Una carta con tres balas 9 milímetros en su interior estremeció al Vaticano. La escena parecía sacada de un libro de Dan Brown. Un sobre de papel marcado a mano con apenas estas palabras: “Papa - Ciudad del Vaticano, Piazza S. Pietro en Roma”. Adentro, la tríada de balas y un pequeño memo que parecía dar el motivo de esa amenaza de muerte, un mensaje alusivo al escándalo que sacude la apacible vida del santo padre: las finanzas secretas que llevaron al papa Francisco a defenestrar a uno de sus cardenales rivales, Angelo Becciu.
Que en pleno siglo XXI y en medio de una pandemia alguien quiera asesinar al sumo pontífice parecería inverosímil. Sin embargo, las luchas intestinas que se viven en la Basílica de San Pedro han dado para tramas de esta naturaleza a lo largo de la historia. En esta oportunidad, el hecho parecía intrascendente. La carta fue interceptada en una oficina postal de Milán y ni siquiera alcanzó a llegar a su destino. Se sabe que fue enviada desde Francia y que en el Vaticano guardan silencio.
Pero lo que no es intrascendente es el motivo de la misteriosa misiva: el mayor juicio por corrupción y malversación de fondos en la historia de la Iglesia. Comenzó hace apenas unos días en las hermosas salas de los museos vaticanos en los que citaron a Becciu, el poderoso cardenal italiano en calidad de compareciente. Otros nueve acusados, todos jefes de la curia, también están en la mira.
Cuando Francisco fue nombrado papa, en marzo de 2013, muchos decían que así como Juan Pablo II había tenido la misión secreta de acabar con el comunismo, a él le habían encomendado “barrer la casa de Dios”. Los escándalos de pederastia y corrupción amenazaban a la Iglesia en un momento en que comenzaba a perder fieles. De manera silenciosa, y con su carácter bonachón, Francisco realmente ha liderado un revolcón.
“La Justicia vaticana se desangra”, escribió hace unas semanas el experto español Jesús Bastante para explicar la magnitud del colosal juicio que comenzaba. “En mitad de la lucha de poder en el interior del Vaticano (renovadores contra conservadores, ‘bergoglianos’ vs. vieja guardia), y cuando las reformas en la curia están a punto de ver la luz, antiguos escándalos vuelven a salpicar las depauperadas cuentas vaticanas”, agregó.
En el fondo, lo que tendrá que determinar este tribunal conformado por Francisco es si existe una red liderada por jerarcas de la Iglesia que por años han desfalcado las millonarias cuentas del Vaticano. Hay espionaje, luchas intestinas de poder, paraísos fiscales, lujos y excesos. En últimas, todo lo contrario a la impopular sencillez que ha querido imponer el papa Francisco en la Iglesia. Como digno miembro del ala jesuita, recortó los privilegios de los sacerdotes, les bajó el sueldo y puso la lupa sobre las finanzas de la Iglesia en muchos países.
El escándalo estalló por un lujoso edificio que compró el Vaticano en Londres con dinero que debía ir para los pobres. Se trata de un complejo de 17.000 metros cuadrados en el elegante Chelsea, adquirido por mucho más de lo que supuestamente costaba en el mercado.
En la transacción hay polémicos préstamos al Credit Suisse y unas enormes sumas de dinero puestas en Luxemburgo. Los protagonistas de este negocio se acusan de extorsión y espionaje. Una mujer de 40 años, a quien los medios llaman “la dama del cardenal”, es el enlace con Becciu. Supuestamente ella habría hecho labores de inteligencia, a nombre del hoy cuestionado jerarca. El cardenal fue destituido por el papa Francisco en septiembre del año pasado.
Con la excusa de este entuerto, el Vaticano no solo ha abierto el juicio, sino que, por primera vez, hizo públicas sus cuentas. “Venimos de una cultura del secreto, pero hemos aprendido que, en materia económica, la transparencia nos protege más que el secreto”, aseguró el secretario de Economía del Vaticano, Juan Antonio Guerrero.
