui a la cárcel y pagué un año y medio. Ya luego salí y me fui para España, me vine para Colombia y ya llevo muchos años acá”, explicó el mercenario.

En Colombia, hace más de diez años se dedica a infiltrarse en organizaciones narcotraficantes, su nacionalidad se ha convertido en la puerta de entrada. Llega como un capo comprador de droga para mandar a Europa, por ese trabajo ha recibido muchas recompensas.

Afirma que siempre había trabajado con los gringos, de la DEA, y “ellos siempre pagan puntual y dan la plata completica. Te dicen en un mes te la damos y al mes está ahí toda la plata”.