Roberto Cañas fue no sólo uno de los fundadores del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, sino también uno de los negociadores de los acuerdos de paz de Chapultepec (México 1992) que le pusieron fin al conflicto armado de 12 años que vivió el país centroamericano. Semana.com habló con el hoy catedrático y excandidato a la alcaldía de El Salvador sobre las circunstancias que por estos días rondan la negociación de paz en La Habana. Desde su experiencia como una autoridad en temas de resolución de conflictos analizó los puntos más álgidos que ha tenido el proceso. Se trata de uno de los referentes en resolución de conflictos armados más importantes que tiene el continente y por estos días visita Pereira como parte de la Quinta Gira Técnica de Cooperación Sur-Sur, que lidera la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR). El evento, que termina este fin de semana, reúne desde este lunes a 35 representantes de 18 países del mundo que exponen sus casos como víctimas o como garantes de los proceso de paz que se han adelantado en el mundo. Semana.com:  En el ambiente se respira escepticismo sobre el proceso desde la ofensiva de las FARC en Cauca que dejó 11 muertos. ¿Cómo manejar estos episodios que generan tanta polarización entre la opinión pública? Roberto Cañas: Los medios de comunicación hacen mucho ruido mediático alrededor del acontecimiento. No vamos a discutir si lo es o no. El hecho es condenable. Hubo muerte y toda muerte es inaceptable, y en la guerra uno entiende que hay bajas de ambos bandos. Hay sectores que no son amigos de la paz porque pierden con ella. La guerra es un negocio muy grande y puedo imaginar -aunque no conozco a profundidad- que hay sectores a los que les afectaría la paz. Estas cosas pasan, las críticas antes, durante y después de una negociación suceden. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y los de la búsqueda de la paz los resuelven haciendo medidas por más paz, por conseguir la paz. Semana.com: ¿Hechos como el de Cauca impulsan  la negociación? o ¿Qué efecto tienen sobre ella? R. C.: Escalan el proceso. Lo hacen más complicado. Ojo por ojo todos nos vamos a quedar ciegos. Eso se llama medidas que escalan el conflicto, lo vuelven más agudo, ahora hay que ver medidas que lo vuelvan a enrutar para traer la paz. Uno tiene que ver las señales de salud o las enfermedades de un proceso de mediación. Este proceso tiene salud, no hay que sobredimensionar el caso de Cauca. Yo diría que la negociación ha llegado a su punto de no retorno. Los pilotos cuando tienen su carta de navegación saben que el punto de no retorno es cuando es más difícil regresar al aeropuerto de salida que llegar a al punto final. Hay que ver cómo ambas partes se comprometen efectivamente a tener una fecha, tener una inversión y establecer un pacto. Semana.com: Como consecuencia de esa situación muchos sectores le han pedido al Gobierno que le ponga plazos al proceso. ¿Es conveniente? R. C.: Claro. Genera presión para ambos bandos. Hay que entender que hay que construir confianza alrededor del proceso de negociación. Hacerlo supone resultados. Uno de ellos derivó en esta crisis. Por eso, se debe dar una señal poderosa de que a pesar de que hay crisis, esto va caminando en dirección a un acuerdo negociado que va a ser bueno para el país. Semana.com: Más que unos plazos, ¿no sería mejor pensar en acciones encaminadas a desescalar el conflicto? R. C.: Las dos cosas. Si hay un cese al fuego bilateral, divorciado con supervisión lateral, sería una señal muy buena. Aquí no hay una sola, es un conjunto de señales de acuerdos parciales que generan construcción de confianza. Semana.com: Otro de los puntos álgidos y que han despertado diversos debates es qué va a pasar con las FARC. Algunos piensan en amnistías, otros dicen que deben pagar cárcel. ¿Cómo se manejó en El Salvador? ¿Qué cree usted que sería lo más conveniente? R. C.: Lo más conveniente es justicia transicional. No alcanzarían las cárceles de Colombia y no se podrían organizar todos los juicios que hay para resolver el problema y dividir la justicia por el sistema jurídico del país, eso no es