Este interesante relato se desarrolló en un complejo contexto histórico en el que la política internacional se regía bajo la lógica del enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo, o, dicho en otras palabras, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Las relaciones diplomáticas entre ambas naciones comenzaron el 25 de junio de 1935, cuando el ministro plenipotenciario de Colombia en Italia, Gabriel Turbay (un político liberal que años después participaría en las elecciones presidenciales en las que el Partido Liberal perdió el poder frente al Partido Conservador), le envió una carta al embajador soviético en Roma, Borís Stein, expresándole la decisión del presidente Alfonso López Pumarejo de “establecer las relaciones diplomáticas y consulares normales con la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas”. En cuestión de horas el embajador respondió con un beneplácito.

Alfonso López Pumarejo, presidente de Colombia (1934-1938 y 1942-1945) Ese hecho podría pasar como un hito más dentro de la historia consular de Colombia y Rusia, sin mayor trascendencia. Al fin y al cabo, todos los países buscan establecer relaciones diplomáticas. De hecho, a lo largo del siglo XIX hubo varios contactos entre la Rusia zarista y la recién creada República de Colombia, como cuando en 1858 el emperador Alejandro II reconoció a la Confederación Granadina. Sin embargo, las relaciones entre las dos naciones comenzaron formalmente en un contexto desfavorable para el país euroasiático. Como explicó el actual embajador de la Federación de Rusia, Sergei N. Koshkin, “las relaciones diplomáticas se establecieron en una época difícil, cuando todos los Estados latinoamericanos, menos Uruguay, tenían rotos sus lazos oficiales con la URSS o nunca los habían tenido. Durante varios años Colombia seguía siendo el único país latinoamericano que mantuviera las relaciones diplomáticas con Moscú. Eso lo recordamos siempre”. Para la década de los treinta, Estados Unidos llevaba a cabo en América Latina una celosa política diplomática con el fin de ejercer una influencia directa sobre los países de la región. Estaba en juego su expansión comercial, en especial en los sectores de la naciente industria petrolera y las grandes plantaciones agrícolas como el banano. Era tal el intervencionismo estadounidense que la opinión de sus embajadores podía afectar de manera decisiva la elección de un presidente o cambiar el rumbo político de una nación latinoamericana. Como era de esperarse, Estados Unidos no veía con buenos ojos los acercamientos diplomáticos con la potencia soviética.

Allí radica la peculiaridad e importancia del establecimiento entre la entonces URSS y Colombia. Durante el siglo XIX, la política exterior del país se concentró en las potencias europeas, específicamente en Reino Unido, Francia, Prusia y, por supuesto, el Vaticano. Con el cambio de siglo y luego de superar el incidente de la pérdida de Panamá, Colombia restableció las relaciones con Estados Unidos. Por esa época, el presidente conservador Marco Fidel Suárez (1918-1921) acuñó la doctrina Respice polum (Mirar hacia el norte), que en palabras del mandatario significaba que “el norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa poderosa nación, que más que ninguna otra ejerce decisiva atracción respecto de los pueblos de América”. Tras más de 40 años en el poder, en 1930 el Partido Conservador perdió las elecciones presidenciales. Comenzó así la república liberal, en la que sus gobernantes buscaron modernizar el país en varios ámbitos, como el de las relaciones internacionales. Los liberales, unos más que otros, eran conscientes de que la nación debía abrirse al mundo y mirar hacia la URSS, que luego de la Revolución de Octubre se había convertido en una gran potencia. Era una idea audaz que causó malestar entre los conservadores, algunos liberales y Estados Unidos. Para ellos establecer un canal diplomático con los soviéticos era abrirle oficialmente las puertas al comunismo en Colombia, así como la prueba reina de la filiación comunista del presidente López, una teoría sin sustento alguno.

Ese ambiente hostil frente a la Unión Soviética y el estallido de la Segunda Guerra Mundial influyeron en que las relaciones oficiales tardaran ocho años en ponerse en marcha. Pero la reelección de López Pumarejo y la alianza de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la URSS para enfrentar al nazismo crearon un contexto propicio para emprender de manera efectiva la diplomacia entre ambas naciones. En 1943, las respectivas embajadas abrieron sus puertas en Moscú y Bogotá. El primer jefe de la misión colombiana fue Alfredo Michelsen, que, como dato curioso, entregó en 1944 un costal del café a Iósif Stalin, cuya “personalidad histórica”, decía el diplomático en su misiva, “es muy conocida y respetada en Colombia”. A la par, también se empezaron a fortalecer los lazos culturales. En ese mismo año, algunos intelectuales fundaron el Instituto Cultural Colombo-Soviético, hoy denominado Instituto Cultural León Tolstoi.

Iósif Stalin, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la URSS (1922-1952) La luna de miel duró poco. El 9 de abril el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán encendió el polvorín del Bogotazo, que dejó a media capital incendiada y varios levantamientos populares en municipios del país, duramente reprimidos por el Gobierno de Mariano Ospina Pérez. Altos círculos de la política colombiana responsabilizaron a la URSS del magnicidio y dijeron que era un plan para establecer un régimen comunista. Las investigaciones secretas (que reposan en los archivos de la Comisión Asesora de Relaciones Internacionales) sobre el asunto iban y venían, y al final demostraron que esa tesis era un mito. Sin embargo, el rumor fue lo suficientemente fuerte para suspender las relaciones diplomáticas con el Gobierno soviético. Pese a ello, los vínculos culturales no se rompieron y la URSS se convirtió en la meca cultural para muchos intelectuales colombianos, como Gabriel García Márquez. Pasaron 20 años para restablecer la diplomacia oficial entre ambas naciones. De nuevo un gobierno liberal, el de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), reorientó la política exterior hacia los países de la región, Asia y África con el fin de disminuir la dependencia de Estados Unidos. En consecuencia, el 19 de enero de 1968 restableció las relaciones con la URSS. Desde ese momento, Colombia ha mantenido la diplomacia con el país euroasiático, con algunos altos y bajos.

Notas diplomáticas entre Colombia y la URSS que dieron inicio oficial a las relaciones internacionales.

Con el final de la Unión Soviética en 1991 surgió un movimiento diplomático para mantener gran parte de los convenios internacionales suscritos durante esa era con los demás países del mundo, incluido Colombia. Desde ese momento las relaciones entre las dos naciones se volvieron más pragmáticas. Como afirma Koshkin, “hoy en día Colombia es uno de nuestros más importantes socios en el espacio geopolítico latinoamericano. Nuestra cooperación bilateral se basa en el respeto mutuo, está libre de dogmas ideológicos y prejuicios políticos, compartimos los mismos valores universales consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, mantenemos un fluido diálogo político, coincidimos y nos apoyamos mutuamente en los más diversos temas de la agenda de la ONU. Rusia, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se ha pronunciado invariablemente a favor del proceso de paz en Colombia y está siguiendo con mucha atención y debido respeto el complicado, pero tan necesario y esperado, proceso de su implementación actual”.

Como sucede en las relaciones bilaterales, siempre hay divergencias. En el caso de Rusia y Colombia, es el tema de Venezuela. Pero por fortuna ese asunto ha marchado dentro del respeto mutuo, para que no afecte la fructífera cooperación en otros ámbitos.