Estamos próximos a cerrar una década que estuvo principalmente marcada por tres géneros musicales: 1. Reguetón Que aunque nació en los noventa y comenzó a devorarse el mundo poco menos de diez años después, ahora no solo logra demostrar su vigencia, sino corroborar cómo otras músicas también han sido contagiadas por este ritmo urbano puertorriqueño por excelencia. 2. Hip hop Respecto al cual creo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que aunque desde los años ochenta siempre ha estado mimetizándose con las élites sonoras del pop, en esta temporada ha probado que no solo es música para consumo estadounidense (Twenty One Pilots, Drake, Kendrick Lamar). 3. Pop A menudo acusado de ser un producto empaquetado y pensado para una rápida digestión, que seguirá mandando la parada un buen rato. Sobre todo si tenemos en cuenta que el artífice de grandes hits de Backstreet Boys, Britney Spears o N’SYNC, el productor Max Martin aparece como el hombre detrás de muchos de los ‘palazos’ indiscutibles de esta década: La La La, de Shakira; Bad Blood, de Taylor Swift, o Can’t Stop the Feeling, de Justin Timberlake. Además, vivimos una irrupción latina sin precedentes.
Aunque no se trata de un fenómeno completamente inédito, nunca se había visto cantidad semejante de artistas nacidos por estos lares que tuvieran tanta relevancia alrededor del globo: J. Balvin, Daddy Yankee, Maluma, Luis Fonsi, Shakira, Carlos Vives y una larga lista de etcéteras. Incluso, podría hacer referencia al trap latino, con Cardi B, Anuel AA o Rosalía –ha negado tajantemente ser una artista de trap, aun cuando este sea un ingrediente primordial en sus composiciones–, quienes también hicieron su aporte en las listas de Billboard o en los tops globales de Spotify y Deezer. El estilo moombahton del éxito Al observarse los 100 videos más vistos de YouTube, salta otro dato interesante: tanto los embajadores del perreo como los intérpretes de otras músicas han abrazado un estilo conocido como moombahton. Entre ellos podríamos mencionar nuevamente a J. Balvin o a Ozuna, e incluso a artistas como Major Lazer, Dua Lipa y hasta Justin Bieber. Para no complicarlos, lo explicaré en una frase: el moombahton reúne muchos elementos, pero hay uno en particular sin el cual no podría existir, el reguetón.
Foto: J Balvin y Bad Bunny. Es pertinente, entonces, hablar también de E.D.M. (Electronic Dance Music), un sello inventado por las discográficas –supongo– para englobar todo el pop que toma elementos de la música electrónica. Un espectro bastante amplio que viene desde los tiempos de Kraftwerk, pero mejor pensemos en David Guetta o Calvin Harris para no enredarnos tanto. Naturalmente, la E.D.M. abarca bastante: está presente en Sugar, de Maroon 5; Medellín, de Madonna y Maluma, o en Shape of You, de Ed Sheeran, donde además hay patrones del dancehall jamaiquino, pero con una producción que podría asemejarse más a la del reguetón. También se siente en artistas de hip hop como Drake, The Weeknd o Eminem. Más precisamente en un hit que lanzó por allá en 2010 y que en la actualidad es su canción más reproducida en YouTube: Love the Way you Lie (con Rihanna). El ‘perreo’ llegó a todas las pistas de baile del mundo y se convirtió en una máquina de producir millones de dólares. Si en los años noventa MTV nos abofeteaba recordándonos que el pop lo toca todo y que hasta Metallica entra en esta categorización, con la llegada de la E.D.M. esta realidad se hizo cada vez más ineludible. Eso sin mencionar que esta fue la década en que grandes poderes de la música aplastaron –casi– por completo al rock mainstream. Es decir, el que no solo sale de grandes disqueras y se produce en grandes estudios, sino que además es (o era) difundido por las principales emisoras comerciales del planeta. Esto también marca otra realidad incómoda. El problema no es que los jóvenes de ahora solo tengan hip hop, pop y reguetón para formarse, sino que las canciones que cuestionan la realidad del mundo en que vivimos –de rock o de hip hop más independiente– han sido eliminadas de las listas con sus respectivas microexcepciones, como la majestuosa This is America, de Childish Gambino. La respuesta oficial suele ser que esta generación escucha otras cosas, pero si la explicación fuera tan simple, entonces no veríamos tantos centennials alrededor del planeta persiguiendo bandas como Linkin’ Park, Panic at the Disco o Slipknot. Y es por esta misma razón que el reguetón enfrentará serios obstáculos a partir del año que comienza. A ningún poderoso le conviene una música que fue crucial para tumbar a la primera figura de autoridad de Puerto Rico. La ciudadanía, cuando fue hasta la casa de gobierno a increparlo, no estaba cantando canciones de Héctor Lavoe, sino de Don Omar, Héctor & Tito y Bad Bunny: “Te boté, p’al carajo te mandé…”. En realidad, esta última es trap, pero resulta que el fenómeno del trap latino vino apalancado por el del reguetón, por lo cual los dos géneros suelen confundirse. Esto tampoco quiere decir que el urbano haya hecho lo que la salsa no, sino que este no solo se encontró con un panorama mundial diferente, sino que, además, tuvo unas herramientas poderosísimas de autopromoción que en los años setenta habrían sido inconcebibles. ¿Se imaginan a la encantadora Celia de veinte y con Instagram?