viable. La justicia transicional supone el establecimiento de la verdad, la justicia, obviamente, el tema de la reparación a las víctimas. Hay personas que no saben dónde están enterrados sus familiares, tienen derecho a saber dónde están y darles una sepultura adecuada. Han existido violaciones de los derechos humanos de ambas partes, qué va a pasar con las graves violaciones que se han cometido. Semana.com: ¿Cuál es la mejor manera? R. C.: Que se cierren las heridas, que se posibilite las condiciones de la palabra clave de esto que es la reconciliación, es decir, esto no va a prosperar si no hay reconciliación. Hay que hacer justicia transicional, debe haber una comisión de la verdad, se debe establecer la justicia, los que cometieron graves delitos deben pedir perdón, el Estado que generalmente es el que comete las violaciones debe pedir perdón y se debe hacer la reparación moral y material de las víctimas. Semana.com: ¿Cómo se solucionó en El Salvador? R.C.: Lo que hubo primero fue el establecimiento de la Comisión de la verdad. Una vez que el informe se dio a conocer, el Gobierno de ese momento decretó una amnistía, pero eso generó problemas porque dio camino a la impunidad. Es un tema no resuelto en El Salvador. Semana.com: ¿Cómo fue el proceso con la Comisión de la verdad? ¿Dio frutos? R.C.: Sí, las comisiones de la verdad son importantes por varias razones: número uno, porque queda un testimonio de cómo se esclarecieron los graves hechos de violación a los derechos humanos. En el caso salvadoreño las recomendaciones de la Comisión no eran vinculantes, o sea no eran de obligatorio cumplimiento, se hicieron, el Gobierno no las cumplió, eso es una asignatura pendiente. Si las recomendaciones no se cumplen, no quiere decir que la Comisión de la verdad esté invalidada, es importante para que las nuevas generaciones conozcan los graves hechos que se cometieron y permita que eso no se vuelva a repetir jamás. Semana.com: ¿Cómo fue el proceso de reinserción en El Salvador? R. C.: Una de las cosas más delicadas es el futuro, la reinserción de los combatientes y, más complicado, el caso de los lisiados, es decir, en el caso salvadoreño es una asignatura pendiente. Fue un proceso de reinserción caro, hay que ofrecerles vivienda, educación, empleo, posibilidades de emprendimiento, salud mental, son procesos complicados que necesitan mucho dinero y mucha sabiduría para sacarlos adelante. Semana.com: ¿Qué hacer para que después de una eventual negociación los desmovilizados no reincidan? R. C.: Los guerrilleros ocuparon la lucha armada como un instrumento para transformar la realidad y aspiran a seguir haciéndolo. Es decir, si no se pudo resolver llegando al poder por la vía militar, la negociación debe crear las condiciones para la reinserción política. No debe pasar lo de la Unión Patriótica ni lo del M-19. Para empezar y para construir confianza se debe garantizar la seguridad física de los excombatientes, que puedan participar en condiciones de igualdad, eso es lo que garantiza una paz firme. Semana.com: ¿Cómo fomentar la reconciliación? R. C.: Construir una cultura de paz. Por ejemplo, que el Gobierno cree la cátedra de la cultura de paz, puede que haya gente a la que no le va a cambiar la cabeza, pero puede cambiársela a los niños y a los jóvenes. El sistema educativo debe asumir antes o después de los acuerdos la cultura de paz. Se trata de resolver el conflicto por la vía pacífica, por la vía del diálogo. La violencia está en la casa, en la calle y dentro de la escuela. Obvio, cambiar la cultura es un asunto a largo plazo. Pero esa seria una cosa importante. Semana.com: Hay varios cabos sueltos que podrían truncar la búsqueda de la paz. El ELN y las bandas criminales. ¿Qué pasará con ellos y que tanto daño le podría hacer al proceso? R. C.: Con el ELN sería un efecto de reacción en cadena. Si se resuelve bien lo de las FARC, casi inmediatamente se resolvería lo de esa guerrilla. Hoy las bacrimes son grupos armados sin motivación política. Es otro tratamiento. Como no tienen motivación política, si han cometido delitos, hay meterlos presos. No se les puede dar la beligerancia igual.