Tiene 77 años, nació en Piedecuesta, municipio de Santander, 14 kilómetros al sur de su capital, Bucaramanga, y donde sus gentes suelen saludar con el ceño fruncido, como si tuvieran “el mico al hombro”, así hubieran amanecido de buen genio.

Quienes logran penetrar el corazón de los piedecuestanos, desabrochados al hablar, descubren un fondo de amabilidad y cordialidad, como el que ven reflejado en la risa pícara de Rodolfo Hernández, un ingeniero civil que amasó una fortuna ofreciendo soluciones de vivienda en Bucaramanga y al que en ese departamento, donde hace más de dos siglos se levantó la revolución que condujo al grito de independencia de Colombia, hoy le ponen velas, como si fuera el santo que sacará al país de su actual estado de confusión.

“De tal palo, tal astilla”, con ese dicho del refranero popular definen quienes conocen al hombre que solucionó a muchos de sus paisanos la angustia por tener un techo propio. Porque su carácter, frentero y desalmado, vulgar y hasta violento, lo heredó de doña Cecilia, su madre, una mujer conservadora que está cercana a cumplir un siglo de vida (tiene 97 años), mantiene la lucidez, la misma con la que confiesa su molestia de ver a su hijo metido en las controversias efervescentes de la política, así admita que el segundo de sus cuatro hijos se mueve como pez en esas aguas turbulentas.

Cecilia Suárez fue la piedra angular de la familia que formó junto a Luis Jesús Hernández, quien un día supo el drama del secuestro por las Farc. Alcanzaron a probar suerte en Medellín, buscaron empleo sin encontrarlo, y tras acabar la última moneda de sus ahorros, un año después, regresaron a Bucaramanga para desafiar aquel adagio que advierte que “nadie es profeta en su propia tierra”.

La mayoría de los santandereanos apenas descubrieron su nombre hace diez años, pese a que llevaba más de medio siglo levantando edificios. Como el magnate que se gana los corazones compartiendo su fortuna, sus coterráneos lo elevaron al pedestal de salvador.

Santander, dominado por clanes tradicionales, muchos cuestionados por corrupción y relaciones con paramilitares, vio en Rodolfo Hernández el sinónimo para acabar con “tanta robadera y tanta politiquería”. En 2015, la mayoría de los bumangueses lo respaldaron en las urnas, y minutos después de las siete de la noche del 25 de octubre, se puso su piyama de seda y se acostó como nuevo alcalde de la Ciudad de los Parques. Funcionarios sin mañas en las calles de Bucaramanga, dice la mayoría de sus gentes, lo del “viejo” Hernández fue una revolución.

Los que así definen su administración, más que todo, son grandes, medianos y pequeños comerciantes; dueños y empleados de tiendas, restaurantes, bares, que antes de la aparición de Rodolfo padecían por las ‘mañas’ de los funcionarios públicos de gobiernos anteriores. Antes de Rodolfo, los carros de la Alcaldía con funcionarios de industria y comercio, que decían ‘hacer operativos’ contra el contrabando en la zona rosa de la Ciudad Bonita, en realidad hacían un recorrido para recaudar la ‘colaboración’, que propietarios y administradores debían apartar de sus ganancias, como si se tratara del dinero para pagar el agua y la luz de sus establecimientos.

Una de sus primeras instrucciones, al posesionarse en el despacho del Centro Administrativo Municipal de Bucaramanga, fue decirles a los nuevos funcionarios que dejaran “la jodedera” a quienes, como él, se han levantado antes de que el gallo cante, a ganarse la plata y la vida con dinero bien habido. Los comerciantes, acostumbrados a ver la vida en blanco y negro, la descubrieron a color cuando levantaban las rejas de sus negocios y nadie con carnet de la Alcaldía volvió a llegar a reclamar beneficios que no le correspondían.

