A pesar de sus apellidos, Pombo Holguín, que recuerdan a gobernantes de comienzos de la República, Roberto vivió su época universitaria con los bolsillos más vacíos que llenos. No tanto por obligación –era de una familia acomodada de la capital–, sino tal vez por elección. Una vez se graduó del colegio Refous de Bogotá, en 1973, entró a la Universidad del Rosario, luego se cambió a Los Andes y decidió trastearse, solo, para el bohemio barrio de La Candelaria. No terminó su carrera de abogado y se convirtió en lo más parecido a un nómada. O, si se quiere, un hippie tardío. Desde 1978 hasta 1983, su vida transcurrió entre Curitiba, Brasil, donde incluso trabajó en un negocio de lápidas, hasta Los Angeles, donde aterrizó persiguiendo a una cantante. Desde entonces era un fiel lector y admirador de Gabriel García Márquez y se sostenía haciendo libretos de telenovelas y de programas de televisión como Qué pareja más pareja, que animaba Pacheco. En este periplo de su vida, también hizo una escala en Barranquilla, tal vez la más larga, y allí trabajó primero como reportero judicial de El Heraldo (época de la que más anécdotas se le escuchan sobre su vida periodística) y luego como jefe de redacción del Diario del Caribe. Pero la vida de Pombo cambió una mañana de 1985 cuando llegó a El Tiempo para una entrevista con don Enrique Santos Castillo. Él mismo contó alguna vez que no le dejaron de temblar las piernas durante la hora y media en la que estuvo charlando con él. “Yo necesitaba con urgencia el trabajo, pero las posibilidades de lograrlo eran pocas. Él era ya una leyenda del periodismo colombiano y tenía fama de ser un derechista implacable (...) supuse que cuando me preguntara por mis preferencias partidistas –que no las tenía–, me iba a sacar a patadas de la oficina”. Y es que la hoja de vida de Pombo, como la de cualquier joven rebelde e idealista de la época, podía ser vista con sospecha por Santos Castillo. Había sido promotor de huelgas estudiantiles en la Universidad de los Andes y corresponsal de la revista izquierdista Alternativa, desde Brasil. En Los Andes hacía parte de dos grupos: el de las Neveras, denominado así por el tamaño de la mayoría de sus miembros (Darío Vargas, hoy director de la oficina de comunicaciones Dattis; Santiago Montenegro, ex director de Planeación Nacional; Mauricio Vargas, y María Jimena Duzán, entre otros), y la ‘Unión Revolucionaria Socialista’, de la que hacían parte Jaime Ardila, hoy jefe para América Latina de General Motors, y Fabio Villegas, hoy presidente de Avianca. Para esa época ya brillaba en él una característica que hoy lo sigue acompañando: es el hombre que todos quieren tener en las fiestas. Es un conversador como pocos, bailarín de miedo, se sabe las letras de todas las canciones, especialmente de boleros, y muchas veces termina cantando a capela hasta el cierre de la fiesta. No en vano algunos le dicen ‘I-Pombo’. En cuanto al estudio, sus compañeros lo recuerdan como un hombre brillante a la hora de hacer las exposiciones, gran lector, escribía muy bien y era “más cultivado que aplicado”. Desde entonces ya mostraba una agudeza y una rapidez mental que le sirven a la hora de plantear un debate o de lanzar un comentario cargado de humor. Como la anécdota que recordaba Antonio Caballero en una de sus columnas en la que le decía a Roberto “Yo leo dos diarios: ‘El Tiempo’ de Bogotá y ‘The Guardian’ de Londres; el ‘Guardian’ me toma cuatro horas, y ‘El Tiempo’, cuatro minutos”, a lo cual Roberto le contestó: “Tienes que mejorar tu inglés”. La llegada a El Tiempo, a los 28 años, marcó el momento que cambió su vida. Primero le puso los pies en la tierra. Y segundo, allí conoció a la que es hoy su esposa, Juanita Santos, hija del director Hernando Santos Castillo y para entonces editora de fotografía. Ahí se empezó a formar en la faena periodística el Roberto Pombo que después se convertirá en director del periódico. La rebeldía y el espíritu contestatario se fueron diluyendo en la medida en que Roberto, en su papel de reportero, se iba metiendo por los vericuetos de la política y el poder. Cuando el país periodístico gritaba en coro todos sus ataques contra Ernesto Samper, Roberto fue uno de los pocos periodistas que no hizo parte de la arremetida. En el cuatrienio siguiente, el de Pastrana, Roberto fue nombrado por el Presidente vocero de los medios de comunicación en la entonces muy apetecida ronda de diálogos del Caguán. Por decirlo de alguna manera, Roberto Pombo es uno de los periodistas que en Colombia mejor ha sabido entender a los gobernantes de turno. Luego de ser editor de política y de judiciales en El Tiempo, ocupó cargos directivos en un sinnúmero de medios: los noticieros de televisión Nacional y TVHoy, y las revistas SEMANA y Cambio. Por esta última terminó en Ciudad de México, dirigiendo la revista Cambio, donde también tendría un nuevo matiz su vida. Allí llegó a convertirse en gran amigo de Gabriel García Márquez y en particular de su esposa, Mercedes Barcha. Y Pombo, otrora rendido admirador del Nobel, terminó haciendo una entrevista a cuatro manos con él, al subcomandante Marcos. Con el mismo encanto con el que conquistaba cualquier audiencia de compañeros universitarios, Roberto se ganó el aprecio de la crema y nata de los intelectuales mexicanos. Carlos Fuentes salía derrotado cuando Pombo sacaba a relucir su cancionero de corridos, mientras Angeles Mastretta y Héctor Aguilar Camín disfrutaban de la inusual competencia. Cuando el proyecto de la revista Cambio en México ya no daba mucho más, Roberto Pombo regresó como editor general de El Tiempo. Y logró lo que muchos no habían podido hacer en ese cargo: organizar una redacción, apoyándose en su pensamiento estratégico y dedicándose estrictamente a lo prioritario. Cuando se produjo la compra de El Tiempo por parte de Planeta, Roberto quedó, en principio, en una situación bastante incómoda. Él había defendido la idea de que el grupo Prisa, el archienemigo de Planeta en los negocios, se convirtiera en el dueño de la casa editorial. Era de los que más claro tenían lo que estaba ocurriendo. Como dijo en su momento, era un paso que daba temor –“algunas veces me despierto sobresaltado con la reflexión de que una institución centenaria está dando esta voltereta”–, pero era imprescindible –“La tendencia de los periódicos grandes del mundo es esa: van decayendo en lectores y van buscando grupos internacionales de medios para sobrevivir. Un periódico solo tiende a languidecer. Un periódico histórico metido en un conglomerado de medios fuertes puede disminuir su penetración, pero conserva su papel político, su capacidad de fijar agenda, de opinar”–. Y hoy, a sus 52 años, y al cabo de un año de la era Planeta en El Tiempo, Roberto Pombo logró una vez más, como lo ha hecho otras veces en su vida, conquistar.