El viernes 20 de marzo, Bogotá se apagó de repente. El primer día del simulacro de cuarentena, 14 días después de que se confirmó el primer caso de coronavirus en el país, se sentía un silencio extraño para una ciudad de más de 7 millones de habitantes. Miles de habitantes pusieron en pausa sus vidas ante el riesgo de contagiarse. Una reapertura comenzó 162 días después.
La expectativa generada por volver a vivir la ciudad como antes se estrelló pronto con la realidad de que el proceso sería más gradual de lo anticipado. La reactivación llegó por sectores. Comenzó la construcción, siguió la manufactura, terminaron los restaurantes. En cada paso aparecían nuevas limitaciones que revelaban que los problemas con los que la ciudad convive desde hace décadas pasaban su factura.
Bogotá tiene enormes retos para reactivar su economía. Con una participación del 25,6 por ciento en el PIB nacional, su reapertura total es clave para el país. La capital ha sufrido como ninguna otra ciudad los estragos de la pandemia y las cifras de la debacle alarman: el desempleo asciende al 26,1 por ciento (por encima del promedio nacional) y unos 58.000 establecimientos comerciales cerraron sus puertas, según Fenalco. Recorrer las calles es descubrir cada día un nuevo local disponible en arriendo o en venta. Por otro lado, en Bogotá han muerto 5.600 personas de covid-19. La decisión de reabrir, aunque necesaria, no era fácil y por eso la alcaldesa, Claudia López, mantuvo las cuarentenas hasta un límite insostenible.
La primera mañana de septiembre, Colombia se despertó sin cuarentena. El común denominador fueron las multitudes y Bogotá no fue la excepción. Cientos de personas madrugaron a la reapertura de San Victorino, donde comerciantes y clientes se reencontraron de forma riesgosa, pues no guardaron mayor distanciamiento físico. A pesar de la lluvia, los ciudadanos recorrieron las calles del sector comercial, curiosamente, buscando los mejores precios en tapabocas. Las imágenes revelaron lo más complejo de la estrategia en la nueva etapa de manejo del virus: la cotidianidad.
En TransMilenio la situación no fue muy diferente. Imágenes de buses llenos, como siempre, inundaron las redes sociales. El sistema de transporte, que hoy opera con el 100 por ciento de su flota, solo debería funcionar al 50 por ciento de su capacidad. Eso significa que en los 2.236 buses troncales, 787 alimentadores y 6.277 zonales deberían movilizarse unas 260.820 personas por hora. Aunque matemáticamente las cuentas dan, la realidad es otra y más compleja. El sistema emite constantes llamados a sus pasajeros para que cumplan las medidas de protección y se encuentran 200 lavamanos en diferentes troncales. Pero nadie puede garantizar que observen las normas de distanciamiento físico. TransMilenio ha dicho que el porcentaje de ocupación abarca la totalidad del sistema como conjunto y no se refiere a buses, rutas o estaciones en particular.
Encontrar el balance entre apertura y protección no es una tarea sencilla. Que el confinamiento termine no significa que la pandemia esté bajo control. Por el contrario, mal manejada la reapertura podría generar una segunda ola aún más agresiva y existe la posibilidad de volver a limitar las actividades cotidianas. Las noticias de las principales ciudades europeas muestran que una reactivación sin control presenta un enorme riesgo. Pero para que la economía repunte es imperativo superar el miedo y comenzar a construir la llamada nueva normalidad.
Fronteras semiabiertas En medio de la reactivación, la capital comenzó a reabrir sus fronteras con cautela. El aeropuerto El Dorado reinició sus operaciones con 14 rutas nacionales. El primer día, por la terminal aérea más importante del país, se movieron más de 7.000 pasajeros en 49 vuelos comerciales. Nuevos protocolos, con menor interacción social, pretenden evitar a toda costa el contacto entre los viajeros en el aeropuerto.
Personas que llevaban más de cinco meses sin reencontrarse con sus familias, finalmente, pudieron volver a abrazarlas. Así, el país dio un primer paso hacia la recuperación de un sector que estuvo paralizado y que representa cerca del 3 por ciento del PIB nacional. “La reapertura de la actividad aérea nacional es un primer paso fundamental para aumentar la competitividad, la productividad y la inclusión”, destacó Nicolás Uribe, presidente de la Cámara de Comercio de Bogotá.
Esta semana, el transporte intermunicipal salió a las carreteras. En los primeros cuatro días de reapertura, se movilizaron 4.818 buses que transportaron a más de 28.745 personas por las vías del país. La Terminal de Transporte espera a más de 34.000 pasajeros durante este fin de semana. Los buses de estas rutas, a diferencia de TransMilenio, mantienen una silla reservada por fila para garantizar el distanciamiento. La reapertura de la terminal dio paso a la reactivación de 30.000 empleos directos y 1.200 indirectos.
Una de las caras más visibles de la crisis fue el comercio. Con la vida social en pausa, miles de negocios cerraron sus puertas y comenzaron a idear nuevas maneras de encontrarse con sus clientes. Pero rara vez esta fórmula fue exitosa. El sentir general es que las medidas permitieron la supervivencia, pero no son sostenibles a mediano o largo plazo. “Esto no es rentable para nadie”, confiesa el grupo Zona K, que lleva más de 20 años en el negocio de los restaurantes. Algunos trabajan al 25 por ciento de su capacidad, otros apenas al 12.
Los comerciantes enfrentan las limitaciones en la capacidad de funcionamiento como consecuencia de las medidas de bioseguridad, los problemas a la hora de renegociar los arriendos y, principalmente, atraer de nuevo a una clientela que sigue prevenida y a la expectativa de lo que pueda ocurrir en los próximos días.
Un restaurante solo debe operar con el 25 por ciento de su aforo. En algunos sectores, puede atender en andenes o calles cercanas con el fin de mantener las distancias y garantizar la ventilación. Usar el tapabocas es obligatorio salvo cuando el plato llega a la mesa, y las reservas tienen un máximo de tiempo. “Los restaurantes son hiperseguros, hasta la temperatura del agua está regulada”, dice Luis Felipe Quijano, de Cocina Abierta.
El primer día de la iniciativa Bogotá a Cielo Abierto, más de 600 restaurantes reabrieron sus puertas. La mayoría sobrevivió los últimos seis meses a punta de domicilios, de vender productos congelados, pero no ven en ese modelo una solución definitiva. Sin embargo, para que el negocio hoy sea rentable, deben seguir trabajando ambas opciones. En algunos casos, esto significa aumentar el gasto, pues durante la pandemia reorganizaron el equipo en una sola línea de producción y ahora tienen dos.
Los restaurantes confían en que sus clientes regresen con la emoción de antes. Pero también reconocen que el miedo es un factor determinante. Sin una vacuna a la vista, el fin de la pandemia no está cerca. Aun así, en el primer día de la estrategia se reactivaron más de 33.000 empleos. Solo en la localidad de Chapinero 14.500 puestos regresaron en la primera semana.
“Tenemos que aprender a disfrutar de estos espacios de manera distinta”, aseguró la alcaldesa. Menús digitales, pagos virtuales, mesas al aire libre y protocolos de bioseguridad hacen parte de esta nueva normalidad. Bogotá, la ciudad donde las filas eran la regla, tendrá que acostumbrarse a reservar mesa. Y, ante todo, sus habitantes deberán respetar las restricciones y aplicar al máximo la cultura ciudadana de cuidarse a sí mismos y a los demás.