Cuando la iniciativa fue radicada en la Registraduría por el periodista Herbin Hoyos y un grupo de nueve personas que lo acompañaban, el asunto pasó inadvertido. En últimas, se trataba de una acción impulsada por un grupo de ciudadanos que estaba inconforme con la JEP y con las cortes, pero que al no tener apoyo político de ningún partido, estaba condenada al fracaso. Sin embargo, la cosa tomó vuelo en la opinión la semana pasada cuando el expresidente Álvaro Uribe dijo que firmaría y que estaba de acuerdo con la mayoría de los puntos que ahí se plantean. Aunque no se trata de un referendo promovido por el Centro Democrático, una buena parte de las preguntas que lo componen coinciden perfectamente con la narrativa del uribismo. Así las cosas, el beneplácito del expresidente hizo que varios de los miembros de su partido empezaran a ponerle el pecho a esta nueva cruzada para modificar lo acordado en La Habana. Palabras más, palabras menos, lo que Herbin Hoyos pretende es que por la vía de un referendo se acabe con la JEP. Aunque esa es la columna vertebral de la propuesta, esta también busca, entre otras cosas, reducir el tamaño del Congreso y revocar de sus cargos a todos los magistrados de las altas cortes. Le puede interesar: Referendo Derogatorio: Columna de Juan Manuel Charry Urueña No hace falta un análisis muy profundo para afirmar que, por la imposibilidad de su contenido, lo que buscan los promotores del referendo no es que este sea aprobado, sino tener una bandera política para las elecciones regionales que están ya a la vuelta de la esquina. Y es que el referendo no solo es imposible por sus planteamientos, sino por el trámite que tendría que surtir. Para empezar, se requiere que la Registraduría dé el visto bueno al formulario para la recolección de firmas. Eso ya pasó y no tenía mayor problema. De ahí en adelante, lo que viene es un camino de espinas. Los promotores tienen un plazo de 6 meses para conseguir casi dos millones de firmas y eso, la verdad, es posible. Si se logra, luego llegaría al Congreso en la primera legislatura de 2020, en donde necesitaría mayoría absoluta en Cámara y Senado para poder llegar a las urnas. Esto no solamente es imposible –a nadie se le ocurre que los parlamentarios vayan a votar para reducir el Congreso–, sino que ha quedado demostrado que en el Capitolio las mayorías están con el proceso de paz. Si por alguna razón llegara a darse el escenario en el que el Congreso apruebe el referendo, este tendría que ir a estudio de la Corte Constitucional. En esa corporación, por obvias razones, la iniciativa tiene menos futuro que en el Legislativo, donde el problema no es solo que los planteamientos del referendo son abiertamente inconstitucionales, sino que ningún magistrado va a votar para que lo saquen de su cargo. Le sugerimos: EN VIDEO: ¿con las objeciones a la JEP, qué tanto agonizará la paz? Como si lo anterior no fuese suficiente obstáculo, si el referendo llega a las urnas necesitaría 9.262.415 votos para ser aprobado. Para poner las cosas en perspectiva, la consulta anticorrupción, una causa con la que prácticamente todo el mundo estaba de acuerdo, obtuvo algo más de 11 millones de votos. Así las cosas, es totalmente imposible que un tema tan polarizante como acabar con la JEP y sacar a todos los magistrados tenga semejante apoyo popular. Al hacer el recorrido por todo lo que tendría que pasar para que el referendo derogatorio saliera a flote, la única conclusión a la que puede llegarse es que quienes lo están apoyando tienen perfectamente claro que este no tiene ningún futuro. En esencia, esta idea del referendo no es más que una estrategia electoral para arengar a los fieles, contexto en el cual tiene lógica política. Al ver que el uribismo está empezando a rodear la idea del referendo, la oposición tampoco se ha quedado quieta. El movimiento “Defendamos la Paz” ya empezó a recoger firmas para salvar las 16 curules para las víctimas y todos los partidos en favor de la paz están empezando a pensar en mecanismos para contrarrestar la iniciativa que pretende acabar con la JEP. Lo cierto es que en contextos como este la figura de un referendo no solo es polarizante, sino inconveniente. Se trata de una intentona que no tiene ningún futuro y que va a ser una distracción de los temas serios, como lo fueron las objeciones. Mientras la agenda nacional siga congelada en el mismo debate del ‘Sí’ y el ‘No’ en el plebiscito, será muy difícil avanzar en los temas que de verdad afectan a los colombianos.  Vea también: Timochenko: la primera prueba de fuego de la verdad ante la JEP