Hace un par de semanas, las autoridades estaban en alerta por el represamiento de migrantes en Necoclí, municipio costero del Urabá antioqueño. Más de 15.000 personas se agolpaban por las calles, y, aunque hoy la cifra ha descendido a unas 2.000, cada día llegan más y más familias que buscan pasar por el Tapón del Darién hasta Panamá. Se trata de un viaje de la muerte: SEMANA conoció el video en el que un hombre haitiano muestra el cuerpo de un viajero en una quebrada, la piel ya inflada por el agua. Muerto como muchos que deciden pasar la frontera.
Según un investigador de la zona que prefiere ocultar su nombre, este año han ocurrido, por lo menos, 37 decesos en lo que se conoce como el paso de la muerte: “Las crecientes son muy peligrosas; además, hay partes del camino muy empinadas por donde las mujeres pasan muchas dificultades. Ha sucedido que los coyotes no esperan a mucha gente cuando son grandes grupos. En este momento, se conoce que hay dos cubanos y tres haitianos perdidos en la zona”.
Las autoridades ya le pusieron el ojo al problema, y esta semana hubo reunión virtual de los cancilleres de Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, México y Panamá, la vicecanciller de Perú y representantes de alto nivel de Canadá y Estados Unidos, según pudo establecer SEMANA.
Allí decidieron permitir el paso de 500 migrantes diarios de lunes a jueves; se ejercerá un estricto control con biometría y estarán enlazadas todas las bases de datos de los países para evitar el paso de delincuentes. Pese a que esto podría considerarse un avance para atender la crisis humanitaria de los migrantes, el verdadero problema sigue desatendido: ¿cómo garantizar un paso seguro por una selva inhóspita, que, si bien posee partes que parecen una autopista a causa del paso forzado, está habitada por animales salvajes y ejércitos del narcotráfico? Según el Gobierno panameño, este año han cruzado la frontera 55.000 migrantes, todo un éxodo inédito en el mundo.
Ahora bien, ¿a quién le interesa mantener ese movimiento de personas por el Tapón del Darién? Los migrantes pagan mínimo 3.000 dólares por cruzar la frontera desde Medellín hasta Panamá, sin contar con los gastos extra, como los sobornos, los días de hotel cuando se cierra el paso, la comida, etcétera. Las autoridades tienen en la mira a los grupos de ciudadanos que en Capurganá organizan a los migrantes que llegan en las lanchas desde Necoclí. Desde allí les asignan lo que llaman un guía y, al que pueda pagar, un maletero. Esto sin contar con que les cobran entre dos y cuatro dólares por usar un sendero turístico hasta Sapzurro y que ellos solo usan hasta la cresta de la cordillera. Por este motivo, muchos piden que se instaure un puente humanitario en el Darién.
Se trata de un negocio tan bien montado que la economía del pequeño caserío –que hasta hace diez años era un paraíso turístico bien escondido– está basada en el dólar. Varios habitantes le señalaron a SEMANA que durante semanas no se consiguen pesos colombianos por las calles. Pese a que se trata de un delito catalogado como tráfico de personas, decenas de jóvenes afros del Chocó se lanzan por la selva para ganarse unos cuantos dólares, en lo que muchos en Capurganá señalan como un negocio del Consejo Comunitario del Norte de Acandí (Cocomanorte).
SEMANA trató de hablar con Emigdio Pertuz, representante de Cocomanorte, sobre el caso, pero no respondió. Sin embargo, en días pasados, le dijo a la Agencia EFE que el Gobierno debía regular el paso de migrantes, pues “se supone que todo aquel que preste un servicio a un migrante irregular está cometiendo un delito, y personas de la comunidad han sido denunciadas por tráfico de personas por guiar a los migrantes a través de la selva”.
Más allá de los eufemismos, más que una ayuda humanitaria, lo que hay en la frontera es un negocio de miles de dólares. Así las cosas: ¿para cuándo un corredor humanitario?