Más allá de que sea cierto o no, en estos años se instaló la idea de pensar los términos ‘urbano’ y ‘reguetón’ como sinónimos. ¿Pero dónde comenzó todo este cuento de lo que ahora llaman urbano? Sobre todo si tenemos en cuenta que urbano puede ser desde Rappers Delight, de Sugarhill Gang (el primer éxito de hip hop de la historia), hasta Sleep Now in the Fire, de Rage Against The Machine. ¿Qué puede ser más urbano que un videoclip protesta en las calles de Nueva York que cuestionaba las políticas opresivas de George Bush? ¿Qué puede ser más urbano que tener a un exparia de la sociedad miamense (Pitbull), parado en una premiación y cantándole la tabla a Donald Trump? A todo esto podríamos sumar un detalle que es crucial para entender la fuerza expansiva del reguetón. No existe una sola figura del pop que haya participado en tantas canciones ajenas como ‘El Niño de Medellín’. J Balvin convirtió su nombre no solo en marca, sino en garantía de éxito. O, dicho de otra manera, creó un sonido que lo convirtió en un componente vital para muchos de los principales hits del mainstream global. Dato de color: Mi gente es una canción tanto de pop, como de hip hop, reguetón, E.D.M. y moombahton a la vez. En esta década el intérprete logró hacer que Pharell Williams cantara en español Safari, en un momento en que este recurso aún podía considerarse una audacia; resucitar a unos menguados The Black Eyed Peas (Ritmo); posicionar una canción que en sus inicios el público no entendió y que levantó una bandera que los artífices del perreo tenían un poquito olvidada (Reggaetón), y regalarle a Nicky Jam el mayor éxito de toda su carrera (Equis). Mejor dicho, se encargó de que en todos los rincones del planeta existiera al menos un poquito de este movimiento urbano puertorriqueño. No es casual que el documental que le hizo YouTube lleve por título ‘Redefining Mainstream’. Claro que en muchas ocasiones productores como Sky o Mosty fueron pieza clave para lograrlo.
En este momento, dos de las tres canciones más vistas en YouTube tienen ese saborcito boricua: Despacito, una canción de reguetón –contradictores incluidos– hecha por dos puertorriqueños, dos panameñas y dos colombianos, y Shape of You, que, como remarqué anteriormente, al ser una canción de pop o E.D.M. no escapa a esta lógica. El dembow aparece en montones de los ‘palazos’ latinos y no latinos que seguramente alcanzaron nuestros oídos a lo largo de estos últimos diez años: Chantaje, de Shakira; Cheap Thrills, de Sia con Sean Paul; Sorry, de Justin Bieber, etc. El pop y el hip hop siempre han estado presentes en las principales canciones mainstream de talla mundial. Lo que cambió esta década es que el reguetón (o los ritmos urbanos como el moombahton, que no existirían de no ser por el ritmo perreológico por excelencia) demostró que se puede invertir la relación de fuerzas. En un mundo moldeado a imagen y semejanza de la música pop made in USA’ y del cine hollywoodense, todo esto no puede ser poca cosa. *Autor de ‘Reggaetón: entre El General y Despacito’ (2019)