Samaniego era un municipio de silencio. La población está acostumbrada a callarse los dolores y las tragedias que llevan a cuestas desde mucho antes de la masacre que el pasado sábado enlutó a sus 50.000 habitantes. Lleva años conviviendo con la violencia: en algún momento fue la del ELN y ahora son las bandas criminales las que buscan imponer la ley y el orden. Exclusivo: así departían los jóvenes de Samaniego minutos antes de la masacre

"Las paredes tienen oídos", dicen muchos. Y solo un hecho tan terrible como el asesinato de ocho jóvenes hizo que algunos se atrevieran a levantar la voz y contar el riesgo latente al que están expuestos.

Agosto debería ser un mes de alegría y jocosidad por el tradicional Concurso Departamental de Bandas que en su versión número 37 presentaría, de no ser por la pandemia, a más de mil conjuntos musicales de todo Nariño. Sin embargo, no fue el virus el que aguó la fiesta en esta oportunidad, sino las ráfagas de fusil que interrumpieron un asado, al son de los tríos, en donde compartieron más de 50 personas. Muchos eran universitarios que se habían devuelto a su pueblo para pasar la cuarentena. Sin embargo, en el momento de la tragedia, ya no eran tantos los que estaban en el lugar: muchos volvieron a sus casas antes de que llegaran las balas.

SEMANA llegó hasta el municipio y conversó con las familias de los fallecidos que, en medio del dolor y a un día de haberlos enterrado, contaron algunos detalles de los seres humanos que simbolizan esta tragedia.

María Visitación Rosero, madre de Brayan Cuarán Rosero, contó que perdió a su hijo de 25 años por una invitación inoportuna de un amigo. La última vez que hablaron, le pidió que le mandara una prenda de vestir para el frío de la noche. "Me dijo que por favor le mandara un buzo, que estaba haciendo mucho frío. Le pregunté que por qué no había venido él y me dijo que le hacía frío, que estaba en moto, y después no llegó", dice. Brayan dejó huérfana a una bebé que solo alcanzó a compartir sus tres semanas de vida con él. "Tenía toda la vida por delante, pero pasó esto y hasta ahí llegó", añade su madre. Jesús Quintero, padre de Jhon Sebastián Quintero, dijo que "vendrá una terrible vida" tras haber enterrado al mayor de sus tres hijos, quien había buscado una carrera como futbolista. Viajó a Armenia, Bogotá y tuvo posibilidad de irse al exterior a practicar este deporte, pero el reencuentro con sus compañeros de colegio acabó con su posibilidad de triunfar en la cancha.

Foto: Jesús Quintero, en compañía de una de sus hijas. Jamir Mina / SEMANA.

Con sinceridad, Quintero señala que "las masacres se dan hasta en el casco urbano, a centímetros de la estación de Policía de Samaniego y no se ha hecho nada". Un caso que ejemplifica el panorama es el de una joven que fue hallada muerta en el sector de Las Piedras, cerca de Samaniego, un día antes del asesinato de los jóvenes, y que aún permanece en la morgue sin ser reclamada por algún familiar. La comunidad sabe del hecho, pero nadie se atreve a lanzar hipótesis de quién era o quiénes están detrás del crimen. 

