Una funeraria en Suba, llena de grafitis a lado y lado de la fachada, espera el cuerpo de Carlos Andrés López. Es la mañana del martes, han pasado dos días desde la muerte, y los otros dos cuerpos, de Juan David Guatavita y Javier Nicolás Rojas, también están retrasados de su traslado desde Medellín. Nadie sabría quiénes son por sus nombres. Algunos, quienes viven en el mundo del grafiti, los reconocerán como Suber, Shuk y Skills. Pero esos mismos que aman intervenir fachadas, paredes y vagones, no dudarían en reconocerlos como VSK Crew. Puede leer: Tres grafiteros murieron atropellados por tren del Metro de Medellín Desconocidos, vándalos y desocupados para quienes desconocen del grafiti. Vanguardistas, leyendas y héroes para quienes patrullan calles buscando algo limpio donde poner su firma. Un padre atraviesa la puerta de la funeraria, y mira al infinito. Una novia sin amante se pega a los brazos de un amigo y rompe en llanto. Una madre busca consuelo en cualquiera que esté cerca. La familia de Skills se marcha y espera que el cuerpo llegue a las tres de la tarde.

Amigos de uno de los grafiteros pintan en su ataúd La funeraria vacía queda, y los pocos que llegaron a la hora que les habían dicho saben que tienen otras dos citas similares, en remotas esquinas de Bogotá. En el Cementerio El Paraíso, el ambiente es otro. Jovenes con bompers anchas, pantalones de tiro largo, zapatos de skateboarding y muchas gorras se ven en la entrada. Toda con manchas de colores producto de la tinta para rayar paredes. “Un grafitero nunca se llevará bien con el papá”, sentencia uno. Y parece cierto. El padre de Suber después de un suspiro dice que aunque vivía en su mismo techo le costaba entenderse con él, que desaparecía hacia las calles, y casi no hablaban. “Como vivía solo conmigo yo era papá y mamá”. Podcast: La conmoción que causó la muerte de los grafiteros El padre de Suber, con voz de bajo volumen, logra reunir a los jóvenes de bompers negras manchadas con tinta. “Se ha ido un caminante, y aunque siempre opinamos diferente respecto al grafiti, voy a dejar que lo hagan…” -dice y manda su pulgar y su índice a los ojos para evitar llorar-. Apenas termina. Una docena de jóvenes rodea el ataúd, y con mucha paciencia, lanzan trazo por trazo hasta formar un grafiti en el mármol que diga “Suber”. En la sala, hay un pequeño tren de juguete con las firmas de los tres, y una camiseta con el gato Felix, un simbolo de los grafiteros desde la muerte de Diego Becerra a manos de la Policía. Solo silencio sepulcral viene de la familia de Shuk.

La marca del colectivo era realizar intervenciones en espacios de difícil acceso Es difícil que alguien que se dedique al grafiti no sepa de VSK. Más difícil también es no hacer un trayecto, cualquiera y aleatorio, por la ciudad y no toparse con varios grafitis de ese colectivo. Pequeños en una esquina oculta, en alguna pared abandonada o en un piso alto, en la reja de algún negocio, en una valla en las alturas, en el metro o en Transmilenio. Muchos los guardan en sus cabezas como “los primeros” en arriesgar tanto por un grafiti. Los han citado en libros especializados sobre el tema. Y dos días antes de que partieran de este mundo, había culminado su última exposición en la Galería Serie/5 con el nombre de Metales, memorias inéditas, donde, precisamente, solo se exponían intervenciones en trenes. Shuk y Skills, además de dejar a sus padres y amigos, dejaron a sus hijos. “Hay que terminar ese grafiti, por la memoria de Suber”, dice uno de sus amigos cuando ve en la calle, a lo lejos, un trabajo a la mitad. “Tengo que terminarlo”, se dice a sí mismo. Recorrieron Sudamérica pintando paredes y trenes, desde Cartagena hasta Argentina. Pasaron por Ecuador, visitaron Caracas, conocieron Lima, pisaron Santiago y conquistaron Buenos Aires. El continente los conocía, o conocía su reputada firma, porque nunca dejaban que sus rostros se vieran.

Este es el grafiti que Suber no alcanzó a terminar. “Usted no puede dejar el grafiti, no puede hacer eso, esto es el todo por el nada, simple”, le dijo Skills una vez a un amigo suyo cuando quería desistir de pintar, cuando pensó que ya había sido suficiente.  Todo santo tiene su pecado, y tal vez los videos y fotos en los que aparecen con cantidades considerables de marihuana y LSD (muchos les atribuyen su auge en la ciudad) refleja también el contexto que les rodeaba. El todo por el nada Las hazañas son muchas. Skills era el estratega, el que analizaba cómo llegar hasta ese punto lejano en las alturas o lejano por tantas rejas de seguridad. “Era como un gato, recuerdo una madrugada como a las dos de la mañana se subieron a una valla a quien sabe cuántos metros y sin seguridad. Yo me recosté en el pasto y los veía pintar”. Su famoso VSK, regado por todo Bogotá, aparece en un cuarto piso de un edificio del centro. Nadie sabe cómo hicieron para llegar hasta allá. Escribieron en el metrocable, se trasnocharon subiendo Monserrate para rayar un funicular, trepaban muros, intervinieron la fachada de un centro comercial con una VSK enorme y diseñaban misiones con días de trabajo para pintar los metros de varias ciudades. “Una vez recuerdo ver una pared que tenía huecos por los ladrillos, era como esos juegos de escalar, y el Skills iba como en un tercer piso y me dijo que las manos se le habían dormido, ese man se cayó y se abrió la cabeza, dejaban la vida por el grafiti”. La horrible noche

En una cuenta de redes personal que ha sido borrada había un dibujo que ilustraba la misión que el colectivo ya había hecho en el metro de Medellín. Incluso este año. Se ven a dos jóvenes con capuchas a punto de entrar a una estación. Entraron para hacer lo que ya habían hecho en esa ciudad y en otras del mundo. Lograron terminar su firma, y un tren en revisión, en las primeras horas de la madrugada, le puso luto al color del grafiti en Colombia. La Mesa Distrital de Grafiti publicó una carta en la que se dice que los tres jóvenes estaban acompañados por dos habitantes de calle que los habrían estado acompañando para avisarles por si algo malo sucedía. Según esa hipótesis los habitantes huyeron. Pero otras fuentes afirman que no eran dos habitantes de calle sino otros dos integrantes del colectivo. Varias preguntas se hacen ¿cómo sobrevivieron dos? ¿Por qué no les pudieron avisar? ¿Estaban cerca de los tres que murieron? Lo cierto es que en esa noche dejaron este mundo: “el todo por el nada.”