Camilo Chaparro, experto en historia papal y quien escribió un libro sobre las muertes de los sumos pontífices, explica que esas cuentas secretas “siempre han sido el talón de Aquiles de la corrupción en el Vaticano”. El periodista cuenta que Francisco ha emprendido una lucha inédita por limpiar la casa, como montar un consejo consultor con nueve cardenales para revisar la transparencia de las finanzas. “Ha llevado expertos banqueros y mujeres a revisar el llamado Banco de Dios, un organismo que desde su nacimiento, siempre ha sido acusado de lavar dinero y de tener manejos fraudulentos”.
Esa causa siempre ha despertado grandes enemigos y oscuras conspiraciones. Chaparro recuerda que muchos creen que Juan Pablo I fue envenenado por intentar hacer lo mismo. A ese pontífice lo llaman “el papa de los 33 días”, pues solo duró un mes en el cargo. Llegó también diciendo que su papado sería el de la “humildad”, rechazando desde su posesión la coronación y la tiara, que buscaba asemejarse a los reyes. Tenía como tarea revisar las cuentas del llamado Banco de Dios.
Su muerte fue un misterio por años y se supo que siempre estuvo rodeada de mentiras que el Vaticano emitió públicamente como verdades. Por ejemplo, en un principio se dijo que un sacerdote lo había encontrado muerto al amanecer en su cuarto, pero luego se confirmó que había sido una monja la que, al llevarle el café, se había percatado de su deceso. La Iglesia no quería que quedara para la historia que una mujer encontró a un papa muerto en su cama y en piyama.
Juan Pablo II sabía que este misterio podría hacerle daño y le abrió las puertas al periodista John Cornwell para hacer una investigación que al final no dejó a nadie contento, pues aseguró que la presión que había sobre él podía haberle producido un infarto, pero que nadie lo había asesinado. Años después, Anthony Raimondi, un sobrino del capo Lucky Luciano, aseguró que él había sido contratado por su primo cardenal, Paul Marcinkus, quien dirigía el Banco del Vaticano, para envenenar con cianuro al santo padre, pues él estaba dispuesto a revelar las cuentas secretas del Vaticano. Era ya tan ‘peliculesca’ esa versión, que muchos tampoco la creen.
Juan Pablo II vivió en 1981 un intento de asesinato que nunca se vinculó con conspiraciones internas. “La tarde del 13 de mayo de ese mismo año, un hombre llamado Mehmet Ali Agca entró en la Plaza de San Pedro y disparó cuatro veces contra el entonces papa, quien estaba en el papamóvil, entonces descubierto y sin los cristales protectores que más tarde se le incorporaron. Juan Pablo II se recuperó. Posteriormente, visitó a Mehmet en la cárcel y dijo haberle perdonado”, recuerda un reportaje para National Geographic.
Los motivos nunca se han aclarado y Mehmet ha dado versiones contradictorias a lo largo de los años. Primero dijo que actuó solo y luego le apuntó a la teoría en la que cree la mayoría: que la KGB lo veía como una amenaza a la hegemonía soviética y por eso le encargó la misión de eliminarlo al servicio secreto búlgaro. Agca aseguró que cuando el papa lo visitó le contó la verdad, pero el santo padre nunca la compartió con el mundo. En 2005, en una entrevista, el turco aseguró que “sin el apoyo de curas y cardenales no podría haber cometido el atentado”. El Vaticano calificó esa versión como una “tontería”.
Toda esa historia de conspiraciones se revivió esta semana con la amenaza que recibió Francisco. A pesar de ser uno de los líderes mundiales más queridos y admirados, nadie olvida que el sumo pontífice sí ha generado un cisma en la Iglesia. Además de su lucha contra la corrupción, el papa ha hecho declaraciones que el sector radical ve con recelo a favor, por ejemplo, de la población LGBTI y de los derechos de las mujeres. Pero de verdad ¿quieren matarlo?, es la pregunta que queda rondando.