Los 32 niños de preescolar de la escuela Mochuelo Alto nunca están completos en el salón. Al menos tres faltan cada día porque amanecen con alguna dolencia que suele ser causada por la exposición a los gases emanados desde el relleno sanitario doña Juana, compuesto por 600 hectáreas que son cubiertas a diario por 6.300 toneladas de basura producidas por los 8 millones de habitantes de Bogotá.Es tan crítica la situación que a esos pequeños, menores de 5 años, la basura se les volvió paisaje. Y es literal: lo primero que ven cuando se asoman a la ventana de su aula son las montañas de basura que están separadas del salón por una distancia que no supera los 200 metros.En contexto: Bloquean ‘Doña Juana’ por las terribles condiciones ambientalesDesde hace 30 años, el Mochuelo dejó de ser el paraíso de aire fresco y huertas fértiles que conoció la profesora Gloria Montañéz en 1980 cuando, recién egresada como normalista y con 17 años, empezó a trabajar en la escuela que solo tenía un salón para 50 niños. Entonces no había transporte hasta el barrio, ubicado sobre lomas frías por encima de los 3.000 metros de altura. Ella llegaba hasta su lugar de trabajo a bordo del camión de la leche.
Al mediodía, al fin de la jornada, bajaba a pie hasta la ciudad, en un recorrido de una hora por los potreros de la hacienda La Fiscala y por el humedal que hoy son el basurero, y por los que solía llevar a sus estudiantes a caminatas ecológicas entre los árboles.Hace 30 años, recuerda Montañéz, empezó el fin de ese idilio natural, con la instalación del relleno. Pronto se acumularon los cerros de basura y se extendieron los olores fétidos. Luego se propagaron las infecciones, las enfermedades respiratorias y las de la piel. Todas esas dolencias las ha padecido la profesora que tiene a su cargo la enseñanza en segundo B. Mauricio Pedraza, el rector del colegio, asegura que en los últimos dos años, 5 docentes han sido trasladados de esa institución por enfermedades relacionadas con el ambiente malsano. De los 16 profesores que tiene, al menos 3 están incapacitados en cada momento. Hace dos semanas, cuenta, llegó a tener 12 maestros inhabilitados. Muchos de los 300 estudiantes de la escuela también se han enfermado. Por eso, los cursos nunca están completos y varios de los jóvenes han desertado, en parte por ese ambiente, asegura Pedraza. La profesora Montañéz cuenta que hace diez años llegaron las moscas, la nueva plaga, la que los tiene al borde del desespero. Y dos meses atrás, esos insectos provocaron la peor crisis que recuerda.Sobre el Mochuelo se posó una nube de moscas como enviada por la furia divina en los relatos bíblicos del Éxodo. La solución que llegó desde el Distrito, a través de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp), fue la ya acostumbrada: los platos untados con un pegante especial que atrapa las moscas y las mata. Hay cientos de esos por todo el Mochuelo, repletos de cadáveres de insectos. También pegaron algunos polisombras a los muros del centro poblado, embadurnados de pegante. En uno que rodea la reja de la capilla, de unos siete metros de largo, hay miles de moscas muertas.La situación se agravó hasta que generó el desespero de los habitantes, que se reunieron a bloquear las vías del sector. La manifestación fue repelida por el escuadrón antidisturbios de la Policía, que terminó enfrentado con los vecinos, en choques que dejaron 20 heridos. Tras las manifestaciones, la atención se posó en el Mochuelo. Este martes, la Personería abrió una investigación por el manejo del relleno a la Uaesp, la entidad encargada de vigilar que el contratista CGR cumpla las normas ambientales en el sector. A raíz de la situación, el alcalde Enrique Peñalosa fue citado a un debate de control político en el Congreso. En una rueda de prensa, señaló que CGR "no ha hecho todo lo que debe hacerse" y que por eso está siendo investigada. Además, explicó que envió funcionarios a fumigar en Mochuelo y que en cinco semanas la crisis de las moscas podría estar resuelta.
El plato con el que se capturan las moscas en el salón de preescolar de la escuela Mochuelo, sostenido por el rector Mauricio Pedraza. / Daniel ReinaEn el salón de preescolar, en el que esta semana no ha habido clases, también hay platos embadurnados de pegante y llenos de insectos muertos. Los mismos niños, concientizados del problema, ayudan a ponerlos en la ventana. Ya se acostumbraron a vivir con las moscas. Los pequeños se arman con cuadernos para aplastarlas cuando atacan sus refrigerios matutinos. Y también juegan a atraparlas y a quitarles las alas. Lo paradójico es que estos niños, siguiendo el énfasis del colegio, son educados en el cuidado del ambiente. Dentro de los salones hay cinco canecas en las que ellos separan sus basuras. Y los han enseñado a reutilizar, a no producir tantos desechos, como lo hace la gran ciudad que pueden observar al fondo, detrás de las montañas de basura, de donde provienen las toneladas de residuos que los tienen viviendo entre las moscas.