Rodolfo Hernández había emergido en una campaña en la que solo le bastó repetir la palabra ‘corrupción’ para cautivar a hombres y mujeres, que en ese entonces no advertían machismo alguno en el esposo y padre de familia estricto y disciplinado, como casi todos los de la región, detrás del exitoso empresario.

No necesitó ‘rayar el coco’ para ofrecer el antídoto que frenara el desangre de recursos públicos, no a sus justas proporciones, como sugirió el presidente Julio César Turbay, sino definitivamente. A la gente de su tierra solo le bastó ver su legado en la ciudad para confiar en una persona que sí tenía en qué caerse muerto para adelantar esa cruzada contra tanta robadera. Más aún cuando su primera, y una de sus pocas promesas de campaña, fue donar su sueldo de alcalde, cercano a los 13 millones de pesos, sencillamente porque no lo necesitaba, y de cobrarlo sería “una sinvergüencería” que derrumbaría su discurso.

Habitantes del norte de Bucaramanga recuerdan cómo uno de los rivales de Rodolfo Hernández en aquella campaña llegaba a repartir neveras y unos rollitos de billetes apretujados por un caucho. Los recibieron, comprobaron el funcionamiento de los electrodomésticos, y se tomaron fotos con ese candidato.

El ingeniero nunca se asomó a hacer campaña por allá, pero en las urnas arrasó. Tiempo después de abandonar la Alcaldía, a la que renunció antes de que la Procuraduría firmara su destitución, se descubrió que la mayoría de contratos de obras civiles que dejó firmados se concentraron en ese sector de la ciudad, donde aún recuerdan uno de los mayores ‘conejos’ hechos a uno de esos políticos que solo acostumbraba a dar la cara en año electoral.

Fue cuando muchos colombianos que apenas se enteraban del fenómeno bumangués, cercano al 82 % de popularidad, creyeron que el “viejo malgeniado” que lo encarnaba era un burgués que había emergido contra los discursos que prometían nuevos modelos económicos o que ponían a temblar a cuanto empresario hecho a pulso.

Contra los políticos

El caballo de batalla al que se subió desde que comenzó a ascender consistió en atacar a la clase política tradicional del departamento y, sobre todo, a quien consideró estar sentado en la cúspide, manejando los hilos del poder, como si se creyeran los dueños del país. Aunque como alcalde tuvo una célebre reunión con el expresidente Álvaro Uribe, en la que charlaron largo y tendido en su apartamento nada lujoso, en el sector de Cabecera, de familias de clase media-alta, y en días en que el país también andaba dividido por el plebiscito por la paz.

La polémica entonces se encendió porque un alcalde no se reunía con el presidente de turno, sino con el expresidente que en ese momento lideraba la oposición, apenas comenzó a estallar hace un par de semanas, cuando Rodolfo Hernández creció como espuma en las encuestas gracias a las redes sociales.

Los petristas lo graduaron de uribista; los de Fico temieron que robara parte de sus votos para clasificar a segunda vuelta, en la que se advertía como la única kriptonita para diezmar los alcances del proyecto de Gustavo Petro. Rodolfo Hernández fue de los primeros en madrugar a la campaña. Desde que salió de la Alcaldía, por una denuncia por presunta participación en política, se sabía que tendría cuerda para rato, a pesar de tener edad para haberse pensionado tiempo atrás.

La manera en que sus paisanos lo idolatraron, lo llevaron a fijar su objetivo en la Casa de Nariño. Más allá del último semáforo del último barrio de Bucaramanga, Rodolfo Hernández es un mesías en Piedecuesta, Girón, Floridablanca, San Gil, Málaga y hasta en Confines, nombre del recóndito pueblo que los viajeros del centro del país se encuentran en la carretera, antes de llegar a Charalá, capital revolucionaria de Colombia, donde nació José Antonio Galán, el Comunero, célebre por las palabras que pronunció antes de su muerte, fusilado en Bogotá en 1872: “Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuere menester, que sea”.

