Cuando salió el libro de Andrés Pastrana, la recepción fue bastante tibia. Como el eje central de lo que se registró en los medios de comunicación era revivir el proceso 8.000, la publicación fue interpretada como un intento por parte del expresidente de volver al centro de la acción.Pastrana se ha enfrentado a la incómoda situación de que por su carácter de expresidente es jefe natural del Partido Conservador, pero este está dividido entre Santos que tiene los puestos y Uribe que encarna sus causas. Pastrana, quien ha mantenido una posición vertical sobre la necesidad de que el partido debe ser independiente, no clientelista, ni entregado al gobierno, no ha tenido eco y solo le queda el respeto por su investidura y Camilo Gómez.Por eso, el libro fue visto inicialmente como un pantallazo para mantener vigencia.  Y la acusación al expresidente Gaviria de que era el eslabón perdido del proceso 8.000 dejaba la impresión de ser más un insulto que una exageración. El proceso 8.000 era y siempre había sido Ernesto Samper y nadie entendía qué tenía que ver Gaviria. La salida de este último desencajado en televisión gritando en forma desenfrenada que Pastrana era un loco de atar, un pequeño enano moral y un mitómano reflejaba su indignación sobre la acusación de Pastrana.La controversia se centraba en la acusación por parte de Pastrana de que él le contó a Gaviria de los narcocasetes tres días antes de las elecciones y que el entonces presidente no hizo nada. A esto le agregó la insinuación de que Gaviria debía estar enterado de la existencia de esos casetes desde antes, pues las interceptaciones telefónicas a los Rodríguez habían sido realizadas por organismos del Estado que debieron reportarle a Rafael Pardo como ministro de Defensa, y a Gaviria como presidente.Otro elemento de discordia fue la afirmación en el libro de que Rafael Pardo le propuso hacer un pacto de caballeros para no hacer públicos los narcocasetes. Pastrana cuenta que el pacto consistía en que nunca se revelara que él le había entregado las cintas a Gaviria y que si alguien les preguntaba por estas, desmentirían de plano su existencia. Agrega que Pardo le dijo que si no hacían el pacto el tema iba a terminar en la Fiscalía, en donde seguramente harían toda  clase de investigaciones. Para Rafael Pardo esa versión es totalmente falsa y carente de lógica, pues según él, lo primero que hizo después de recibir los casetes de Pastrana fue entregarlos a las Fuerzas Armadas. Resumidas las acusaciones del expresidente son dos: 1) Que Gaviria y Pardo sabían de la existencia de los narcocasetes. 2) Que no hicieron nada. Pastrana parecía estar sacándose un clavo con esas acusaciones pero era más lo que acusaba que lo que probaba. Eso cambió con la intervención de dos norteamericanos protagonistas del proceso 8.000, el embajador Myles Frechette y el jefe de la DEA en Colombia Joe Toft. Los dos le dieron la razón a Pastrana. Frechette dijo que le era “imposible creer que él (Gaviria) no supiera. Eso no era ningún secreto…Yo llegué a Colombia suponiendo que él sabía”. Toft fue mucho más contundente. Aseguró que para él era claro que la DEA  le había dado los casetes al presidente Gaviria tiempo antes y que le sorprendió mucho que nadie actuara al respecto. Gaviria y Pardo tienen una defensa válida frente a la acusación de que no hicieron nada, pero son menos convincentes en relación con la de que no sabían. A menos de que Frechette y Toft estén mintiendo parece difícil que no estuvieran enterados. La DEA afirma que los informó. Los que grababan pertenecían a  organismos como la Dijin y por lo tanto eran subalternos de ellos. Por todo lo anterior, ese round lo va ganando Pastrana.En donde sí tienen una defensa razonable Gaviria y Pardo es en relación con el segundo punto: que a pesar de saber no hicieron nada. En los narcocasetes se afirmaba que tanto la campaña de Samper como la de Pastrana habían recibido financiación del cartel de Cali. En esas circunstancias era imposible darle credibilidad a una parte y no a la otra. La campaña de Andrés Pastrana tuvo coqueteos con los Rodríguez Orejuela sobre un posible aporte financiero que finalmente fue rechazado. Eso, sin embargo, no se supo sino posteriormente pues lo que aparecía en los casetes eran las  discusiones sobre el tema y no el desenlace. El presidente Gaviria no tenía forma de saber eso en ese momento y no le falta razón cuando afirma que era un imposible institucional suspender las elecciones presidenciales con base en unas grabaciones que incriminaban a las dos campañas. Lo que hizo, hacerle llegar esos casetes a la Fiscalía, era en realidad lo único que se podía hacer. No existen instrumentos ni mecanismos para suspender unas elecciones con base en ese tipo de denuncias. Hacerlo entrañaría casi un colapso institucional imposible de manejar.En el mano a mano Pastrana-Gaviria, se podría decir que a Pastrana lo salvaron los gringos. Lo que para algunos inicialmente fue registrado como una obsesión del expresidente conservador,  acabaron siendo unas denuncias con algún fundamento si lo que afirman Frechette y Toft es verdad. Sobre qué se podía hacer con base en la información siempre habrá controversia. Hacer consideraciones retroactivas es fácil, pero tomar decisiones sobre la marcha es mucho más difícil. Lo que queda claro es que el proceso 8.000 al igual que el fantasma de Pablo Escobar, por alguna razón,  no mueren. Pero con todos los problemas que aquejan hoy al país ya es hora de pasar definitivamente esa página.