EN LA HISTORIA RECIENTE de la empresa privada colombiana no se había visto algo semejante: un hombre de apenas 36 años convertido en uno de los empresarios más poderosos del país, y no precisamente porque del cielo le hubiera llovido una herencia. Es el caso de Jaime Gilinski Bacal, un audaz y creativo egresado de Harvard que llevaba varios años soñando con hacer grandes negocios de banca de inversión en el país y que en estos días, en el curso de una operación de martillo simultáneo en las bolsas de Bogotá, Medellín y Cali, aparece como firme candidato a hacerse al control del 75 por ciento de las acciones del Banco de Colombia, la entidad desde la cual Jaime Michelsen Uribe montó su imperio financiero en los años 70, antes de que el gobierno de Belisario Betancur la interviniera y nacionalizara en 1984. En llave con su padre, el industrial Isaac Gilinski, este sardino de las finanzas ideó una de las operaciones más costosas y hábilmente manejadas de la historia de la banca colombiana. Sin tener la plata suficiente para comprar el banco, los Gilinski dedicaron un año largo a idear y poner en marcha el esquema financiero que les permitió la semana pasada hacer la que, al cierre de esta edición, parecía ser la mejor oferta por tres cuartas partes de la propiedad del banco y derrotar con ello a competidores tan fuertes como el Banco Ganadero. De los Gilinski se había oído hablar en el pasado porque Isaac -cuyo padre llegó de Lituania hace 75 años- y otros miembros de su familia eran propietarios de empresas como MAC, Bon-Bril y Atila. Pero de ellos se hablaba casi exclusivamente en el Valle del Cauca, centro de sus principales inversiones. Fue en agosto de 1991 cuando, sin contar con los demás miembros de la familia, Jaime Gilinski y su padre decidieron lanzarse a una aventura que parecía fracasada de antemano: el salvamento -en una operación que costó entonces unos 13 millones de dólares- de la filial colombiana del Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI), entidad que a nivel mundial se vio envuelta en un gigantesco escándalo que mereció una portada de la revista Time con el título El banco màs corrompido del mundo. Para medir el alcance del desafío baste decir que mientras los Gilinski adquirieron el BCCI, le cambiaron de nombre por el de Banco Andino y lo sacaron adelante, en el resto del mundo más de 130 filiales de ese banco se fueron a la quiebra. De hecho, la única que sobrevivió fue la colombiana. Y no de cualquier manera. Lo primero que hicieron los Gilinski fue nombrar una junta directiva de lujo, con figuras como Hugo Palacios Mejía y Santiago Madriñán. La junta nombró como presidente a otro indiscutible: Guillermo Villaveces. "Nunca hemos creído que nos corresponda estar dedicados al manejo del día a día del banco, sino más bien a imaginar y crear nuevos desarrollos, razón por la cual dejamos la operación misma en manos expertas", le explicó a SEMANA Gilinski hijo. La administración del Andino tenía que actuar rápido, pues el banco estaba soportando retiros que alcanzaban ya más del 40 por ciento de los depósitos y estaba perdiendo 500 millones de pesos mensuales. Era, además, en todos los análisis, el banco más ineficiente del sistema financiero colombiano. Como lo dice el lema publicitario que hoy utiliza el Andino, era "un acto de fe". Dos años y medio después los resultados están a la vista: el Andino es, entre 26, el séptimo banco en eficiencia y el decimoquinto en activos. El capital pasó de 4.000 a 18.000 millones de pesos y los activos de 60.000 a 225.000 millones. LA NUEVA AVENTURA Con las credenciales de los resultados del Banco Andino, Jaime Gilinski salió al mundo a buscar financiación para comprar el Banco de Colombia. "No se trataba de conseguir un crédito que luego fuera imposible pagar, sino de diseñar un esquema de banca de inversión para conseguir una buena parte de los recursos", le dijo a SEMANA Jaime Gilinski. El año 1993 se le fue en esa tarea. Consiguió con el primer banco de Holanda, el ING, y con el prestigioso Barclay's Bank de Inglaterra, una especie de crédito puente, operación que complementó con un diseño de banca de inversión respaldado por el Morgan Greenfeld: de Inglaterra. Este diseño implicó que unas 80 instituciones de inversión europeas y estadounidenses aportaran préstamos convertibles en acciones. Esto quiere decir que cuando Gilinski perfeccione la compra del banco, a su lado entrarán como socios algunas de las más prestigiosas entidades financieras del planeta. "La presencia mía y de mi padre garantizando el control del banco, la de los empleados que adquirieron un paquete de más del 13 por ciento trabajando no sólo por el sueldo sino por su propio interés, y la de los inversionistas extranjeros que nos servirán como ventana al mundo, es la combinación que augura los mejores éxitos", asegura Gilinski hijo. Las metas que los Gilinski tienen en mente para el Banco de Colombia son ambiciosas. Quieren hacer con él algo parecido a lo que lograron con el Andino, pero en la escala del Banco de Colombia, que es el líder en depósitos y préstamos y el segundo más grande en activos y utilidades en la actualidad. Se trata, según explican, de introducir la misma mentalidad de eficiencia que tiene el Andino y de darle un gran impulso a la banca de consumo, objetivos que sólo son alcanzables con una acelerada modernización tecnológica. Adicionalmente aspiran a convertirlo en un banco que le sirva de puente a los empresarios colombianos para penetrar a los mercados internacionales. Para ello planean garantizar la presencia del Banco de Colombia en Suiza, en Londres y en Nueva York, cuando menos. Pero la llegada de Isaac y Jaime Gilinski al Banco de Colombia puede significar antes otras cosas. La primera de ellas, la más importante quizá para el Gobierno -sensible en estos días a las críticas según las cuales las privatizaciones pueden estar sirviendo para aumentar la concentración de la riqueza-, es que se trata de la aparición de gente nueva en las grandes ligas de la empresa privada colombiana. Como le dijo a SEMANA una alta fuente gubernamental para referirse al caso de los Gilinski: "Los procesos de apertura y de privatizaciones deben servir, entre otras cosas, para que en el país ya no haya tan sólo dos o tres ricos, sino muchos más".