Foto: Jamir Mina / SEMANA. Por todos ellos, este 18 de agosto las banderas del parque amanecieron a media asta. La Alcaldía permite abrir el comercio de 7:00 a. m. a 2:00 p. m. y después cada quien se resguarda en su casa. Además de la pandemia, está el temor de que los autores de la masacre intenten ingresar al territorio, pese a la masiva presencia de militares que, dicen los pobladores, solo aparecen en tal cantidad cuando ocurren hechos que lamentar.  "El año más trágico de todos" Luz* vive hace más de 20 años en Samaniego con su esposo y sus hijos. Cuenta que si bien su familia en la capital le pide abandonar el municipio y volver a Pasto, de donde son oriundos, su inversión económica en la zona no le permite dar marcha atrás, pese al peligro que corre. Habla entrecortado y cada vez que alguien se asoma a su negocio, calla y espera a que se retiren para seguir contando. "Hay temporadas en donde todo es pacífico, pero este año ha sido el más trágico de todos", dice. Los enfrentamientos entre el ELN y las bandas delictivas son constantes y ni la pandemia puso un alto a la violencia. De hecho, hizo que estos grupos robustecieran su poderío y se atribuyeran la responsabilidad de impartir el orden a quien no cumple la cuarentena. La venta de peces se fue a pique cuando los cultivos de coca contaminaron las aguas cercanas a su vivienda y a esta madre no le quedó más remedio que buscar otra actividad para sobrevivir, mientras el negocio vuelve a repuntar. "Yo sabía que esto era una zona roja, pero no pensé que tanto. Ahora todos vivimos aquí y es imposible abandonarlo todo", señala.  Luz asistió al sepelio de Daniel Vargas, de 22 años, otra de las víctimas del asado, quien estudiaba radiología y dejó un hijo huérfano: su novia tiene cinco meses de embarazo. Él, junto con Óscar Andrés Obando, de 17 años, fueron velados en la escuela de la vereda Santa Catalina, donde sucedió el crimen. "Hubo aglomeración, pero todos llevamos tapabocas", dice. En ese momento el dolor pudo más que el miedo al contagio y entre abrazos uno a uno de los conocidos dieron el sentido pésame a las familias. En Samaniego casi todos se conocen y de ahí la romería de gente que asistió al cementerio y que en la noche del domingo prendió una vela por los fallecidos.  Uno de los hijos de Luz fue compañero de bachillerato de Daniel y eso los motivó a asistir a la ceremonia.

Foto: Jamir Mina / SEMANA. Por su parte, la familia de Óscar Andrés Obando lleva el luto por partida doble. El 28 de diciembre de 2019, Día del Agua en Nariño y en el que se acostumbra a lanzar el líquido a quien se atraviese por el camino, el hermano mayor del joven se resbaló, recibió un golpe contundente en la cabeza y falleció. Ahora, ocho meses después, sus allegados perdieron también a Carlos, quien estudiaba en la Escuela Nacional del Deporte en Cali. De los otros fallecidos hay poca información. Por ejemplo, de Laura Michel Melo Riascos se sabe que ingresó a primer semestre de medicina y de Rubén Darío Ibarra lo único que se conoce es que tenía 20 años de edad.  Las hipótesis Fuentes consultadas por SEMANA señalan que el ambiente de celebración que habitualmente hay por esta época se mantuvo por ‘debajo de cuerda‘, pese al llamado a cuidarse del coronavirus. Sin embargo, esa no es razón para que las bandas delictivas se tomaran la justicia por propia mano y acabaran con la vida de los jóvenes. En la mañana del martes, el general Jorge Vargas, director de Seguridad Ciudadana de la Policía, entregó detalles a Blu Radio sobre las causales del crimen y dijo que una de las hipótesis apunta a que una de las víctimas tenía nexos con el tráfico de droga. “Es posible que alguno o algunos tuvieran una relación con el narcotráfico. No podemos decir que todas las personas que estaban allá, ni más faltaba", señaló. Esto coincide con las versiones recogidas por Salud Hernández-Mora sobre la posibilidad de que esa persona sea el estudiante de contaduría de la Universidad del Valle, identificado como Bayron Patiño, quien supuestamente trabajaba para alias Cuy, el líder de una de las dos bandas que operan en la zona y que fue asesinado en junio pasado. Lugareños afirmaron que los hombres armados iban directamente a buscarlo, pero esto aún no ha sido esclarecido por las autoridades.   Todavía hay mucho por investigar en este caso. Eso lo reconoce, incluso, el general Vargas. Sin embargo, ni las familias de los jovenes asesinados ni los 50.000 habitantes de Samaniego están dispuestos a esconderse por miedo a las amenazas. Llevan varios días mostrando su rechazo y, sobre todo, exigiendo justicia por la muerte de los jóvenes. 

Samaniego no está dispuesto a continuar en silencio."Tenemos que hacer sentir la voz para que esto no se vuelva a repetir", dijo en medio del funeral Carlos Benavides, el primo de Campo Elián "Campito" Benavides, de 19 años, la octava víctima, que soñaba con ser futbolista. "Esto no puede ser ajeno a nosotros porque en el momento que tocan las puertas de nuestras casas es que sentimos el verdadero dolor". *Nombre cambiado por petición de la fuente.