En Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, donde el fin de la montaña indica que se encuentra a una cuadra de pasar la frontera con el municipio de Soacha, Cundinamarca, está Mendivelso Supelano. Trata de sostenerse con ayuda de sus muletas en una calle empinada. La última vez que estuvo erguido en ese paradero de buses del Sistema Integral de Transporte Público (SITP) fue hace ocho meses, el 16 de diciembre de 2021. Eran las cuatro de la mañana y tenía el tiempo justo para llegar a su trabajo como vigilante en el norte de la ciudad.
La ruta 1010 en realidad lo condujo a los momentos más oscuros y fríos que ha tenido que afrontar en su vida. Cuando se subió al bus, ya no había sillas libres y una decena de personas iban de pie. Se ubicó en la parte de atrás y minutos después escuchó: “Nos quedamos sin frenos”. Fue el grito del conductor que obligó a Mendivelso a cogerse duro del espaldar de la silla y una barra. Segundos después voló entre la gente y cruzó el vidrio panorámico. Fue uno de los 15 pasajeros heridos, mientras que otros dos perdieron la vida, cuando el bus rodó hacia un precipicio. Hoy ve uno de esos carros azules y tiembla. En su cara se refleja la angustia. “Me quedó como un trauma”, confiesa.
No es para menos. Aunque ese día agradeció a Dios por darle una segunda oportunidad, el cambio fue rotundo y, según él, para mal. Fracturas en el rostro, las costillas y las piernas lo dejaron durante meses postrado en una cama. Ha pasado por varias cirugías, pero sus extremidades inferiores no han logrado recuperarse. “He tenido refracturas y los huesos no han soldado. Intentar dar un paso sin apoyo es irme al piso”, dice el hombre, que responde por dos hijos y su esposa, la misma que no ha podido tener un trabajo estable por cuidarlo.
Mendivelso, cuando ocurrió el accidente y en medio de su positivismo, le dijo a su esposa: “Menos mal pagué mi pasaje y fue en un bus legal. ¿Se imagina uno en un bicitaxi o de esos piratas? Nadie respondería”. Ocho meses después asegura que corrió la misma suerte. Hasta el momento las únicas respuestas que le han dado es que todo está en investigación. Unos hablan de fallas mecánicas, otros desmienten y dicen que es por cuenta del mal estado de la malla vial o, incluso, errores del conductor. Sin embargo, son hipótesis y en la Fiscalía la investigación no avanza.
Los mensajes de solidaridad, cuenta Mendivelso, se redujeron al manejo de crisis ante los medios de comunicación. Lleva varios meses sin trabajar y el pago de la incapacidad ya pasó a ser un protocolo largo y tedioso. Tanto es así que en los últimos dos meses no ha recibido salario. Vive de la caridad de su familia y de los habitantes del conjunto en el que trabajaba desde hace 12 años. Ha perdido citas de terapias porque, paradójicamente, ya no tiene cómo pagar el pasaje: “Si pago un taxi ese día, mi familia no tiene qué comer. Y me da pena decirlo, pero me da pánico subirme al SITP. Humanamente, no puedo”, dice, mirando hacia otro lado, tratando de esquivar su realidad. Su hija, menor de edad, cayó en una depresión, diagnosticada por psiquiatría, debido a la realidad de su padre.
El sobreviviente de la ruta 1010 toma aire para evitar que se desate el nudo que se hace en su garganta y poder enviar un mensaje a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López: “Quiero pedirle de todo corazón y muy humildemente, en nombre de todos los afectados de este barrio, que nos preste la mano. No quiero ver a mis hijos pidiéndome para un pan y que no tenga para comprarlo. Necesito de su colaboración”. En medio de toda esta situación, TransMilenio afirma que “los buses son propiedad de los concesionarios a cargo de la operación y provisión de flota. En ese sentido, ellos son los encargados de constituir las pólizas de responsabilidad civil para cubrir los casos de accidentes que involucran a cada uno de los vehículos del Sistema”. En este caso el concesionario se llama Suma, pero nadie da una respuesta. Mendivelso seguirá esperando que alguien se solidarice para mejorar su calidad de vida, mientras los tratamientos médicos hacen efecto.