Familias enteras en Santander salieron este domingo a las urnas como si fueran al estadio Alfonso López para ver al Bucaramanga ganar una final de fútbol, algo que no ha ocurrido en más de 70 años. Movidos ―según confiesan― por el miedo que les produce Gustavo Petro, han elegido a Rodolfo, a pesar de su excentricidad, como la verdadera opción que de carambola castigue a los mismos de siempre, mafias, que en el diccionario del exalcalde de Bogotá ha prometido acabar.

Excéntrico y regañón, lo vieron como otra opción, pues el estilo fresco del exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez, de 47 años, que también sabía administrar su ciudad y que intentó cautivarlos en ese propósito, no los convenció. Optaron por el de un hombre veterano de 77 años, y así se pronunciaron en las urnas, con el deseo de poner las riendas de la nación en esa mano dura, cuyo peso conoció el concejal John Claro al ser golpeado en la mejilla en el propio despacho del entonces alcalde de Bucaramanga. “Bien hecho”, así justificó la cachetada Rodolfo Hernández, sin pedir perdón.

Aunque el video de aquel momento es viral desde ese día, parece no hacerle cosquillas a quien se declaró admirador de Hitler, en un país donde un coscorrón le significó perder la presidencia a quien más sangre política tenía para gobernar la nación.

“Regaló su salario, hizo muchas obras, nos sacó de pobres”, dice la dueña de un restaurante en Bucaramanga. “No he escuchado una sola persona que no lo reconozca, más allá de las actitudes que terminaron por sacarlo del cargo”.

Con fe

“Nunca le he puesto tanta fe a alguien como a él”, dice una estudiante universitaria, al referirse a quien siempre fue su candidato, desde mucho antes que las encuestas descubrieran su verdadero alcance.

En Rodolfo Hernández aseguró haber encontrado al único ‘distinto’ de esta campaña, en la que estrenó su cédula, convencida de que ganaría el que más agravios disparara a sus oponentes. “Cuándo ha visto a Rodolfo en esa vuelta”, asegura el compañero que acompañaba a la estudiante, subrayando que ni “cayó en la trampa” de los debates casi que a boca de urna.

De odios y amores, a Rodolfo Hernández, todos, simpatizantes y contradictores, lo reconocen como “buen administrador de la plata” de los contribuyentes. “Usted viera la cara de esperanza de la gente”, dice una periodista que lo entrevistó varias veces en un apartamento modesto pero elegante, que jamás pensó en que viviera quien el mundo hoy señala como el Donald Trump de Colombia.

Pasadas las siete de la noche del domingo, una hora después de que Rodolfo Hernández grabara el video con el que confirmó su clasificación para el segundo tiempo de la gran final, las calles de Bucaramanga se convirtieron en ríos y caravanas humanas, con camisetas amarillas y banderas de Colombia que celebraban a rabiar, y hasta gritaban “búcaros, búcaros, búcaros”, como si el Atlético Bucaramanga hubiera conseguido la primera estrella de su escudo. Rodolfo Hernández, probablemente, no se sobresaltó ante los gritos de victoria que, de seguro, se oían por el barrio Cabecera y por toda el área metropolitana de Bucaramanga.

Después de conocer semejantes resultados, es factible que haya celebrado con su habitual rutina de empiyamarse y meterse debajo de las cobijas, después de los titulares del noticiero de las siete de la noche. Sus paisanos, en plena ley seca, se acostaron con el sueño de tener al santandereano en la presidencia de Colombia, hazaña que se advertía tan imposible como una vuelta olímpica de los Leopardos, sobre todo después de que ese viernes de finales de agosto de 1989, las balas del narcotráfico apagaron el sueño de tener un santandereano al frente del Gobierno, como estuvo a poco de alcanzarlo el bumangués Luis Carlos Galán Sarmiento.

El sueño del departamento donde se levantó la revolución de la independencia ahora tiene el nombre de Rodolfo Hernández, aunque su rival en las urnas, el próximo 19 de junio, lo haya calificado como una pesadilla.