Rodolfo Hernández, el candidato sorpresa en estas elecciones, no tiene filtros. No mide sus palabras y habla con un nivel de desparpajo que ha jugado a su favor en esta contienda presidencial.
Con ese mismo lenguaje recibió al equipo periodístico de SoHo, que intentó conocer a fondo al ingeniero de 77 años, al que las encuestas ubican en un tercer lugar de preferencia, pese a no tener estructura política: congresistas y partidos políticos que impulsen su nombre en las regiones del país.
“Yo era un loco”, admite Hernández a SoHo, aunque Cecilia, su madre, una mujer de 97 años y con una lucidez única, dice que lo sigue siendo, un calificativo que al candidato presidencial parece divertirle.
Rodolfo es franco. A veces, peca por exceso. No le tiembla la voz para decir que es millonario, que su fortuna asciende a 400.000 millones de pesos y que podría gastar hasta 10.000 millones en una campaña presidencial, aunque promueve la austeridad.
El equipo periodístico de SoHo (lea la nota completa aquí) lo describe como un político con un hablado en tono regañón, que se come algunas letras para aparentar mucha más espontaneidad de la que de por sí tiene y con un desparpajo recurrente que lo lleva a carcajearse de casi todo lo que dice, incluso de algunas barbaridades o insultos a otros.
Hernández quiso hacer campaña desde el Twitter, incluso desde TikTok, pero la llegada a su equipo del estratega argentino Ángel Becassino lo sacudió. Al fin y al cabo, no hay en Colombia un candidato que haya llegado a la Casa de Nariño sin estar en contacto con el pueblo.
El estratega, amigo de Hernández desde hace 20 años, le recordó el libro Desde el jardín, de Jerzy Kosinsk, que trata la historia de un jardinero que ha vivido toda su vida desde el jardín, y cuando sale a la calle lo atropella un carro y de rebote termina viviendo en la intimidad del presidente de Estados Unidos. Desde ahí, el candidato santandereano dejó su oficina en Bucaramanga y empezó a buscar los votos en el asfalto.
En Bogotá, por ejemplo, está casi instalado en su apartamento en el edificio Vitrum, al norte de Bogotá, una lujosa torre diseñada por el arquitecto Richard Meier, contemporáneo suyo (84 años) y a quien quiere traer –si es presidente– para que haga más proyectos de construcción en el país.
Hernández no tiene ni crocs ni Ferragamo, los zapatos que distinguen a Uribe y a Petro, respectivamente, porque el jefe de los ‘rodolfistas’ dice no identificarse con ninguno de ellos. En el país, sin embargo, él está encasillado como un buscapleitos por su forma de ser y por antecedentes como el recordado manotazo que le pegó al concejal John Claro cuando era alcalde de Bucaramanga, se lee en el texto de SoHo.
“Yo era un loco, pobrecita mi mamá con cuatro demonios, yo el mayor”, dijo. “A mí me pegó mucho mi mamá, pero es que jodía como un berraco. Quebraba la loza, me escapaba para el solar, corría por la casa, le tiraba piedras a los árboles”, añadió emocionado.
Lo único que encontraba Cecilia para reprenderlo era el cable de la plancha, “que cuando se dañaba le hacía un nudo. ¡Y tome! Con dos fuetazos quedábamos listos”, rememoró.
Confesó que a sus 17 años trató de hacerse fuerte en la halterofilia. “Creo que llegué a levantar, no sé, por ahí fueron 80 kilos de pesas (...) La prueba fue que quedé campeón intercolegiado en la categoría semipesado. Sin entrenador profesional creo que fue algo muy bueno”, dijo.
En su juventud –confesó Hernández– fue “tomatrago”. Al menos, “nos metíamos dos ‘perras’ mensuales”.
El texto periodístico, acompañado de videos y fotografías que muestran a un Rodolfo Hernández en la intimidad de su casa, navega entre su juventud, su trabajo público, su paso por la Alcaldía de Bucaramanga, sus fortalezas, su exitosa vida de empresario y, claro, nuevos polémicos anuncios si llega a la Presidencia.
“¿Quién dijo que el que trasnocha es mejor administrador? ¿En dónde está escrito? Me acostaré a las seis de la tarde y pongo la primera reunión a las 4:30 a. m.”, anticipó.